jueves, 28 de febrero de 2013

¡Adiós Santo Padre!

Venía en el autobús cuando un compañero mío se subió y me dijo sin preámbulos: “ya sabes que renunció el Papa, lo acaban de decir, lo escuché en la editrice vaticana”. Yo no lo podía creer. Necesité de varios días para asimilar la noticia, aunque leyendo la carta de renuncia me dio serenidad y confianza, pues sabía que esto venía de Dios. Al llegar a la casa platiqué con el padre Marquitos al tiempo que escuchábamos las noticas en la radio, donde grandes teólogos como Bruno Forte entre otros compartían su opinión y nos hacían comprensible el acontecimiento; sin embargo tanto Marcos como Yo coincidíamos en que en ambos comenzaba a nacer un sentimiento de orfandad tras la dimisión del Santo Padre.

Desde el 11 de febrero este tema ocupó mi reflexión personal, además que toda la ciudad hablaba del acontecimiento; los maestros de la universidad daban sus puntos de reflexión acerca de la dimisión de Benedicto XVI, cada uno desde su rama: eclesiólogos, canonistas, etc. También la renuncia suscitó un sinfín de opiniones de los medios de comunicación, que iban desde las comparaciones con el Beato Juan Pablo II, hasta algunas que parecían muy personales pero aun con esto las lazaron al aire como criterio de verdad. Otras tantas personas inundaron el Facebook también con sus opiniones donde muchos le hicieron mala crítica y reprobaban la decisión que el Papa había tomado delante de Dios. Algunos de los que opinaron en facebook, días después, al parecer hicieron una relectura del acontecimiento y se arrepintieron de su opinión de manera que terminaron corrigiéndola o eliminándola. Otros tantos manifestaban su agradecimiento al Santo Padre. Con todo esto creo que la mayoría no leyó ninguna de las encíclicas que Su Santidad escribió, creo también que tal vez jamás leyeron algún libro o artículo de él por más pequeño que fuera; incluso que muchos tampoco a estas alturas han leído el mensaje para la cuaresma de este año. En fin me parece que realmente muchos desconocen a Joseph Ratzinger y por consecuencia a Benedicto XVI; desconocen que Ratzinger fue uno de los peritos hace 50 años en el Concilio Vaticano II y que hoy su pensamiento y voz es magisterio de la Iglesia.

Pero en mi reflexión y vivencia personal, valoraba la dimisión del Papa, su humildad, su hacerse un lado por el amor tan profundo que le tiene a Dios y a la Iglesia. También valoraba como el Papa casi a sus 79 años aceptó tomar el timón de la barca de Pedro, así como la fidelidad que guardaba al entonces Papa Juan Pablo II al ayudarle completa y enteramente en los problemas de la Iglesia cuando más necesaria le era la ayuda. Qué gran valor tiene este hombre. Hoy hay tantos que permanecen en sus cargos de poder y ansían el populismo y la reverencia, mientras que el Papa simplemente se hace un lado, al silencio, a la oración, a la soledad. Entre las cosas que reflexionaba en estos días tan intensos para la Iglesia, era también el pedirle a Dios que me diera la claridad de saber cuándo hacerme un lado para el bien de la Iglesia, de manera que no persiguiera o antepusiera mis comodidades mi bien estar, sino siempre la voluntad de Dios y el bien de su obra. Pensaba como en las naciones personas se aferran a sus cargos y se postulan una y otra vez mientras que él simplemente le deja el lugar a otro. Que contradicción, mientras que en las elecciones de hace dos días de este país algunos buscan nuevamente el puesto, Benedicto busca el bien de la Iglesia y deja su cargo.  

