viernes, 6 de diciembre de 2013

Setenta veces siete perdonado

Ante ti, postrado, otra vez me encuentro,
cautivado por tu amor profundo.
Cuanto amor, cuanta misericordia encuentro,
en la obra que tú realizaste en este mundo.

Aunque en el ir y venir de los días de mi vida,
que desvían, entre afanes mis ojos de los tuyos.
Cuanto amor, cuanta misericordia encuentro,
en la justicia realizada para mí en este mundo.

Caída tras caída me apartan de la gracia de tu Ley,
pero sales y vuelves a cargar la cruz que yo merecía.
Cuanto amor, cuanta misericordia encuentro,
al contemplar tú entrega en la santa eucaristía.

Qué difícil es la condición de pecador que tengo,
pues mis actos y mis penas me portan al abismo.
Cuanto amor, cuanta misericordia encuentro,
al rescatarme de las tinieblas con tu santo bautismo.

Gloria al Padre que te ha enviado,
gloria al Espíritu por él y por ti entregado.
Cuanto amor, cuanta misericordia encuentro,
al Yo ser por ti setenta veces siete perdonado. Amén.

domingo, 10 de noviembre de 2013

¿Qué es La Red?

Hace unos días para hacer la reflexión sobre una materia que tiene por nombre Cyberteología (que actualmente curso) me dirigí hacia unos amigos haciéndoles una sencilla pregunta ¿Qué es la Red? El grupo no iba más allá de quince personas, así que las respuestas no fueron muy variadas. Tan sólo una persona respondió que era un conjunto de equipos conectados entre sí por cables u ondas; otras dos respondieron que era la oportunidad de entrar en contacto con otros y compartir intereses comunes y, el resto decía, palabras más palabras menos, que era un simple medio de comunicación. Ante estas respuestas me surge otra pregunta ¿Quién tiene la razón? En cierta parte tal vez todos.

Pero la pregunta inicial es ¿Qué es la Red? Y para responderla se echará mano de los últimos cinco Mensajes del Papa Benedicto XVI para la Jornada Mundial de las comunicaciones sociales (2009-2013). Aunque no solo se trata de responder a esta pregunta, sino que también es necesario reflexionar cual debe ser nuestra manera de experimentar y participar de La Red y, como cristianos la manera en que podemos manifestar nuestra Fe en Cristo.

En primer lugar debemos entender en que en las últimas décadas hemos sido testigos de un gran cambio; «en efecto, las nuevas tecnologías digitales están provocando hondas transformaciones en los modelos de comunicación y en las relaciones humanas». Por lo que no cabe duda que nos encontramos ante una nueva generación: la generación digital. Ciertamente La Red tiene muchos beneficios tales como investigar, comunicarnos y entablar relaciones a una velocidad casi instantánea, trabajar, entre otros tantos. Hoy en día las relaciones de este ciberespacio llegan a ser incluso de amistad.

Pero el «anhelo de comunicación y de amistad no puede comprenderse adecuadamente sólo como una respuesta a las innovaciones tecnológicas» sino también desde el punto de vista de Fe. Dios quiere hacer de toda la humanidad una familia. Y para esto Benedicto XVI señalaba tres aspectos básicos en esta nueva manera de hacer cultura: respeto ante la dignidad y el valor de la humanidad, diálogo que esté basado en la verdad y en la honestidad entre las diversidad de personas y pensamientos de este ciberespacio y, amistad teniendo cuidado de no banalizar el concepto y la experiencia de este valor, ante el nuevo auge de amistades on line de las redes sociales; «pues los amigos deben sostenerse y animarse mutuamente para desarrollar sus capacidades y talentos, y para poner éstos al servicio de la comunidad humana».

Cuando hablamos de La red no solo entendemos un medio de comunicación que podemos usar sino también una manera en la que podemos experimentar nuestra convivencia y relaciones, díganse de amistad, laborales, de búsqueda, etc. Entendida de esta manera Benedicto dice que la era digital «debe ponerse al servicio de del bien integral de la persona y de la humanidad entera»; y para esto es necesario actuar con verdad y autenticidad de vida.

Un ejemplo concreto lo tenemos en las redes sociales que cada vez más se convierten en parte del tejido social, en ellas, en especial los jóvenes, se abren con entusiasmo y curiosidad a las nuevas experiencias de vida. En ellas se crean y «establecen nuevas formas de relación interpersonal que inciden en la imagen que se tiene de uno mismo». Por tal motivo ante este nuevo modo de relacionarse debe tenerse presente la autenticidad del propio ser y la calidad del propio actuar; pues «las redes sociales muestran que uno está siempre implicado en aquello que comunica». El Papa apuntaba que hay que evitar los riesgos de «buscar refugio en una especie de mundo paralelo, o una excesiva exposición al mundo virtual. El anhelo de compartir, de establecer “amistades”, implica el desafío de ser auténticos, fieles a sí mismos, sin ceder a la ilusión de construir artificialmente el propio “perfil” público».
La Red por tanto es un espacio más en el cual nos comunicamos y vivimos día a día, los que allí entramos. No sólo es un uso o una herramienta sino es un nuevo sector (digital) en el que podemos expresar y compartir nuestra vida y nuestra Fe; donde la autenticidad y la verdad que apuntaba el Papa es necesaria al igual que en el espacio físico. El envió del Señor “vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio” (Mc 16,15) alcanza también este mundo digital. Pues la Palabra de Dios debe «navegar mar adentro hacia las numerosas encrucijadas que crea la tupida red de autopistas del ciberespacio». Donde el sacerdote debe ocuparse pastoralmente de este campo; pero también cada cristiano está llamado a evangelizar este medio. Es necesario que el fiel-cristiano que está presente en el ciberespacio se empeñe a vivir auténticamente su Fe y comunicar el Evangelio también en el mundo digital.

«Comunicar el Evangelio a través de los nuevos medios significa no sólo poner contenidos abiertamente religiosos en las plataformas de los diversos medios, sino también dar testimonio coherente en el propio perfil digital y en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él. Asimismo, tampoco se puede anunciar un mensaje en el mundo digital sin el testimonio coherente de quien lo anuncia. En los nuevos contextos y con las nuevas formas de expresión, el cristiano está llamado de nuevo a responder a quien le pida razón de su esperanza (cf. 1 P 3,15).»

¿Qué es la Red? La red no solo es un conjunto de cables y ondas o equipos conectados como se pudiera pensar, ni tampoco es una sola herramienta que solamente sirve para usarse, sino que puedo decir que La Red es el lugar y las relaciones que hacemos en nuestro tiempo de una manera tal vez no física sino digital, pero que esta es real y verdadera. Pues nosotros somos los que la ocupamos, nosotros somos los que laboramos, nos comunicamos e intercambiamos relaciones interpersonales en este ciberespacio. Y es en La Red donde también debemos dar razón de nuestra Fe y de nuestra Esperanza en Cristo Jesús, de manera autentica y verdadera. Pues tanto niños, jóvenes y adultos nos corresponde «la tarea de evangelizar este "continente digital"».


