sábado, 18 de mayo de 2013

De Babel a Pentecostés



Hace ya un buen tiempo me comentó Rodo sobre una reflexión que había hecho que, si mal no recuerdo, llevaba por título Don de lenguas; esta había sido una reflexión muy personal pero que compartió con algunos estampándola en el pizarrón de un alma peregrina (como es que subtitula su blog), el punto es que muchos le habían criticado, algunos bien, otros mal pues todos daban su opinión sobre lo que significaba este don. En resumen el texto expresaba que para él el verdadero don de lenguas era la caridad. Hoy al celebrar la Solemnidad de Pentecostés el Cardenal Sandoval nos decía que muchas veces la persona del Espíritu Santo es la más olvidada en la Iglesia y, que algunos hermanos lo han tomado como bandera diciendo orar al Espíritu Santo pero la mayoría de las veces se quedan más en los signos que en vivir la verdadera presencia del Espíritu en su vidas, pues lo que parece en un día una oración infundida por el mismo Espíritu al día siguiente su comportamiento dice totalmente lo contrario. Pero lo que más me llamó la atención fue cuando dijo “las lenguas del espíritu son dos la Fe y el Amor”.

Días atrás yo había reflexionado sobre la persona del Espíritu Santo en el pasaje de pentecostés y en el texto de Lumen Gentium 4, también trataba de incluir e mi oración personal algunas frases de los prefacios y anáforas de Misa. A esto me surgían las preguntas ¿Cómo habla el Espíritu Santo? ¿Cómo es que santifica a la Iglesia? ¿Cómo realmente tenemos que vivir en el Espíritu? Pero las palabras del cardenal me dieron cierta paz. Por una parte la Fe nos lleva a la unidad, pues podemos creer en muchas cosas pero al final todos buscamos la felicidad que no se acaba y que no tiene fin, es decir la santidad, y esta se encuentra solo en Dios de manera que si ponemos nuestra confianza en Dios, ciertamente la Fe nos llevará al otro, y en el otro está Cristo y en Cristo la Iglesia y juntos podemos ir al Padre. Y por la otra, la Caridad me llevará siempre a ser próximo para el otro; la caridad me dejará salir de mi mismo, de mi egoísmo y de mis falsos poderes y aspiraciones egoístas, para buscar la unidad con mi hermano. Es así que la Fe y la Caridad me dan Esperanza de una vida santamente feliz; pues el Padre con la fuerza del Espíritu Santo, da vida y santifica todo.

Hay que recordar que en el pasaje de la torre de Babel encontramos que el pueblo era de un mismo lenguaje, todos se entendían pero tratando de construir con sus propias manos un camino al cielo acabaron por destruir su misma capacidad de comprenderse recíprocamente (Benedicto XVI). Por otra parte, en el pasaje de Pentecostés encontramos que los discípulos de Jesús se encontraban reunidos con un mismo objetivo y al bajar el Espíritu Santo quedaron llenos de este y se pusieron a hablar en lenguas y cuando se congregó la gente cada uno les oía hablar en su propia lengua (Hch 2,1-13). Es decir que lo que se había dividido en babel se reunificaba en Pentecostés. Del pueblo dividido a la Iglesia unida en el Espíritu; como bien expresa el prefacio de la Anáfora de la reconciliación II, el Espíritu mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión. Es de esta manera que la unidad con el hermano es el signo por el que obra el Espíritu en la Iglesia.

Ciertamente muchos hermanos han presenciado en las asambleas de oración (carismática) una especie de lenguaje que no se comprende, muchas veces llamado don de lenguas o don espectacular; sin embargo muchos hermanos nuestros se quedan con este tipo de experiencia, dándole más importancia a “la manifestación” que se olvidan de escuchar o abrirse realmente al Espíritu. Hay que recordar que el Espíritu Santo, también es llamado “Espíritu de Amor”, y si Él es el Amor, definitivamente debe suponerse que quien se mueve en el espíritu debe amar. Más aun creo, en la personal, que si de alguien se dice haber hablado en lenguas, este alguien necesariamente no puede odiar, criticar o estar enemistado con otro pues como la hemos notado el Espíritu Santo nos lleva a la unidad, nos hace “que desaparezca todo obstáculo en el camino de la concordia”.

Recuerdo que en el catecismo me dijeron que los ‘dones del Espíritu’ son siete, a saber: Sabiduría Inteligencia, Fortaleza, Concejo, Ciencia, Piedad y Temor de Dios; pero el Catecismo de la Iglesia Católica, el cual creo que todos debemos de leer y estudiar en este Año de la Fe, dice que “Dios es Amor y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. Sin duda todos debemos estar orientados a buscar la unidad en la Iglesia, con el prójimo. Vivir los dones de Dios siempre nos llevará a ser testigos de Cristo para el hermano, aquellos que dan testimonio de la Nueva Vida en Cristo.

Las lenguas del Espíritu Santo son la Fe y el Amor decía el Cardenal Sandoval. Creo que hoy debemos de vivir y hablar en lenguas del Espíritu, pues solo la Fe y el amor garantizarán una verdadera obra de Dios en nuestras vidas, una verdadera transformación. La Fe y el Amor no pueden ser efímeras, llamaradas de petate como decimos coloquialmente, sino deben ser un verdadero proyecto de vida; dejar que el Espíritu hable significa que debemos entregarnos en el amor al otro, sin reservas. Sin embargo para que esto suceda debemos ser verdaderos Templos del Espíritu, donde él se mueva y gobierne, hable y renueve, inspire y vivifique. La tarea no es fácil. Hoy descubrimos un sinfín de comunidades, movimientos, grupos, etc. donde encontramos un auxilio, un espacio para poder orar, y en este ambiente expresamos nuestro sentir de Dios, hablamos de él y con él; pero la oración no llega a ser realmente una relación estable con Dios porque nuestro cuerpo no está dispuesto para ello, no es templo del Espíritu, pues preso muchas veces de la sensualidad y sexualidad o de cualquier otro tipo de placer, nos dejamos mover por un espíritu distinto, que no es el Espíritu de Dios, sino del egoísmo, de la sexualidad mal entendida, de la corrupción expresada de muchas maneras en todos los ambientes y en todas las edades.

Sin embargo el Espíritu santifica al hombre, a la Iglesia. Sus Lenguas de Fe y Amor son las que nos llevaran a tener un corazón indiviso y llenó del Espíritu. Hoy debemos pasar de ese corazón dividido y muchas veces prostituido al tenerlo puesto en ídolos como diría el papa Francisco y no en Dios, a un corazón completamente abandonado al Amor, al Espíritu que lo llena de Vida y de Paz. Sus Lenguas de Fe y Amor son motor de la Iglesia y del Hombre, pues sólo en el Espíritu podemos decir al Señor, Ven; solo en ellas nos atrevemos a ser verdaderos cristianos, y solo en Él tenemos la vida plena.

Felices Fiestas de Pentecostés, Feliz fiesta de la Unidad con el hermano, del amor al prójimo y de retorno a la Vida.