En muchos de mis compañeros he escuchado la misma pregunta que Yo me hago, ¿Cómo se sentirá, humanamente hablando, el Santo Padre,lejos del cansancio por el deterioro de la salud física, como el mismo nos lo ha dicho? Ciertamente él es un verdadero hombre de Fe, por lo que todo lo verá como gracia de Dios. Desde su sorpresiva notica he orado por él a diario; pero también he repasado cada una de sus catequesis que en este Año de la Fe nos ha enseñado, así como me dejé conducir la reflexión este Miércoles de Ceniza por su mensaje en la Audiencia general de ese mismo día.

Dentro de estos días ha surgido la interrogante de ¿Cómo debo despedirme del Santo Padre? Por lo que además de la Oración y meditar sus catequesis decidí acompañarle y rezar junto con él el Ángelus el domingo 24 de febrero, así como también asistir a su última Audiencia general en la Plaza san Pedro. El Domingo muy temprano nos encaminamos el padre Marcos y Yo a la Plaza Vaticana pues desde su balcón él dirige un mensaje y reza con los fieles que se congregan frente al balcón; ese día nos encontramos con una gran cantidad de gente, levantamos la vista para buscar dónde estaban nuestros compañeros del Colegio y pudimos ver a lo lejos que se veían unas banderas mexicanas, poco a poco nos fuimos abriendo el paso hasta que llegamos a donde ellos, algunos de los sacerdotes cantaban canciones típicas de México como cielito lindo, caminos de Michuacan, entre otras, haciéndose acompañar por algunos instrumentos, otros simplemente se unían con alguna manta o bandera. También se acercaron con nosotros otra gente de diferentes naciones a escuchar las canciones y a corear alguna parte de ellas. En la plaza había alegría y fiesta, hasta que observamos que abrían el balcón para dar comienzo al mensaje del papa y el rezo ángelus. En ese momento llegó el silencio y calma, luego salió el Santo Padre, dio el saludo, se escuchó el “Viva el Papa” por parte de los fieles congregados y nos dispusimos a escucharlo. Yo estaba completamente emocionado y atento a su voz, pero con un sentimiento de tristeza pues sabía que pronto ya no lo veríamos; en el mensaje el Papa decía que sentía como la Palabra de Dios particularmente le invitaba a él a abandonarse a subir al monte y orar, fue en ese momento cuando mis ojos se pusieron vidriosos, y nuevamente me vi sorprendido por la forma en que el Santo Padre trasmite la Palabra de Dios, pues su reflexión es clara, sencilla y profunda. Por el camino otros padres y yo compartíamos nuevamente del mensaje que nos había dirigido.

Todos esperaban el miércoles para asistir a la última Audiencia General con el Santo Padre, días atrás había llovido y hasta granizado pero ese día había salido el sol calentando el lugar y haciendo que todo luciera de maravilla. Había gente de todos lugares: alemanes, indianos, americanos, españoles, mexicanos brasileños, etc. Entramos a la Plaza san Pedro y encontramos lugar delante del obelisco; todo era una verdadera fiesta, se coreaban cantos, se rezaba, se lanzaban vivas y se agitaban las banderas. Al poco tiempo nos rodearon unas religiosas que traían una gran cantidad de jóvenes provenientes de España, la juventud se impuso en aquel lugar y algunos padres también coreamos junto con ellas cantos y porras. En un momento saqué mi rosario y comencé a rezar por todos aquellos que me habían pedido oración y obviamente por el Santo Padre, esta vez no estuve tan cerca de Su Santidad como en otros eventos, ni busqué sacar una gran cantidad de fotografías sino que me dediqué a disfrutar su magisterio y su presencia. El Papa comenzó a dar su catequesis y todo el pueblo guardo silencio, yo saqué mis gafas oscuras y me las puse porque era inevitable contener las lágrimas y la verdad no quería que me vieran. Coloqué el rosario en mi mano para que el Papa lo bendijera, y agradecía a Dios la oportunidad que me dio de aprender de él, de su humildad, de su magisterio, de su entrega generosa; luego hice la promesa de rezar por los cardenales electores al tiempo que observaba como el Papa se retiraba de la Plaza san Pedro. En el momento en que desalojábamos la plaza platicamos con muchas personas de otras partes y contemplamos el gran amor que la Iglesia le tiene a Benedicto XVI. Así fue cómo me despedí del Santo Padre.