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Cfr. Mensajes de su Santidad Benedicto XVI para las Jornadas de las comunicaciones sociales XLIII-XLVII; (2009-2013).

miércoles, 28 de agosto de 2013

Catequistas don de Dios para su Iglesia

Hace unos días me puse a reflexionar sobre mí caminar en la Fe y me di cuenta que es impresionante la cantidad de personas que me han ayudado a crecer como cristiano. Debo decir que en la Iglesia es imposible caminar solo, simplemente no se puede por el motivo de que nuestra Fe está puesta en Dios revelado por Cristo, el cual quiso hacerse presente en nuestros hermanos, de manera que entre más amamos al prójimo más amamos a Dios, y entre más comunión hacemos con Dios más somos Iglesia. ‘Quien ama a Dios, ame también a su hermano’ (1Jn 4,21). La mayoría de los católicos recordamos quien nos enseñó a hacer las primeras oraciones, que regularmente solemos aprenderlas en casa con nuestra familia; y también recordamos quien fueron nuestros catequistas. Aquellos que nos enseñaron los dogmas de Fe, aquellos por los que conocimos a Jesús, incluso aquellos por los que supimos que es y como participar en nuestra Fe.
 
 
En mi tiempo de formación hacia el sacerdocio y ahora como sacerdote he conocido muchísimos catequistas que semana tras semana buscan extender y trasmitir la Fe que profesamos a una inmensidad de niños que a través de uno, dos o más años se inician en la Fe y llegan a entrar en comunión con Cristo-Jesús en su sacramento de amor. En muchas ocasiones poco valorados incluso criticados, los catequistas perseveran firmes en la transmisión de la Fe. No les importa si el clima es bueno o malo, si les dan curso de pedagogía o no, si les agradecen o simplemente desprecian su apostolado… y los tenemos de todos tipos, adolescentes, jóvenes, adultos o ancianos, divertidos, serios, pedagógicos, austeros, etc. En fin todos coinciden en una sola cosa en su amor a Dios y a la Iglesia que les hace trasmitir el don de la Fe. Pero ¿Qué es trasmitir la Fe?
 
 
Con el Año de la Fe, decretado por Benedicto XVI, comenzamos un camino como Iglesia Católica rumbo al reconocimiento y  profundización de nuestra Fe. Ya en febrero de 2007, con la encíclica Sacramentum Caritatis, el papa ponía de  manifiesto que el misterio de la Eucaristía, ‘centro de nuestra Fe’, tiene un triple misterio que debe de creerse, celebrarse y vivirse. De tal manera que el catequista no solo es aquel que recita cosas de memoria en su clase de catecismo, sino que su ministerio le lleva a buscar una verdadera Educación en la Fe para aquellos que a su experiencia se acobijan y, de forma que se vean fortalecidos por esta Fe. Pues ‘la Fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida’ (Lumen Fidei 53).

Ciertamente los primeros responsables de la catequesis son los padres de familia, sin embargo hoy en día los que caminan y ejercen este ministerio de la catequesis buscan entronizar en los niños cuatro cosas básicas y que todos debemos conocer, vivir y celebrar en el diario caminar de nuestra vida sacramentaria, a saber: el credo, los sacramentos, los mandamientos y la oración. A través de estos la Fe se cree, vive y celebra; porque no los catequistas no solo acompañan a los neófitos en el camino hacia el sacramento del sacramento de la Eucaristía, sino que a través de ellos la Iglesia provee a sus hijos con el mapa que los llevará siempre al encuentro con su Dios y Señor. En otras palabras la Fe que se inculca es como el camino a recorrer que se abre al encuentro con Dios vivo (Cfr. Luemen Fidei 46).

Que hermosa e importante tarea, trasmitir la memoria de la Iglesia: Jesús. Aun recuerdo cuando de mi catequista escuché la historia de Samuel, los cantos de animación, los siete sacramentos y el buscar mi perseverancia en la Fe. Tampoco puedo olvidar aquellos catequistas que me enseñaron página a página el Catecismo de la Iglesia Católica, ni los cursos sobre las personas divinas que mi párroco impartió en los años de preparación al Jubileo del 2000. Por eso que ahora que profundizo más de cerca en lo referente a la Fe no dejo de agradecer por la respuesta que dieron aquellas personas y por el tiempo que me dedicaron para aprender a caminar en esta senda de la Fe… Creo que hoy el Señor mas que nunca sigue llamando a sus hijos a trasmitir y vivir su eterno recuerdo del evento de la salvación. Espero muchos respondamos a este llamado y sirvamos en este ministerio… “Padre Bueno recompénsales su entrega y servicio”.
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En honor a mis primeros catequistas:
Olivia, Francis, Anita, Don Paco, Adelaida, Nacho, P. Juan Ángel.

