Me sigue llenado de emoción el rezar las palabras de la Plegaria Eucarística sobre la Reconciliación II, que es en muchas parroquias poco utilizada por sus pastores: “…que desaparezca todo obstáculo en el camino de la concordia…”, mismas que me hacen recordar a personas que sumidos en su intimidad, se fijan como meta el poder reconciliarse con aquellos que les han ofendido o, que venciendo el cáncer del rencor y en ocasiones de vergüenza salen de sí mismos para externar y extender su pena y disculpa por corregir el momento en el que quebrantaron la comunión con su hermano.
La palabra concordia me lleva a pensar en armonía, en pacto de amor, en retorno a la comunión, en saber que es de mayor importancia el hombre que sus acciones. La actitud del Buen Ladrón en la cruz, al saber que es más trascendental amistarse nuevamente con su Señor, que aferrase a aquello que lo estaba llevando a la muerte (como el otro ladrón) y así poner fin al gran abismo que se hacía cada vez más grande al ejecutar cada acto que lo apartaba de la bondad de su creador es, sin duda alguna, recompensada con las palabras reconfortantes de Jesús “hoy mismo estarás con migo en el paraíso”. Que asombroso beneficio trae consigo el gesto de buscar la concordia.
Ahora bien, aun cuando muchos hombres buscan establecer pactos y alianza s de paz, derecho, amor, solidaridad, etc. para con sus prójimos, nos resulta casi en automático el poder también descubrir que los obstáculos se hacen cada vez más pesados y mayores en número. Obstáculos que deben desaparecer en el camino hacia el hermano ha de ser los rencores, los insultos, los malos entendidos, el egoísmo, la violencia, el ver las cosas buscando encontrar maldad donde no la hay. Que difícil se vuelve el camino cuando anteponemos nuestros propios intereses; cuantos obstáculos existen para lograr pactos de amor, cuando no sabemos dejar pasar las peripecias y sin sabores de los roces laborales, en la toma de decisiones en donde se pone en juego la autoridad de padre o la madre.
Solo el dejarse mover por el espíritu que nos impulsa a voltear a ver a Cristo, en cualquiera de sus expresiones: oración, prójimo, compromiso, comunión amistad, entre otros, nos lleva inmediatamente a poder vencer el obstáculo que se nos atraviesa en el camino y entonces recibir el premio que nos ha prometido el Señor: la Salvación.
Bien canta el Pregón Pascual en la Noche Santa de la Vigilia Pascual: “…esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos….” Es la pasión del Señor, su muerte y resurrección la que nos trae de nuevo la comunión, la salvación, el retorno a los hermanos, la paz en la conciencia. Que importante era para el Hijo menor del evangelio de Lucas 15, el poder volver hacer la comunión con su padre, aunque fuera como un simple jornalero, y que importante era para el padre hacer la concordia entre él, el mayor y el menor de sus hijos, pues si el hermano mayor “lleno de amargura y de rabia, no se convierta y no se reconcilie con el padre y con el hermano, el banquete no será aún en plenitud la fiesta del encuentro y del hallazgo”.
Vencer los obstáculos es vencernos a nosotros mismos, es caminar en el camino de la concordia, en el pacto de amor que trae consigo la salvación; Y en la vida eterna el aprovechar el festín del banquete eterno.
"El perdón es el agua que apaga los incendios del alma" terapéutico y sobre todo, necesario. :) Solo el que perdona y DECIDE vivir en la concordia sabe cuánto gana con ello. Buena noche!
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