jueves, 29 de marzo de 2012

Mensajero de Esperanza

El pasado fin de semana, me dirigí con unos amigos hacia León Guanajuato, con el fin de escuchar al Santo Padre Benedicto XVI, en su vista pastoral a nuestra nación mexicana. Tomamos carretera muy temprano para poder llegar hacia el mediodía a León. Durante el camino platicamos de muchas cosas, del mismo Santo Padre, de salidas a carretera, de viajes, de experiencias, entre otras tantas, con el fin de hacer más ameno el trayecto.  Sabiendo que sería muy complicado estar en todos los momentos en los que el Santo Padre dijera algún mensaje, buscamos estar en primer lugar en la Misa que presidiera en el parque bicentenario.



El Domingo 25 de marzo, nos dirigimos ceca de las 5:00am hacia el lugar conocido como ‘Puerto Interior’ donde abordaríamos el transporte que nos conduciría hacia el parque; al llegar nos encontramos con una larga fila para abordar los autobuses, hicimos fila alrededor de dos horas y media aproximadamente, y al fin abordamos el autobús; pasando unos cuarenta minutos de trayecto descendimos de este, para avanzar por una calle con acenso de un par de kilómetros. Durante este la multitud era incontable tres o cuatro carriles vehiculares de lado a lado llenos de feligreses que al igual que nosotros buscaban un sitio de donde poder celebrar la Santa Misa que el Papa presidiera.



Meses antes había tramitado el boleto y el permiso para concelebra junto con los demás sacerdotes cerca del Santo Padre; el boleto me llegó tres días antes del evento, sin embargo la multitud que al igual que yo avanzaba por los andenes a las afueras del parque no me permitió avanzar más. Entre los esfuerzos que hacía por llegar al lugar donde debería de estar fue el de mostrar mi boleto junto con la credencial que la Arquidiócesis de Monterrey me había proporcionado para el acceso a la concelebración, sin embargo aun con la amabilidad de los voluntarios que se había preparado para la organización de este evento con meses de anticipación, mismos que intentaban indicarme por donde habría de caminar no logre llegar al sitio que me aguardaba. Cuando uno de la seguridad del estado mayor me  dijo que ya no podía avanzar más porque ya estaba dada la orden de que no se diera paso a nadie, decidí concelebrar con la feligresía que me había abierto el espacio (conocido como corral) donde se encontraban ellos, creo que era la sección E7. Los corrales eran una especie de espacios delimitados por cables que contenían a un gran número de gente con el fin de ayudarles mediante pantallas sonido y visibilidad directa al lugar donde el Papa presidiera la Misa, cabe decir que estos lugares tenían atención médica, baños, voluntarios para cualquier cosa que se necesitara.



Por un momento me vino el desánimo al saber que había recorrido ya muchas horas de camino y esfuerzo para no poder llegar a la concelebración, pero en un intento por disipar el pesimismo comencé a sacar de la mochila: el alba, el cíngulo y la estola; comencé hacer oración al revestirme, me colgué al cuello la cámara fotográfica sabiendo que las tomas que hiciera serían muy lejanas. Cuando termine de prepárame para la celebración escuché un ahí viene dirigí la mirada hacia el lugar de la calle y pude ver que de una esquina salían corriendo unos hombres vestidos de negro y que el lugar por donde pasaban la gente se apiñaba y coreaba algunas frases como ¡Benedicto, Benedicto! ¡Benedicto México te ama! Luego pude ver que le papamóvil daba vuelta en la esquina y pasaría a uno dos metros de donde yo estaba. Comencé a orar por aquellos que me habían pedido oración al mismo tiempo aliste la cámara, se acercaba cada vez más me entro una emoción de esas que enchinan la piel y me dije es el Vicario de Cristo. Paso y me entro una paz entre todo el murmullo de la gente que me rodeaba. Me dije también valió la pena.