viernes, 7 de junio de 2013

El rincón del silencio


El domingo, navegando un poco por el facebook, mientras esperaba un tiempo para acortar las distancias físicas con mi familia, me encontré con una fotografía que me conmovió hasta lo más profundo, me hizo recordar cuando me enamoré; se trataba de un pequeño rincón en la puerta del Templo parroquial en el que crecí tanto en mi Fe como físicamente, aunque en esto último debo confesar que no tanto. Allá por los años noventa solía, sábado tras sábado, pasarme un buen tiempo sentado fuera de mi parroquia, justamente en el pequeño escalón que da acceso al Templo y, recargado siempre en la columna de donde nace el campanario. Me gustaba ese lugar, creo que tiene algo de mágico; encerraba a la vez el ruido del trafico de la avenida que pasa a un costado del Templo, como el silencio que se producía al encontrarse uno mismo en esa soledad física donde no hay interlocutores, ajetreos, ni temores.
Realmente en ese lugar me enamoré, no puedo negarlo. ¡Ah cómo me encantaba pasar el tiempo en ese rincón! Mi rincón del silencio. Los ruidos y los silencios convenían en un solo sitio para dar paso al amor. Siempre sentado en aquel rincón solía observar la enorme pared blanca que se levantaba concediendo solo al final de esta un espacio para tres ventanas; mismas que dejaban pasar luz suficiente para iluminar el recinto sagrado donde se encontraba el Señor sacramentado.
Es cierto que al principio pensaba en muchas cosas, mis pensamientos iban y venían por los problemas y alegrías que había tenido en la semana; pensaba en los compañeros de la escuela, en los amigos, en el grupo parroquial, en fin; al pasar el tiempo comenzaba hablar de esto a Dios, imaginándome que mi pensamiento volaba recorriendo la pared blanca y al igual que la luz entraba en la capilla del Santísimo, así comencé a dar pasos en la oración. Sin embargo también me di cuenta que no necesitaba hablar siempre, sino que antes de hablar necesitaba escuchar. En ocasiones intente cantar algo en voz baja, pero desistí por dos sencillas razones, la primera es porque no se cantar y a mi juicio creo que nunca lo he hecho bien y, la segunda pues porque, debo confesar, nunca me ha gustado mucho el canto religioso, prefiero el canto litúrgico o sacro, que tampoco logro cantar bien. Una cosa si me quedaba clara, había que afinar el oído y el corazón para escuchar lo que Dios me decía en aquel lugar.
Aprendí también que en la oración hay dos cosas muy importantes Escuchar y Responder. Toda conversación consiste en una persona que emite un mensaje y otra que responde; así también es la oración. Nuestra respuesta no siempre es verbal, pues la mayoría de las veces nuestra respuesta en la oración debe ser la acción. Las personas viven a menudo llenas de prisas, de ruidos, de preocupaciones, que terminan olvidando hacer silencio. Me entristece ver todos los días a los jóvenes con audífonos todo el día; los encuentro en el camión cuando voy a la universidad, en la misma universidad y hasta para hacer ejercicio. Será muy difícil a alguien que no fue educado en el silencio poder hacer oración, pues aun cuando intente hacerla le será muy difícil mantener un dialogo con Dios, solo hablará de sí mismo y consigo mismo. En la dinámica de la oración tenemos que retraernos de nosotros mismos para hacerle un espacio a Dios; pues sin su presencia, solo se convierte en un monologo egoísta. El silencio nos ayuda a escuchar. Solo el que guarda silencio sabrá escuchar al otro; en el caso de la oración, debemos escuchar a Dios.
El primer mandamiento es Escuchar; Shemá Israel… Sólo el que escucha puede responder asertivamente. Enzo Bianchi, en su libro titulado ‘Por qué orar, Cómo orar’, dice que “la oración auténtica brota donde hay escucha”; pues de Dios es la Palabra, del hombre la escucha. Recordemos la respuesta que el joven Samuel dio a la voz que le llamaba: “habla Señor que tu siervo escucha” (1Sam 3,9). Nuevamente debo decir que sólo el que ha aprendido a guardar silencio podrá escuchar con claridad a Dios. En las parroquias muy a menudo se hacen retiros juveniles o de adultos para presentarles el Amor de Dios, cosa que es loable y preciosa, sin embargo resulta que el entusiasmo del encuentro con Dios dura sólo un tiempo y, poco a poco, las personas comienzan a abandonar los grupos. En cierta parte es lógico, pues ¿Cómo se puede mantener una relación si no se habla a menudo con el otro? ¿Cómo podemos mantener vivo el encuentro con Dios si no le volvemos a prestar atención? Recuerdo que en la adolescencia asistí a un encuentro de grupos juveniles a nivel regional, donde la cantidad de jóvenes era demasiado grande, sin embargo pude relacionarme con algunos de ellos, que prometimos escribirnos y telefonearnos, pero sólo hablamos en una ocasión así que terminamos por olvidar esa relación, yo incluso terminé olvidando los nombres. Lo mismo pasa en la relación con Dios, cuando no se les enseña a respetar esa relación con Dios, ha hacer una oración personal e intima con Dios, difícilmente podrán permanecer en los grupos; antes que las dinámicas y actividades pastorales necesitan encontrarse a diario con Dios. Romano Guardini dice que “el hombre más que de las cosas, tiene necesidad de Dios.”
La segunda cosa que el rincón del silencio, me enseño es a responder. Responder no es cosa sencilla, porque toda respuesta implica un verdadero convencimiento personal. A menudo me dice la gente que se les dificulta hacer oración, a lo que yo siempre pregunto lo mismo ¿Qué y cómo le hace? Me he dado cuenta que cuando hacen oración, la gente se pone de frente al Señor externándole la situación, sin embargo antes de comenzar a hacer la oración ellos ya tienen su propia respuesta, y creen saber qué es lo que tienen que hacer, sin embargo esa oración termina siendo un monólogo de ellos mismos en la que nunca dejan intervenir a Dios. De Dios viene toda respuesta, y nosotros debemos aprender a responder. La respuesta puede ser un simple rezo, un sentimiento de paz, o una acción. No podemos decir que hemos hablado con Dios y luego no hacer lo que él nos pide, eso no es una verdadera relación de amor. En el rincón del silencio hay que aprender a responder, a veces será difícil, sin embargo siempre será lo mejor para nosotros.
Definitivamente el rincón del silencio, fue un verdadero maestro de la oración, de éste aprendí a orar, a escuchar y responder y, la respuesta que di no ha sido fácil, sin embargo me ha traído una gran felicidad. Así que “cuando hagas oración entra en tu cuarto cierra la puerta y ora a tu padre que está allí en lo secreto” (Cfr. Mt 6,6).

sábado, 18 de mayo de 2013

De Babel a Pentecostés



Hace ya un buen tiempo me comentó Rodo sobre una reflexión que había hecho que, si mal no recuerdo, llevaba por título Don de lenguas; esta había sido una reflexión muy personal pero que compartió con algunos estampándola en el pizarrón de un alma peregrina (como es que subtitula su blog), el punto es que muchos le habían criticado, algunos bien, otros mal pues todos daban su opinión sobre lo que significaba este don. En resumen el texto expresaba que para él el verdadero don de lenguas era la caridad. Hoy al celebrar la Solemnidad de Pentecostés el Cardenal Sandoval nos decía que muchas veces la persona del Espíritu Santo es la más olvidada en la Iglesia y, que algunos hermanos lo han tomado como bandera diciendo orar al Espíritu Santo pero la mayoría de las veces se quedan más en los signos que en vivir la verdadera presencia del Espíritu en su vidas, pues lo que parece en un día una oración infundida por el mismo Espíritu al día siguiente su comportamiento dice totalmente lo contrario. Pero lo que más me llamó la atención fue cuando dijo “las lenguas del espíritu son dos la Fe y el Amor”.

Días atrás yo había reflexionado sobre la persona del Espíritu Santo en el pasaje de pentecostés y en el texto de Lumen Gentium 4, también trataba de incluir e mi oración personal algunas frases de los prefacios y anáforas de Misa. A esto me surgían las preguntas ¿Cómo habla el Espíritu Santo? ¿Cómo es que santifica a la Iglesia? ¿Cómo realmente tenemos que vivir en el Espíritu? Pero las palabras del cardenal me dieron cierta paz. Por una parte la Fe nos lleva a la unidad, pues podemos creer en muchas cosas pero al final todos buscamos la felicidad que no se acaba y que no tiene fin, es decir la santidad, y esta se encuentra solo en Dios de manera que si ponemos nuestra confianza en Dios, ciertamente la Fe nos llevará al otro, y en el otro está Cristo y en Cristo la Iglesia y juntos podemos ir al Padre. Y por la otra, la Caridad me llevará siempre a ser próximo para el otro; la caridad me dejará salir de mi mismo, de mi egoísmo y de mis falsos poderes y aspiraciones egoístas, para buscar la unidad con mi hermano. Es así que la Fe y la Caridad me dan Esperanza de una vida santamente feliz; pues el Padre con la fuerza del Espíritu Santo, da vida y santifica todo.

Hay que recordar que en el pasaje de la torre de Babel encontramos que el pueblo era de un mismo lenguaje, todos se entendían pero tratando de construir con sus propias manos un camino al cielo acabaron por destruir su misma capacidad de comprenderse recíprocamente (Benedicto XVI). Por otra parte, en el pasaje de Pentecostés encontramos que los discípulos de Jesús se encontraban reunidos con un mismo objetivo y al bajar el Espíritu Santo quedaron llenos de este y se pusieron a hablar en lenguas y cuando se congregó la gente cada uno les oía hablar en su propia lengua (Hch 2,1-13). Es decir que lo que se había dividido en babel se reunificaba en Pentecostés. Del pueblo dividido a la Iglesia unida en el Espíritu; como bien expresa el prefacio de la Anáfora de la reconciliación II, el Espíritu mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión. Es de esta manera que la unidad con el hermano es el signo por el que obra el Espíritu en la Iglesia.