Gracias Santidad por su entrega fiel, por no abandonar la Iglesia, por continuar abrazando la cruz, por darnos muestra de esa oración constante, gracias por su magisterio, por defender la Fe, por llevarnos desde el inicio de su pontificado recorriendo y trabajando las virtudes de la Caridad, la Esperanza y la Fe. Gracias por estos años en que nos guió hacia el encuentro con Cristo

Señor Jesús, tú que escuchaste a tantos que contigo se encontraban por el camino y les trajiste la felicidad, escucha con agrado la oración de tu siervo Benedicto XVI que dirigiéndose a ti te solicita el bien para nosotros que somos tu Iglesia, a él cuídalo y protégelo en este último tramo de camino hacia ti. Amén.   

martes, 19 de febrero de 2013

“Luto y Fiesta”




¡Cuánto dolor hay en el sufrimiento por perder un ser amado! ¡Cuánta tristeza hay en el adiós que le proporcionamos al que se despide, intentando siempre con este gesto proveerlo de nuestra compañía en cual cofre que esconde todo el amor de nuestra historia! Caminamos por la vida siempre viviéndola y disfrutándola de tal manera que si algo aprendemos en la misma es aferrarnos a ella, la cuidamos, procuramos y bendecimos; pero consientes que la línea de meta que cruzaremos porta y contiene para nosotros “el breve instante de la muerte”. Sin embargo sabemos que no es la línea de meta la que nos espera, sino el triunfo y coronamiento de nuestros andares que en carrera hemos recorrido por la vida. De tras de este breve instante de la muerte, que hora tras hora y día tras día cruzan los hombres, se encuentran los grandes, los que ahora disfrutan de la fiesta, los vencedores. Que dicha para aquel que la cruza pues encuentra a tantos que caminaron con él por la vida y que en su tiempo del mismo modo despidió con el adiós proveyéndole también de su amor y de su historia. El que cruza ahora toma parte del Todo, pues el que es Todo, todo le comparte.
 