Pero ahí no quedo la cosa, sino que después de esto la gente que estaba a mí alrededor comenzó a acercarse conmigo para pedirme que si les podía confesar, en fin confesé como unas veinticinco personas. Luego comenzó la celebración y en automático acrecenté la atención para poder estar atento, pues para eso había ido y esperado tantas horas de pie para escuchar al Papa. Tengo que decir que aunque me emocionó ver al Santo Padre mi objetivo no era verlo sino escucharlo de viva voz. Su predicación me pareció excelente sobre todo cuando dijo: “Pues bien, en este monumento se representa a Cristo Rey. Pero las coronas que le acompañan, una de soberano y otra de espinas, indican que su realeza no es como muchos la entendieron y la entienden. Su reinado no consiste en el poder de sus ejércitos para someter a los demás por la fuerza o la violencia. Se funda en un poder más grande que gana los corazones: el amor de Dios que él ha traído al mundo con su sacrificio y la verdad de la que ha dado testimonio.” Pues mi pueblo mexicano hoy pasa por caminos muy tortuosos y muchos de mis hermanos han perdido la esperanza, sin embargo hemos de reconocer que nuestro Rey es Cristo. Y su reinado es de amor. Solo amando podríamos mejorar esta situación que tenemos, también hubo otra que frase que le escuché que aún resuena en mi corazón “Quedaba sólo confiar en la misericordia de Dios omnipotente y la esperanza de que él cambiara desde dentro, desde el corazón, una situación insoportable, oscura y sin futuro… abriéndose paso el recurso a la misericordia infinita del Señor, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cf. Ez 33,11). Un corazón puro, un corazón nuevo, es el que se reconoce impotente por sí mismo, y se pone en manos de Dios para seguir esperando en sus promesas.” En fin escucharlo me dio paz.



Hoy me considero afortunado de haberlo visto pero más de haberlo escuchado. Regrese el lunes por la mañana a Monterrey con el gozo de haber celebrado la Fe en torno al lugar donde nuestros hermanos mártires dieron testimonio del Amor hasta la muerte; en torno donde una gran multitud de mexicanos manifestamos nuestra Fe en Cristo y en donde nuestro Papa nos alentó en la esperanza. Hoy sigo gozando lo que Dios me permitió vivir.

martes, 20 de marzo de 2012

“Compartiendo la Vida”

En cierta ocasión el pino más grande de aquel lugar soltó una semilla que voló por los aires durante mucho tiempo hasta que cayó en un valle donde había otros pinos. Los pinos que ahí moraban no le dieron importancia, sin embargo a la vuelta de un año aquella semilla se había convertido en un pequeño pinito, unos se asombraron de que hubiera podido nacer en aquel frió invierno. Algunos de los pinos solo decían –falta que pueda sobrevivir a la helada, no lo logrará-  y otros solamente lo ignoraban. Paso la helada y el pinito empezó a crecer y comenzó a aprender a vivir en aquella familia de pinos y, aunque eran distintos a él, hacía lo posible por comunicarse con ellos y vivir según sus costumbres.

Un cierto día llego la época invernal y todos los pinos empezaron a decorarse con piñones y sujetando nieve. El solo los observaba hasta que se atrevió a preguntar por qué lo hacían. Muchos le dieron diferentes respuestas. Aunque todos coincidían que era por tradición. Al día siguiente nuestro amigo trató de hacer lo mismo sin embargo el sólo daba bellotas; y todos los pinos se burlaban de él. Algunos le decían –si quieres más semillas yo te puedo dar-; otros solo pensaban, para que quiere tanta semilla si ni siquiera lucen bien y se caen fácilmente, aquí es muy difícil que crezcan, ya somos muchos.

Pasaron unos días y el pinto se llenó de una gran cantidad de semillas que con la ayuda del viento lanzo lejos de aquel lugar. Todos al ver el acontecimiento se echaron a reír, uno de ellos le dijo: - mira lo que pasó, ahora ni siquiera las semillas van a embellecerte. Te has quedado sin nada.- Pero el pinito al escucharlo le respondió: no amigo; no es así. Del lugar donde yo vengo no nos importa lo mucho que podamos arreglarnos; aunque es muy importante enseñar lo mejor de nosotros a los demás, creemos que hay más felicidad en lo que podamos dar; cuando yo llegué aquí yo también era una simple semilla, y llegué gracias a que mi padre me envió hacia este lugar y se lo agradezco porque aquí me enseñaron amar y a pertenecer a una familia, sin embargo también vine con una misión. Cual –preguntó el otro pino-. Muy sencillo, “el dar vida”; cuando llegue la semilla que yo arrojé a otra parte también nacerá en una nueva familia y, esta hará lo mismo, pero también hará una cosa que yo aprendí aquí. Es decir que cuando llegué el invierno también se decorará como nosotros –dijo el otro pino. Así es –contesto nuestro amigo- pues aunque yo se dar vida, aquí me enseñaron a mostrar lo mejor de mí a los demás, y siempre ser ejemplo para los demás.