Ciertamente muchos hermanos han presenciado en las asambleas de oración (carismática) una especie de lenguaje que no se comprende, muchas veces llamado don de lenguas o don espectacular; sin embargo muchos hermanos nuestros se quedan con este tipo de experiencia, dándole más importancia a “la manifestación” que se olvidan de escuchar o abrirse realmente al Espíritu. Hay que recordar que el Espíritu Santo, también es llamado “Espíritu de Amor”, y si Él es el Amor, definitivamente debe suponerse que quien se mueve en el espíritu debe amar. Más aun creo, en la personal, que si de alguien se dice haber hablado en lenguas, este alguien necesariamente no puede odiar, criticar o estar enemistado con otro pues como la hemos notado el Espíritu Santo nos lleva a la unidad, nos hace “que desaparezca todo obstáculo en el camino de la concordia”.

Recuerdo que en el catecismo me dijeron que los ‘dones del Espíritu’ son siete, a saber: Sabiduría Inteligencia, Fortaleza, Concejo, Ciencia, Piedad y Temor de Dios; pero el Catecismo de la Iglesia Católica, el cual creo que todos debemos de leer y estudiar en este Año de la Fe, dice que “Dios es Amor y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. Sin duda todos debemos estar orientados a buscar la unidad en la Iglesia, con el prójimo. Vivir los dones de Dios siempre nos llevará a ser testigos de Cristo para el hermano, aquellos que dan testimonio de la Nueva Vida en Cristo.

Las lenguas del Espíritu Santo son la Fe y el Amor decía el Cardenal Sandoval. Creo que hoy debemos de vivir y hablar en lenguas del Espíritu, pues solo la Fe y el amor garantizarán una verdadera obra de Dios en nuestras vidas, una verdadera transformación. La Fe y el Amor no pueden ser efímeras, llamaradas de petate como decimos coloquialmente, sino deben ser un verdadero proyecto de vida; dejar que el Espíritu hable significa que debemos entregarnos en el amor al otro, sin reservas. Sin embargo para que esto suceda debemos ser verdaderos Templos del Espíritu, donde él se mueva y gobierne, hable y renueve, inspire y vivifique. La tarea no es fácil. Hoy descubrimos un sinfín de comunidades, movimientos, grupos, etc. donde encontramos un auxilio, un espacio para poder orar, y en este ambiente expresamos nuestro sentir de Dios, hablamos de él y con él; pero la oración no llega a ser realmente una relación estable con Dios porque nuestro cuerpo no está dispuesto para ello, no es templo del Espíritu, pues preso muchas veces de la sensualidad y sexualidad o de cualquier otro tipo de placer, nos dejamos mover por un espíritu distinto, que no es el Espíritu de Dios, sino del egoísmo, de la sexualidad mal entendida, de la corrupción expresada de muchas maneras en todos los ambientes y en todas las edades.

Sin embargo el Espíritu santifica al hombre, a la Iglesia. Sus Lenguas de Fe y Amor son las que nos llevaran a tener un corazón indiviso y llenó del Espíritu. Hoy debemos pasar de ese corazón dividido y muchas veces prostituido al tenerlo puesto en ídolos como diría el papa Francisco y no en Dios, a un corazón completamente abandonado al Amor, al Espíritu que lo llena de Vida y de Paz. Sus Lenguas de Fe y Amor son motor de la Iglesia y del Hombre, pues sólo en el Espíritu podemos decir al Señor, Ven; solo en ellas nos atrevemos a ser verdaderos cristianos, y solo en Él tenemos la vida plena.

Felices Fiestas de Pentecostés, Feliz fiesta de la Unidad con el hermano, del amor al prójimo y de retorno a la Vida.

jueves, 25 de abril de 2013

Pecadores y Fariseos


Ver constantemente en el internet, en páginas de periódicos, en las redes sociales, en correos-cadenas, entre otros, una constante crítica contra la Autoridad, dígase civil, moral o religiosa; sobre todo en la persona del presidente o de cualquier político de izquierda o de derecha es algo que me ha cansado. Mucha gente levanta la mano para señalar el error de alguna palabra mal pronunciada en el caso de nuestro presidente, del error de alguien del gobierno, que en muchas ocasiones es un acto corrupto. Se señala al que se equivoca, al que roba, al que mata, al que expresa, etc. De antemano se que muchas ocasiones el levantar la mano y ‘denunciar’ o ‘anunciarlo’ es fruto de una desesperada impotencia contra aquello que nos molesta, nos lacera o peor aun nos vemos envueltos en tal o cual cosa porque nosotros mismos obramos también así.
Por una parte, me agrada que muchos amigos míos, incluso hasta compañeros hacen relecturas de los acontecimientos que vivimos en nuestra actividad organizacional: política y cívica; pues creo que el actor social, hoy por hoy, no debe ser solamente el político o el empresario sino todo ciudadano incluyendo a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes. Es muy bello conocer padres de familia que han enseñado a sus hijos a hacer con conciencia el ejercicio democrático del voto, más aun buscar el bien común ejerciendo sus derechos y deberes con respecto a la sociedad. En mi caso yo me siento afortunado de la familia en la que crecí por tantísimos ejemplos y virtudes que me han formado; por poner un ejemplo concreto, aprendí a amar mi colonia, las áreas verdes, cuando mi padre nos ponía a mi hermano y a mí, a quitar la hierba que había crecido en el parque de la colonia en la que crecíamos, o hacerle arriates a los árboles del parque, regarlos, entre otras tareas; todo esto sólo tenía por paga el placer de hacerlo, de haber contribuido con nuestra sociedad.
Hoy encontramos colegios que promueven un día para que los papás y sus hijos planten un árbol en algún bosque, pinten la escuela, limpien un terreno, entre otros, yo por mi parte el plantar un árbol lo aprendí de mi padre en la baqueta de nuestra casa. El trabajo de las escuelas es un gran esfuerzo porque se busca que el niño o adolescente se introduzca en la sociedad y aporte a ella; me refiero a que estas jornadas de trabajo que los colegios organizan son verdaderamente buenas dado que se lleva a los niños a la Pro-Acción.
Lamentablemente en las redes sociales, como ya he dicho arriba, se encuentra la crítica muchas más veces destructiva que constructiva o pro-activa. Solamente se señala pero no se compromete, aunque existen algunas gratas excepciones. Valoro en gran manera las frases, comentarios y demás, que nos proponen otras formas de caminar en la justicia y en el amor, tal como ConParticipación; aunque también me gusta leer los blogs de Nacho y Rodo.
San Juan en el evangelio nos cuenta que en cierta ocasión una multitud de escribas y fariseos le llevaron a una mujer que la habían sorprendido en flagrante adulterio y poniéndola en medio de todos los que allí se encontraban (Jesús, los que estaban con Jesús, los escribas y fariseos) sin más revelaron señalando su pecado, la falta que había cometido a la pureza y a la integridad de su persona y de la sociedad, en pocas palabras pusieron al desnudo su persona y pisotearon su buena fama. El texto dice que le preguntaron a Jesús qué hacer con ella pues la Ley mandaba lapidarla; sin duda alguna los escribas y fariseos tal vez querían hacer cumplir la Ley y tal vez salvaguardar el orden y la paz social del pueblo, sin embargo al parecer a los aplicadores de la Ley y a los ciudadanos de aquel pueblo se les había olvidado el bien y el respeto del hombre, de manera que no veían que con la sentencia se volvían igual o peor del que había cometido el pecado, se les había olvidado la experiencia de perdón y misericordia que Yahvé había tenido con ellos al rehacer la alianza tantas veces como ellos la quebrantaban… Las palabras pronunciadas por Jesús sonaron sorpresivas e inesperadas por los acusadores que señalaban a la mujer, tal vez porque esperaban por respuesta algo distinto para poder acusarlo, sin embargo la sentencia fue “el que no tenga pecado, que arrojé la primera piedra”; luego cuando se encontró a solas con la mujer le corrigió el camino: “Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, y en adelante no peques más” (Cfr. Jn 8, 1-11). San Juan apunta que los primeros en irse fueron los ancianos, curiosamente aquellos de los que se esperaba la sabiduría, la prudencia, el entender la vida, el amor al prójimo y el trabajo por acercar los hombres a Dios y a la sociedad. Cuando leo este pasaje joánico, me viene a la mente siempre los viejos del relato de la casta Susana, que por obedecer a sus pasiones fueron presos de la mentira y la difamación, además recuerdo a Daniel que les señaló, al pueblo, hacer un juicio justo. Por otra parte viene a mi memoria que “a nadie le es lícito lesionar ilegítimamente la buena fama de que alguien goza, ni violar el derecho de cada persona a proteger su propia intimidad” (CIC 220). Pero mi intención no es insistir en los ancianos del evangelio, sino reflexionar sobre nuestros juicios hacia los hermanos que han equivocado el camino de la justicia y que sus acciones nos han llevado a emitir nuestro juicio u opinión.
Por una parte el ser autoridad conlleva a siempre es estar sujetó a la opinión de los otros. Pero en el caso del evangelio la mujer no era autoridad, ni mucho menos pues para ese tiempo la mujer era ‘valorada’ como ahora; es decir que esta mujer había pecado, había cometido el error como ya se mencionó arriba, y la sociedad haciendo el juicio resolvía en la muerte de aquella, además de haberle destruido su buena fama al mostrar su pecado ante todos. En nuestro tiempo también solemos emitir juicios y opiniones; estos ¿Los hacemos buscando la muerte o el desnudo del otro? o ¿los hacemos como Jesús buscando la justicia y misericordia para el otro, respetando su dignidad? Ciertamente, cuando hablamos de las personas a quien consciente o inconscientemente hemos puesto como autoridad o simplemente estos no son los que nosotros quisiéramos, el juicio oscila entre la indiferencia, el descredito y por otra parte la crítica o el desnudo de sus errores que muchas veces va siempre acompañado de ira. Pero las palabras de Jesús son claras “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra” y el “Yo tampoco te condeno. Vete, y en adelante no peques más”. El juicio de Jesús a aquella mujer, a diferencia del de los ancianos y los fariseos, fue propositivo: en adelante no peques más.
Es imposible no emitir juicios o hacer críticas, por lo que sería bueno hacerlas desde Cristo, desde la misericordia y el perdón, desde la corrección fraterna, desde el respeto a la fama de los demás, desde la pro-acción como tantas personas y obras, que en lugar de estar señalando y desnudando a los demás ante la sociedad, se preocupan por buscar construir el tejido social o dicho de mejor manera: buscan seguir construyendo el Reino de Dios.
 