Cuando asisto a algún sepelio, muy a menudo escucho de algunas personas que han acudido a la capilla funeraria las preguntas ¿Qué le digo? ¿Qué se dice en estos casos? O el clásico “no sé qué decirle”, refiriéndose a las palabras que han de expresarles a los deudos. Yo por mi parte prefiero no decir nada y sólo manifestarles la cercanía con un abrazo. Ciertamente este momento se torna difícil, dado que el dolor es grande. Pero por parte de Dios, dado el ministerio sacerdotal que se me ha encomendado, expreso pues la alegría que ha de tener la persona que ha cerrado los ojos para este mundo y los ha abierto para la vida eterna, donde no hay llanto, ni luto, ni dolor.
Tal vez desde mi condición de amigo, pariente, compañero o conocido no me gusta expresar frases porque, en primer lugar y la mayoría de las veces, el deudor no escucha o no está del todo dispuesto para realmente comprender todo el sentido de lo que se le quiere decir con nuestras palabras; en segundo lugar porque, siempre que muere alguien, he escuchado que se dicen un sinfín de frases que muchas de las veces son huecas o carecen de un verdadero sentido. No recuerdo a cuántos funerales he asistido, creo que bastantes, pero lo que sí recuerdo son las frases como: “hay que resignarse”, “él ya terminó”, entre otras. Sin embargo, soy un hombre de Fe, por tal motivo me pregunto ¿A qué hay que resignarse? Si sólo se resignan los que saben que ya todo está perdido, los que no tienen esperanza y, en otras palabras, los que no creen en la vida eterna; o también me pregunto sobre la persona que murió ¿ya terminó qué? Si apenas ha llegado a la Fiesta eterna.
Claro que el que ha muerto, goza de la fiesta que no se acaba y por lo tanto no sufre más; en cambio el deudo sí, pues la separación de la persona amada causa un enorme dolor en el que se queda, el no verlo físicamente, el no escucharlo más, el no entrar en relación física con él, ciertamente es causa de una gran tristeza y dolor que las lágrimas y la compañía de otros muchas de las veces no logran consolar. Los días siguientes al sepelio son dolorosos, hirientes a los que solo el hombre de Fe y Esperanza logra reponerse. La gente pasa mucho tiempo desgastándose en la pregunta de por qué sucedió así, incluso el pensar que todo ha sido un sueño, más aun que la persona amada en realidad no se ha ido físicamente y, con esto sólo se alarga la agonía; otras tantas personas tienen una visión muy negativa de la muerte y piensan que el ser querido está sufriendo, sin embargo con este tipo de pensamiento, solo se deja entrever que ya se ha emitido un juicio, que ellos mismos han hecho, sobre la persona que se ha muerto, llegando con este a la conclusión que el que ha muerto sufre por alguna enfermedad o malestar que le lacera.
Que difícil se vuelve esa dinámica de la muerte, mientras unos sufren el otro goza. Mientras unos contemplan la miseria de la caducidad del hombre, el que ha muerto contempla la plenitud de la vida. Mientras unos hacen luto otros hacen fiesta en el cielo. Creo que hoy hemos de poner especial atención en las palabras del Señor que dicen “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo” (Mt 25,34) y de vivir en la virtud de la Esperanza pues en ella fuimos salvados, así también dejar de lado la resignación y abrazar la Esperanza al manifestar la cercanía para con nuestros amigos que viven su momento de duelo.



 

martes, 12 de febrero de 2013

“a ustedes los llamo amigos”





Dicen que los amigos se pueden contar con los dedos de una sola mano, la verdad creo que no. En mi caso he experimentado la amistad profunda con otras personas y, al contarlos me he encuentro que mis dedos no fueron suficientes para contenerlos. Ciertamente hoy el término amistad se entiende de muchas maneras, algunas muy subjetivas y superficiales que en ocasiones demeritan la fuerza que contiene este término, tales como: amigos de parranda, amigos de la calle, amigos de redes sociales (amigos del Facebook), amigos por compromiso, amigos con derecho, entre otras tantas; en cambio para muchos de nosotros éste posee un valor incalculable. La Real Academia Española define amistad como el “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”.

Las amistades profundas no nacen de la noche a la mañana, sino que se forjan a lo largo del tiempo y de las experiencias cercanas, humanas y de fe. Creo que la amistad profunda se puede dar entre varón-varón, mujer-mujer y entre varón-mujer; más aun y de una forma más especial y sublime también se da la amistad entre Dios y el hombre. Algunos las llaman amistades verdaderas, a mi me gusta más llamarle “amistad fraterna”; es decir cuando la amistad llega a ese punto en que se vuelve una relación de familiaridad y comenzamos a vernos cercanos, familiarizados, hermanados. Este tipo de amistad es desinteresada, pues solo busca el bien común, siempre está expresada con tiempo juntos, perdón, justicia, corrección, confianza, acortar distancias, dejar otras cosas por la amistad, los detalles etc. Lamentablemente es entorpecida por la distancia y el egoísmo. El amor de amistad transformado en amor fraternal es bendición.

Las amistades en cierta parte nos definen, dicen algo de nosotros a los demás. Abraham, el patriarca, es llamado ‘amigo de Dios’ (St 2,23), su fe en Dios, su confianza en Él, su esperanza fiel, su no guardarse nada para si ni siquiera a su propio hijo, le hizo merecedor de tal título. La promesa de ser el padre de un gran pueblo se esfumaba en el sacrificio de su hijo Isaac, pero su confianza (amistad profunda) en Dios, su amigo, le trajo la bendición. La amistad que Dios nos reclama es la Fe en Él; esta fe debe manifestarse en compromiso, coherencia y consecuencia, tal como Juan el bautista que manifestó su amor-amistad en Jesús con su propia vida y no guardándose los discípulos para sí, sino indicándoles ellos el verdadero Mesías.