El tiempo paso y al año siguiente los pinos volvieron a decorarse y adornarse para el invierno, sin embargo ahora también echaban muchas semillas para comunicar su forma de amar a otras partes.
“Mayor es la felicidad cuando compartimos nuestra propia vida”

"Hay mayor alegría en dar que en recibir" (Hch 20,35)





miércoles, 14 de marzo de 2012

“El camino de la concordia”

Me sigue llenado de emoción el rezar las palabras de la Plegaria Eucarística sobre la Reconciliación II, que es en muchas parroquias poco utilizada por sus pastores: “…que desaparezca todo obstáculo en el camino de la concordia…”, mismas que me hacen recordar a personas que sumidos en su intimidad, se fijan como meta el poder reconciliarse con aquellos que les han ofendido o, que venciendo el cáncer del rencor y en ocasiones de vergüenza salen de sí mismos para externar y extender su pena y disculpa por corregir el momento en el que quebrantaron la comunión con su hermano.

La palabra concordia me lleva a pensar en armonía, en pacto de amor, en retorno a la comunión, en saber que es de mayor importancia el hombre que sus acciones. La actitud del Buen Ladrón en la cruz, al saber que es más trascendental amistarse nuevamente con su Señor, que aferrase a aquello que lo estaba llevando a la muerte (como el otro ladrón) y así poner fin al gran abismo que se hacía cada vez más grande al ejecutar cada acto que lo apartaba de la bondad de su creador es, sin duda alguna, recompensada con las palabras reconfortantes de Jesús “hoy mismo estarás con migo en el paraíso”. Que asombroso beneficio trae consigo el gesto de buscar la concordia.

Ahora bien, aun cuando muchos hombres buscan establecer pactos y alianza s de paz, derecho, amor, solidaridad, etc. para con sus prójimos, nos resulta casi en automático el poder también descubrir que los obstáculos se hacen cada vez más pesados y mayores en número. Obstáculos que deben desaparecer en el camino hacia el hermano ha de ser los rencores, los insultos, los malos entendidos, el egoísmo, la violencia, el ver las cosas buscando encontrar maldad donde no la hay. Que difícil se vuelve el camino cuando anteponemos nuestros propios intereses; cuantos obstáculos existen para lograr pactos de amor, cuando no sabemos dejar pasar las peripecias y sin sabores de los roces laborales, en la toma de decisiones en donde se pone en juego la autoridad de padre o la madre.

Solo el dejarse mover por el espíritu que nos impulsa a voltear a ver a Cristo, en cualquiera de sus expresiones: oración, prójimo, compromiso, comunión amistad, entre otros, nos lleva inmediatamente a poder vencer el obstáculo que se nos atraviesa en el camino y entonces recibir el premio que nos ha prometido el Señor: la Salvación.

Bien canta el Pregón Pascual en la Noche Santa de la Vigilia Pascual: …esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos….” Es la pasión del Señor, su muerte y resurrección la que nos trae de nuevo la comunión, la salvación, el retorno a los hermanos, la paz en la conciencia. Que importante era para el Hijo menor del evangelio de Lucas 15, el poder volver hacer la comunión con su padre, aunque fuera como un simple jornalero, y que importante era para el padre hacer la concordia entre él, el mayor y el menor de sus hijos, pues si el hermano mayor lleno de amargura y de rabia, no se convierta y no se reconcilie con el padre y con el hermano, el banquete no será aún en plenitud la fiesta del encuentro y del hallazgo”.

Vencer los obstáculos es vencernos a nosotros mismos, es caminar en el camino de la concordia, en el pacto de amor que trae consigo la salvación; Y en la vida eterna el aprovechar el festín del banquete eterno.