jueves, 14 de marzo de 2013

¡Viva el Papa!

Al terminar la clase con la Dra. Michelina Tenace, salí rápido del salón con el objetivo de llegar a la Plaza San Pedro, pues por la mañana tenía entendido que habría dos votaciones para la elección del nuevo Papa, al salir de la Universidad sentí unas ligeras gotas que se convirtieron en una lluvia constante, de manera que busque comprar un paraguas con alguno de los vendedores ambulantes. En la plaza había una gran cantidad de gente de todas partes. La emoción era grande por parte de todos, algunos comentaban que era muy difícil que se decidiera en la mañana, otros incluso especulaban que muy probablemente podría darse el jueves, incluso algunos decían que hasta podía darse el viernes por la mañana; sin embargo aun con estas opiniones tan diversas nadie abandonaba la Plaza. Después de unas par de horas se escuchó el murmullo de la gente indicando la noticia del humo negro. De manera que solo fue en ese momento cuando comenzamos a caminar hacia la calle para tomar el camión y regresar a casa. Por el camino comentamos de esto, así como también fue el tema central de la comida, nadie hablaba de otras cosas todos de intentaban dar sus opiniones, en ocasiones muy diversas; pero en lo que todos coincidíamos era que la elección de un Papa sólo es tarea del Espíritu Santo que guía a la Iglesia través de los cardenales.

Después de comer y después de un breve descanso, nos dirigimos algunos padres del Colegio y yo nuevamente hacia la Plaza San Pedro. Llegamos cerca de las 4:00 de la tarde; entramos por un costado y al levantar la vista, observamos que la Plaza estaba repleta de personas con sus paraguas abiertos por la lluvia de manera que se figuraba como un gran tapete multicolor que embellecía el corazón de la Iglesia, no cabía duda que era muchisima más gente que por la mañana, poco a poco nos fuimos abriendo paso entre la multitud, hasta que logramos encontrar un buen lugar y sobretodo cercano a la Basílica. Desde que salimos del Colegio Mexicano la lluvia no cesaba, pero esto no era motivo para que la gente siguiera llegando a la Plaza; San Pedro pasó un tiempo y decidí comenzar a rezar el rosario, le pedía a Dios que hablara a través de los cardenales de manera que suscitara un pastor que guiara con sencillez a la Iglesia y extendiera el Evangelio hasta los lugares donde aun no se conoce a Cristo. Cuando terminé rezar el rosario, comencé a observar a las personas que estaban a mis alrededores, sus rostros, sus expresiones, sus actitudes, todos coincidíamos en el mismo deseo: un Papa para la Iglesia en este mismo día; esto era sencillo de deducir pues todos volteaban constantemente a observar la fumata por donde saldría el humo que indicaba un papa para la Iglesia. Pasadas las 5:30 la gente se veía más relajada pues era muy probable que la primera votación de la tarde no era suficiente para la elección, de manera que había que esperar de las 6:30pm en adelante para observar que pasaba. Cuando llegó la hora se escuchó rápidamente los gritos de: Humo blanco, humo blanco, y todos comenzamos a movernos para ir hacía el frente, los rostros se veían felices, algunos acompañaban este gozo con algunas lágrimas. Y entonces la lluvia por fin había cedido. Cuando vi el humo blanco No lo podía creer, se me enchinó la piel, de mi rostro no se podía borrar la sonrisa y al Igual que todos grité: Habemus Papam! Habemus Papam! ¡Viva el Papa! En ese momento la Plaza se llenó de gran emoción; Yo intente tomar un par de fotos pero no podía lograrlo pues la emoción me invadía y no podía sostener la cámara con buen pulso; por otra parte todavía había que esperar cerca de una hora más para conocer quién sería nuestro nuevo Papa. Algunos jóvenes seguían gritando ¡Viva el Papa! ¡Viva el Papa! (es bueno hacer notar que en la Plaza había una cantidad enorme de jóvenes provenientes de muchas naciones). En ocasiones se escuchaba cantar como a una sola voz la Salve Regina;  pero la pregunta estaba hecha en cada persona ¿Quién será? ¿Cómo se llamará? Así pasó el tiempo, entre coros, gritos, vivas, y rezos, hasta que por fin se abrió la cortina y salió el cardenal diácono, en ese momento toda la gente hizo silencio absoluto, guardaba profunda atención para escuchar la voz nerviosa del Cardenal Jean-Lois Tauran: “Annuntio vobis gaudium magnum! Habemus Papam! Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Georgium Marium Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio qui sibi nomen imposuit Franciscum.

