viernes, 7 de junio de 2013

El rincón del silencio


El domingo, navegando un poco por el facebook, mientras esperaba un tiempo para acortar las distancias físicas con mi familia, me encontré con una fotografía que me conmovió hasta lo más profundo, me hizo recordar cuando me enamoré; se trataba de un pequeño rincón en la puerta del Templo parroquial en el que crecí tanto en mi Fe como físicamente, aunque en esto último debo confesar que no tanto. Allá por los años noventa solía, sábado tras sábado, pasarme un buen tiempo sentado fuera de mi parroquia, justamente en el pequeño escalón que da acceso al Templo y, recargado siempre en la columna de donde nace el campanario. Me gustaba ese lugar, creo que tiene algo de mágico; encerraba a la vez el ruido del trafico de la avenida que pasa a un costado del Templo, como el silencio que se producía al encontrarse uno mismo en esa soledad física donde no hay interlocutores, ajetreos, ni temores.
Realmente en ese lugar me enamoré, no puedo negarlo. ¡Ah cómo me encantaba pasar el tiempo en ese rincón! Mi rincón del silencio. Los ruidos y los silencios convenían en un solo sitio para dar paso al amor. Siempre sentado en aquel rincón solía observar la enorme pared blanca que se levantaba concediendo solo al final de esta un espacio para tres ventanas; mismas que dejaban pasar luz suficiente para iluminar el recinto sagrado donde se encontraba el Señor sacramentado.
Es cierto que al principio pensaba en muchas cosas, mis pensamientos iban y venían por los problemas y alegrías que había tenido en la semana; pensaba en los compañeros de la escuela, en los amigos, en el grupo parroquial, en fin; al pasar el tiempo comenzaba hablar de esto a Dios, imaginándome que mi pensamiento volaba recorriendo la pared blanca y al igual que la luz entraba en la capilla del Santísimo, así comencé a dar pasos en la oración. Sin embargo también me di cuenta que no necesitaba hablar siempre, sino que antes de hablar necesitaba escuchar. En ocasiones intente cantar algo en voz baja, pero desistí por dos sencillas razones, la primera es porque no se cantar y a mi juicio creo que nunca lo he hecho bien y, la segunda pues porque, debo confesar, nunca me ha gustado mucho el canto religioso, prefiero el canto litúrgico o sacro, que tampoco logro cantar bien. Una cosa si me quedaba clara, había que afinar el oído y el corazón para escuchar lo que Dios me decía en aquel lugar.
Aprendí también que en la oración hay dos cosas muy importantes Escuchar y Responder. Toda conversación consiste en una persona que emite un mensaje y otra que responde; así también es la oración. Nuestra respuesta no siempre es verbal, pues la mayoría de las veces nuestra respuesta en la oración debe ser la acción. Las personas viven a menudo llenas de prisas, de ruidos, de preocupaciones, que terminan olvidando hacer silencio. Me entristece ver todos los días a los jóvenes con audífonos todo el día; los encuentro en el camión cuando voy a la universidad, en la misma universidad y hasta para hacer ejercicio. Será muy difícil a alguien que no fue educado en el silencio poder hacer oración, pues aun cuando intente hacerla le será muy difícil mantener un dialogo con Dios, solo hablará de sí mismo y consigo mismo. En la dinámica de la oración tenemos que retraernos de nosotros mismos para hacerle un espacio a Dios; pues sin su presencia, solo se convierte en un monologo egoísta. El silencio nos ayuda a escuchar. Solo el que guarda silencio sabrá escuchar al otro; en el caso de la oración, debemos escuchar a Dios.
El primer mandamiento es Escuchar; Shemá Israel… Sólo el que escucha puede responder asertivamente. Enzo Bianchi, en su libro titulado ‘Por qué orar, Cómo orar’, dice que “la oración auténtica brota donde hay escucha”; pues de Dios es la Palabra, del hombre la escucha. Recordemos la respuesta que el joven Samuel dio a la voz que le llamaba: “habla Señor que tu siervo escucha” (1Sam 3,9). Nuevamente debo decir que sólo el que ha aprendido a guardar silencio podrá escuchar con claridad a Dios. En las parroquias muy a menudo se hacen retiros juveniles o de adultos para presentarles el Amor de Dios, cosa que es loable y preciosa, sin embargo resulta que el entusiasmo del encuentro con Dios dura sólo un tiempo y, poco a poco, las personas comienzan a abandonar los grupos. En cierta parte es lógico, pues ¿Cómo se puede mantener una relación si no se habla a menudo con el otro? ¿Cómo podemos mantener vivo el encuentro con Dios si no le volvemos a prestar atención? Recuerdo que en la adolescencia asistí a un encuentro de grupos juveniles a nivel regional, donde la cantidad de jóvenes era demasiado grande, sin embargo pude relacionarme con algunos de ellos, que prometimos escribirnos y telefonearnos, pero sólo hablamos en una ocasión así que terminamos por olvidar esa relación, yo incluso terminé olvidando los nombres. Lo mismo pasa en la relación con Dios, cuando no se les enseña a respetar esa relación con Dios, ha hacer una oración personal e intima con Dios, difícilmente podrán permanecer en los grupos; antes que las dinámicas y actividades pastorales necesitan encontrarse a diario con Dios. Romano Guardini dice que “el hombre más que de las cosas, tiene necesidad de Dios.”
La segunda cosa que el rincón del silencio, me enseño es a responder. Responder no es cosa sencilla, porque toda respuesta implica un verdadero convencimiento personal. A menudo me dice la gente que se les dificulta hacer oración, a lo que yo siempre pregunto lo mismo ¿Qué y cómo le hace? Me he dado cuenta que cuando hacen oración, la gente se pone de frente al Señor externándole la situación, sin embargo antes de comenzar a hacer la oración ellos ya tienen su propia respuesta, y creen saber qué es lo que tienen que hacer, sin embargo esa oración termina siendo un monólogo de ellos mismos en la que nunca dejan intervenir a Dios. De Dios viene toda respuesta, y nosotros debemos aprender a responder. La respuesta puede ser un simple rezo, un sentimiento de paz, o una acción. No podemos decir que hemos hablado con Dios y luego no hacer lo que él nos pide, eso no es una verdadera relación de amor. En el rincón del silencio hay que aprender a responder, a veces será difícil, sin embargo siempre será lo mejor para nosotros.
Definitivamente el rincón del silencio, fue un verdadero maestro de la oración, de éste aprendí a orar, a escuchar y responder y, la respuesta que di no ha sido fácil, sin embargo me ha traído una gran felicidad. Así que “cuando hagas oración entra en tu cuarto cierra la puerta y ora a tu padre que está allí en lo secreto” (Cfr. Mt 6,6).