Los discípulos de Jesús fueron llamados a estar con Él (Mt 3,13). Solamente el que es capaz de estar en Dios, en su gracia, es capaz de responder a la oferta del amor sacrificial de Cristo. Dándole vuelta a las palabras “a ustedes los llamo amigos” pienso en el sentir de los apóstoles al escuchar de su maestro llamarles ‘amigos’. Que profunda alegría de los apóstoles y que profunda alegría de Jesús al saber que los que había llamado confiaban en él y hacían su voluntad: El amor; testificando después con la entrega de sus propias vidas su relación e unión con Cristo. Su amistad con Cristo los definió como Santos; porque conocían, confiaban y amaban a Cristo y su obra. ¡Qué amistad tan profunda!

La amistad con nuestros hermanos nos lleva a alegrarnos con sus alegrías, a sufrir sus sufrimientos, a recorrer junto con ellos el camino. Cada vez que nos amistamos con el otro imitamos la obra divina: El Hijo de Dios se hizo hombre por y para el bien del hombre. La amistad es sin duda alguna una entrega mutua, de uno a otro y viceversa.

En nuestros días se ha comercializado la amistad, en globos, teléfonos, dulces, entre otras, de manera que se llama amigo a aquel que se critica, se agrede, se ofende. Qué tristeza de destinar un día para la amistad y no todos. Ciertamente el día de la amistad nos hace recordar aquellos con los que hemos intercambiado parte de nuestra vida, pero no basta con un día o una parte, sino con la entrega total al otro; como Abraham, Juan el Bautista, los apóstoles.

El paso del tiempo me ha ido regalando muchas amistades fraternas, amistades profundas. La amistad que tengo con muchos de mis amigos y amigas más cercanos se ha forjado en el tiempo, en caminar juntos con un sinfín de experiencias de dolor y alegría, de trabajo y descanso, de estudio y esparcimiento, otras tantas se forjaron en relación común con el Amigo: Jesús. La experiencia de Fe me ha traído grandes amigos fraternos entre sacerdotes religiosos religiosas y laicos. La cercanía que tenemos con el Amigo, el hacer su voluntad, el amar su obra nos ha unido más que sepáranos. Alguno incluso ya platica con el Amigo y observa mi caminar desde la ventana del cielo.

La distancia física que intenta entorpecer las amistad que hecho con ellos he vencida por la llamada de teléfono, por el correo, por el apoyo, por el caminar conmigo cercanos a pesar del tiempo y la distancia. El agradecimiento profundo a todos ellos que al contarlos superan el número de mis dedos en las manos. Que sería sin ellos, que me han definido, que sería sin la amistad con Jesús que camina siempre conmigo en su camino. Que dicha el poder llamarle a alguien amigo. Que dicha la de los apóstoles de escuchar de Jesús llamarles amigos, que dicha es que nos haya llamado hacer su voluntad y, que dicha de tener como recompensa su amistad.

Más allá de los globos, del 14 de febrero, de la mercadotecnia, de los corazones y de las superficialidades que nos desfiguran el sentimiento y experiencia de amistad profunda, están las muestras de cariño, las lagrimas ante el dolor, los desvelos, las oraciones, las correcciones, la escucha atenta, el callarse para dejarte hablar, el respeto, el buscar siempre tu bien; sí, atrás de todas las superficialidad está la presencia y el amor del Amigo en nuestros amigos.



Un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de estimar su valor. Un amigo fiel es un bálsamo de vida, que encuentran los que temen al Señor. El que teme al Señor encamina bien su amistad, porque como es él, así también será su amigo”. (Eclo 6,14-17)