La gente estalló de emoción y se comenzó a corear el nombre de 'Francesco', 'Francesco', 'Francesco'. Y el momento esperado llegó, se abrió nuevamente la cortina salía la cruz procesional e inmediatamente después 'el Santo Padre' totalmente de Blanco, todos estábamos profundamente emocionados de verlo. Su saludo fue cálido y familiar: “hermanos y hermanas, buenas tardes”. Toda la gente al igual que yo estábamos asombrados por escucharlo hablar de una manera tan sencilla y familiar; el Papa de inmediato, nos pidió hacer oración por papa emérito Benedicto XVI, nos unimos todos con la oración que Jesús nos enseñó, con el avemaría y dimos gloria a Dios. El que nos pidiera orar por Benedicto nos alegró, y cómo no hacer oración por el Papa emérito que se ha crucificado a la cruz de Cristo y que allí se encuentra en continua oración por nosotros, por la Iglesia. Luego pidió que nosotros hiciéramos oración por él, y así lo hicimos. Creo que el pueblo entero se compenetraba con el pastor.

Las palabras de Su Santidad Francisco eran claras y sencillas. “Y ahora, comenzamos este camino: Obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro”. el mensaje era claro, es decir orar unos por otros hasta convertirnos en hermanos. A todos nos paso por la mente que estábamos ante un hombre muy sencillo y humilde. Ya en la casa me ponía a reflexionar que no solo teníamos de frente al Santo Padre sino a un verdadero hombre de oración fraternal, me refiero a un hombre que ha sabido ir de la comunión sacramental a la comunión fraternal. El gesto de Oración y fraternidad que tuvo y al cual nos movió con el Papa emérito hacía eco en las palabras de “Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro”.

Es difícil olvidar a un hombre sencillo y sabio como lo es el Papa emérito a quien amamos y por quien hemos sido formados en la Fe, más aun que nos ha dado un ejemplo de renuncia y desapego; como olvidar su rico magisterio, sus tantos libros tan sesillos y profundos, su Fe encarnada. Pero cuando en la Plaza se gritaba el nombre de Francesco o se saltaba de emoción por el humo blanco, quedaba claro como lo habíamos notado tiempo atrás en Visita de Benedicto a México, que la Iglesia ama y cree en el Papa independientemente de la persona que represente su ministerio; pues, "el Romano Pontífice  y sucesor de San Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (LG23). Es por eso que gritamos ¡Viva el Papa! Sea diocesano o religioso, italiano, polaco, alemán, latino u otro, siempre será el Papa y creo que jamás habrá un papa extranjero pues la Iglesia es siempre la Misa y la Única, el Papa siempre será el representante de Cristo en la Tierra, el Sucesor del Apóstol Pedro. ¡Viva el Papa!

jueves, 28 de febrero de 2013

¡Adiós Santo Padre!

Venía en el autobús cuando un compañero mío se subió y me dijo sin preámbulos: “ya sabes que renunció el Papa, lo acaban de decir, lo escuché en la editrice vaticana”. Yo no lo podía creer. Necesité de varios días para asimilar la noticia, aunque leyendo la carta de renuncia me dio serenidad y confianza, pues sabía que esto venía de Dios. Al llegar a la casa platiqué con el padre Marquitos al tiempo que escuchábamos las noticas en la radio, donde grandes teólogos como Bruno Forte entre otros compartían su opinión y nos hacían comprensible el acontecimiento; sin embargo tanto Marcos como Yo coincidíamos en que en ambos comenzaba a nacer un sentimiento de orfandad tras la dimisión del Santo Padre.

Desde el 11 de febrero este tema ocupó mi reflexión personal, además que toda la ciudad hablaba del acontecimiento; los maestros de la universidad daban sus puntos de reflexión acerca de la dimisión de Benedicto XVI, cada uno desde su rama: eclesiólogos, canonistas, etc. También la renuncia suscitó un sinfín de opiniones de los medios de comunicación, que iban desde las comparaciones con el Beato Juan Pablo II, hasta algunas que parecían muy personales pero aun con esto las lazaron al aire como criterio de verdad. Otras tantas personas inundaron el Facebook también con sus opiniones donde muchos le hicieron mala crítica y reprobaban la decisión que el Papa había tomado delante de Dios. Algunos de los que opinaron en facebook, días después, al parecer hicieron una relectura del acontecimiento y se arrepintieron de su opinión de manera que terminaron corrigiéndola o eliminándola. Otros tantos manifestaban su agradecimiento al Santo Padre. Con todo esto creo que la mayoría no leyó ninguna de las encíclicas que Su Santidad escribió, creo también que tal vez jamás leyeron algún libro o artículo de él por más pequeño que fuera; incluso que muchos tampoco a estas alturas han leído el mensaje para la cuaresma de este año. En fin me parece que realmente muchos desconocen a Joseph Ratzinger y por consecuencia a Benedicto XVI; desconocen que Ratzinger fue uno de los peritos hace 50 años en el Concilio Vaticano II y que hoy su pensamiento y voz es magisterio de la Iglesia.

Pero en mi reflexión y vivencia personal, valoraba la dimisión del Papa, su humildad, su hacerse un lado por el amor tan profundo que le tiene a Dios y a la Iglesia. También valoraba como el Papa casi a sus 79 años aceptó tomar el timón de la barca de Pedro, así como la fidelidad que guardaba al entonces Papa Juan Pablo II al ayudarle completa y enteramente en los problemas de la Iglesia cuando más necesaria le era la ayuda. Qué gran valor tiene este hombre. Hoy hay tantos que permanecen en sus cargos de poder y ansían el populismo y la reverencia, mientras que el Papa simplemente se hace un lado, al silencio, a la oración, a la soledad. Entre las cosas que reflexionaba en estos días tan intensos para la Iglesia, era también el pedirle a Dios que me diera la claridad de saber cuándo hacerme un lado para el bien de la Iglesia, de manera que no persiguiera o antepusiera mis comodidades mi bien estar, sino siempre la voluntad de Dios y el bien de su obra. Pensaba como en las naciones personas se aferran a sus cargos y se postulan una y otra vez mientras que él simplemente le deja el lugar a otro. Que contradicción, mientras que en las elecciones de hace dos días de este país algunos buscan nuevamente el puesto, Benedicto busca el bien de la Iglesia y deja su cargo.  

En muchos de mis compañeros he escuchado la misma pregunta que Yo me hago, ¿Cómo se sentirá, humanamente hablando, el Santo Padre,lejos del cansancio por el deterioro de la salud física, como el mismo nos lo ha dicho? Ciertamente él es un verdadero hombre de Fe, por lo que todo lo verá como gracia de Dios. Desde su sorpresiva notica he orado por él a diario; pero también he repasado cada una de sus catequesis que en este Año de la Fe nos ha enseñado, así como me dejé conducir la reflexión este Miércoles de Ceniza por su mensaje en la Audiencia general de ese mismo día.

Dentro de estos días ha surgido la interrogante de ¿Cómo debo despedirme del Santo Padre? Por lo que además de la Oración y meditar sus catequesis decidí acompañarle y rezar junto con él el Ángelus el domingo 24 de febrero, así como también asistir a su última Audiencia general en la Plaza san Pedro. El Domingo muy temprano nos encaminamos el padre Marcos y Yo a la Plaza Vaticana pues desde su balcón él dirige un mensaje y reza con los fieles que se congregan frente al balcón; ese día nos encontramos con una gran cantidad de gente, levantamos la vista para buscar dónde estaban nuestros compañeros del Colegio y pudimos ver a lo lejos que se veían unas banderas mexicanas, poco a poco nos fuimos abriendo el paso hasta que llegamos a donde ellos, algunos de los sacerdotes cantaban canciones típicas de México como cielito lindo, caminos de Michuacan, entre otras, haciéndose acompañar por algunos instrumentos, otros simplemente se unían con alguna manta o bandera. También se acercaron con nosotros otra gente de diferentes naciones a escuchar las canciones y a corear alguna parte de ellas. En la plaza había alegría y fiesta, hasta que observamos que abrían el balcón para dar comienzo al mensaje del papa y el rezo ángelus. En ese momento llegó el silencio y calma, luego salió el Santo Padre, dio el saludo, se escuchó el “Viva el Papa” por parte de los fieles congregados y nos dispusimos a escucharlo. Yo estaba completamente emocionado y atento a su voz, pero con un sentimiento de tristeza pues sabía que pronto ya no lo veríamos; en el mensaje el Papa decía que sentía como la Palabra de Dios particularmente le invitaba a él a abandonarse a subir al monte y orar, fue en ese momento cuando mis ojos se pusieron vidriosos, y nuevamente me vi sorprendido por la forma en que el Santo Padre trasmite la Palabra de Dios, pues su reflexión es clara, sencilla y profunda. Por el camino otros padres y yo compartíamos nuevamente del mensaje que nos había dirigido.

Todos esperaban el miércoles para asistir a la última Audiencia General con el Santo Padre, días atrás había llovido y hasta granizado pero ese día había salido el sol calentando el lugar y haciendo que todo luciera de maravilla. Había gente de todos lugares: alemanes, indianos, americanos, españoles, mexicanos brasileños, etc. Entramos a la Plaza san Pedro y encontramos lugar delante del obelisco; todo era una verdadera fiesta, se coreaban cantos, se rezaba, se lanzaban vivas y se agitaban las banderas. Al poco tiempo nos rodearon unas religiosas que traían una gran cantidad de jóvenes provenientes de España, la juventud se impuso en aquel lugar y algunos padres también coreamos junto con ellas cantos y porras. En un momento saqué mi rosario y comencé a rezar por todos aquellos que me habían pedido oración y obviamente por el Santo Padre, esta vez no estuve tan cerca de Su Santidad como en otros eventos, ni busqué sacar una gran cantidad de fotografías sino que me dediqué a disfrutar su magisterio y su presencia. El Papa comenzó a dar su catequesis y todo el pueblo guardo silencio, yo saqué mis gafas oscuras y me las puse porque era inevitable contener las lágrimas y la verdad no quería que me vieran. Coloqué el rosario en mi mano para que el Papa lo bendijera, y agradecía a Dios la oportunidad que me dio de aprender de él, de su humildad, de su magisterio, de su entrega generosa; luego hice la promesa de rezar por los cardenales electores al tiempo que observaba como el Papa se retiraba de la Plaza san Pedro. En el momento en que desalojábamos la plaza platicamos con muchas personas de otras partes y contemplamos el gran amor que la Iglesia le tiene a Benedicto XVI. Así fue cómo me despedí del Santo Padre.

Gracias Santidad por su entrega fiel, por no abandonar la Iglesia, por continuar abrazando la cruz, por darnos muestra de esa oración constante, gracias por su magisterio, por defender la Fe, por llevarnos desde el inicio de su pontificado recorriendo y trabajando las virtudes de la Caridad, la Esperanza y la Fe. Gracias por estos años en que nos guió hacia el encuentro con Cristo

Señor Jesús, tú que escuchaste a tantos que contigo se encontraban por el camino y les trajiste la felicidad, escucha con agrado la oración de tu siervo Benedicto XVI que dirigiéndose a ti te solicita el bien para nosotros que somos tu Iglesia, a él cuídalo y protégelo en este último tramo de camino hacia ti. Amén.   

martes, 19 de febrero de 2013

“Luto y Fiesta”




¡Cuánto dolor hay en el sufrimiento por perder un ser amado! ¡Cuánta tristeza hay en el adiós que le proporcionamos al que se despide, intentando siempre con este gesto proveerlo de nuestra compañía en cual cofre que esconde todo el amor de nuestra historia! Caminamos por la vida siempre viviéndola y disfrutándola de tal manera que si algo aprendemos en la misma es aferrarnos a ella, la cuidamos, procuramos y bendecimos; pero consientes que la línea de meta que cruzaremos porta y contiene para nosotros “el breve instante de la muerte”. Sin embargo sabemos que no es la línea de meta la que nos espera, sino el triunfo y coronamiento de nuestros andares que en carrera hemos recorrido por la vida. De tras de este breve instante de la muerte, que hora tras hora y día tras día cruzan los hombres, se encuentran los grandes, los que ahora disfrutan de la fiesta, los vencedores. Que dicha para aquel que la cruza pues encuentra a tantos que caminaron con él por la vida y que en su tiempo del mismo modo despidió con el adiós proveyéndole también de su amor y de su historia. El que cruza ahora toma parte del Todo, pues el que es Todo, todo le comparte.
 
Cuando asisto a algún sepelio, muy a menudo escucho de algunas personas que han acudido a la capilla funeraria las preguntas ¿Qué le digo? ¿Qué se dice en estos casos? O el clásico “no sé qué decirle”, refiriéndose a las palabras que han de expresarles a los deudos. Yo por mi parte prefiero no decir nada y sólo manifestarles la cercanía con un abrazo. Ciertamente este momento se torna difícil, dado que el dolor es grande. Pero por parte de Dios, dado el ministerio sacerdotal que se me ha encomendado, expreso pues la alegría que ha de tener la persona que ha cerrado los ojos para este mundo y los ha abierto para la vida eterna, donde no hay llanto, ni luto, ni dolor.
Tal vez desde mi condición de amigo, pariente, compañero o conocido no me gusta expresar frases porque, en primer lugar y la mayoría de las veces, el deudor no escucha o no está del todo dispuesto para realmente comprender todo el sentido de lo que se le quiere decir con nuestras palabras; en segundo lugar porque, siempre que muere alguien, he escuchado que se dicen un sinfín de frases que muchas de las veces son huecas o carecen de un verdadero sentido. No recuerdo a cuántos funerales he asistido, creo que bastantes, pero lo que sí recuerdo son las frases como: “hay que resignarse”, “él ya terminó”, entre otras. Sin embargo, soy un hombre de Fe, por tal motivo me pregunto ¿A qué hay que resignarse? Si sólo se resignan los que saben que ya todo está perdido, los que no tienen esperanza y, en otras palabras, los que no creen en la vida eterna; o también me pregunto sobre la persona que murió ¿ya terminó qué? Si apenas ha llegado a la Fiesta eterna.
Claro que el que ha muerto, goza de la fiesta que no se acaba y por lo tanto no sufre más; en cambio el deudo sí, pues la separación de la persona amada causa un enorme dolor en el que se queda, el no verlo físicamente, el no escucharlo más, el no entrar en relación física con él, ciertamente es causa de una gran tristeza y dolor que las lágrimas y la compañía de otros muchas de las veces no logran consolar. Los días siguientes al sepelio son dolorosos, hirientes a los que solo el hombre de Fe y Esperanza logra reponerse. La gente pasa mucho tiempo desgastándose en la pregunta de por qué sucedió así, incluso el pensar que todo ha sido un sueño, más aun que la persona amada en realidad no se ha ido físicamente y, con esto sólo se alarga la agonía; otras tantas personas tienen una visión muy negativa de la muerte y piensan que el ser querido está sufriendo, sin embargo con este tipo de pensamiento, solo se deja entrever que ya se ha emitido un juicio, que ellos mismos han hecho, sobre la persona que se ha muerto, llegando con este a la conclusión que el que ha muerto sufre por alguna enfermedad o malestar que le lacera.
Que difícil se vuelve esa dinámica de la muerte, mientras unos sufren el otro goza. Mientras unos contemplan la miseria de la caducidad del hombre, el que ha muerto contempla la plenitud de la vida. Mientras unos hacen luto otros hacen fiesta en el cielo. Creo que hoy hemos de poner especial atención en las palabras del Señor que dicen “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo” (Mt 25,34) y de vivir en la virtud de la Esperanza pues en ella fuimos salvados, así también dejar de lado la resignación y abrazar la Esperanza al manifestar la cercanía para con nuestros amigos que viven su momento de duelo.



 

martes, 12 de febrero de 2013

“a ustedes los llamo amigos”





Dicen que los amigos se pueden contar con los dedos de una sola mano, la verdad creo que no. En mi caso he experimentado la amistad profunda con otras personas y, al contarlos me he encuentro que mis dedos no fueron suficientes para contenerlos. Ciertamente hoy el término amistad se entiende de muchas maneras, algunas muy subjetivas y superficiales que en ocasiones demeritan la fuerza que contiene este término, tales como: amigos de parranda, amigos de la calle, amigos de redes sociales (amigos del Facebook), amigos por compromiso, amigos con derecho, entre otras tantas; en cambio para muchos de nosotros éste posee un valor incalculable. La Real Academia Española define amistad como el “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”.

Las amistades profundas no nacen de la noche a la mañana, sino que se forjan a lo largo del tiempo y de las experiencias cercanas, humanas y de fe. Creo que la amistad profunda se puede dar entre varón-varón, mujer-mujer y entre varón-mujer; más aun y de una forma más especial y sublime también se da la amistad entre Dios y el hombre. Algunos las llaman amistades verdaderas, a mi me gusta más llamarle “amistad fraterna”; es decir cuando la amistad llega a ese punto en que se vuelve una relación de familiaridad y comenzamos a vernos cercanos, familiarizados, hermanados. Este tipo de amistad es desinteresada, pues solo busca el bien común, siempre está expresada con tiempo juntos, perdón, justicia, corrección, confianza, acortar distancias, dejar otras cosas por la amistad, los detalles etc. Lamentablemente es entorpecida por la distancia y el egoísmo. El amor de amistad transformado en amor fraternal es bendición.

Las amistades en cierta parte nos definen, dicen algo de nosotros a los demás. Abraham, el patriarca, es llamado ‘amigo de Dios’ (St 2,23), su fe en Dios, su confianza en Él, su esperanza fiel, su no guardarse nada para si ni siquiera a su propio hijo, le hizo merecedor de tal título. La promesa de ser el padre de un gran pueblo se esfumaba en el sacrificio de su hijo Isaac, pero su confianza (amistad profunda) en Dios, su amigo, le trajo la bendición. La amistad que Dios nos reclama es la Fe en Él; esta fe debe manifestarse en compromiso, coherencia y consecuencia, tal como Juan el bautista que manifestó su amor-amistad en Jesús con su propia vida y no guardándose los discípulos para sí, sino indicándoles ellos el verdadero Mesías.

Los discípulos de Jesús fueron llamados a estar con Él (Mt 3,13). Solamente el que es capaz de estar en Dios, en su gracia, es capaz de responder a la oferta del amor sacrificial de Cristo. Dándole vuelta a las palabras “a ustedes los llamo amigos” pienso en el sentir de los apóstoles al escuchar de su maestro llamarles ‘amigos’. Que profunda alegría de los apóstoles y que profunda alegría de Jesús al saber que los que había llamado confiaban en él y hacían su voluntad: El amor; testificando después con la entrega de sus propias vidas su relación e unión con Cristo. Su amistad con Cristo los definió como Santos; porque conocían, confiaban y amaban a Cristo y su obra. ¡Qué amistad tan profunda!

La amistad con nuestros hermanos nos lleva a alegrarnos con sus alegrías, a sufrir sus sufrimientos, a recorrer junto con ellos el camino. Cada vez que nos amistamos con el otro imitamos la obra divina: El Hijo de Dios se hizo hombre por y para el bien del hombre. La amistad es sin duda alguna una entrega mutua, de uno a otro y viceversa.

En nuestros días se ha comercializado la amistad, en globos, teléfonos, dulces, entre otras, de manera que se llama amigo a aquel que se critica, se agrede, se ofende. Qué tristeza de destinar un día para la amistad y no todos. Ciertamente el día de la amistad nos hace recordar aquellos con los que hemos intercambiado parte de nuestra vida, pero no basta con un día o una parte, sino con la entrega total al otro; como Abraham, Juan el Bautista, los apóstoles.

El paso del tiempo me ha ido regalando muchas amistades fraternas, amistades profundas. La amistad que tengo con muchos de mis amigos y amigas más cercanos se ha forjado en el tiempo, en caminar juntos con un sinfín de experiencias de dolor y alegría, de trabajo y descanso, de estudio y esparcimiento, otras tantas se forjaron en relación común con el Amigo: Jesús. La experiencia de Fe me ha traído grandes amigos fraternos entre sacerdotes religiosos religiosas y laicos. La cercanía que tenemos con el Amigo, el hacer su voluntad, el amar su obra nos ha unido más que sepáranos. Alguno incluso ya platica con el Amigo y observa mi caminar desde la ventana del cielo.

La distancia física que intenta entorpecer las amistad que hecho con ellos he vencida por la llamada de teléfono, por el correo, por el apoyo, por el caminar conmigo cercanos a pesar del tiempo y la distancia. El agradecimiento profundo a todos ellos que al contarlos superan el número de mis dedos en las manos. Que sería sin ellos, que me han definido, que sería sin la amistad con Jesús que camina siempre conmigo en su camino. Que dicha el poder llamarle a alguien amigo. Que dicha la de los apóstoles de escuchar de Jesús llamarles amigos, que dicha es que nos haya llamado hacer su voluntad y, que dicha de tener como recompensa su amistad.

Más allá de los globos, del 14 de febrero, de la mercadotecnia, de los corazones y de las superficialidades que nos desfiguran el sentimiento y experiencia de amistad profunda, están las muestras de cariño, las lagrimas ante el dolor, los desvelos, las oraciones, las correcciones, la escucha atenta, el callarse para dejarte hablar, el respeto, el buscar siempre tu bien; sí, atrás de todas las superficialidad está la presencia y el amor del Amigo en nuestros amigos.



Un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de estimar su valor. Un amigo fiel es un bálsamo de vida, que encuentran los que temen al Señor. El que teme al Señor encamina bien su amistad, porque como es él, así también será su amigo”. (Eclo 6,14-17)