¡Cuánto dolor hay en el sufrimiento
por perder un ser amado! ¡Cuánta tristeza hay en el adiós que le proporcionamos
al que se despide, intentando siempre con este gesto proveerlo de nuestra
compañía en cual cofre que esconde todo el amor de nuestra historia! Caminamos
por la vida siempre viviéndola y disfrutándola de tal manera que si algo
aprendemos en la misma es aferrarnos a ella, la cuidamos, procuramos y
bendecimos; pero consientes que la línea de meta que cruzaremos porta y contiene
para nosotros “el breve instante de la
muerte”. Sin embargo sabemos que no es la línea de meta la que nos espera,
sino el triunfo y coronamiento de nuestros andares que en carrera hemos
recorrido por la vida. De tras de este breve
instante de la muerte, que hora tras hora y día tras día cruzan los
hombres, se encuentran los grandes, los que ahora disfrutan de la fiesta, los
vencedores. Que dicha para aquel que la cruza pues encuentra a tantos que
caminaron con él por la vida y que en su tiempo del mismo modo despidió con el
adiós proveyéndole también de su amor y de su historia. El que cruza ahora toma
parte del Todo, pues el que es Todo, todo le comparte.
Cuando asisto a algún sepelio, muy
a menudo escucho de algunas personas que han acudido a la capilla funeraria las
preguntas ¿Qué le digo? ¿Qué se dice en estos casos? O el clásico “no sé qué
decirle”, refiriéndose a las palabras que han de expresarles a los deudos. Yo
por mi parte prefiero no decir nada y sólo manifestarles la cercanía con un abrazo.
Ciertamente este momento se torna difícil, dado que el dolor es grande. Pero
por parte de Dios, dado el ministerio sacerdotal que se me ha encomendado, expreso
pues la alegría que ha de tener la persona que ha cerrado los ojos para este
mundo y los ha abierto para la vida eterna, donde no hay llanto, ni luto, ni
dolor.
Tal vez desde mi condición de
amigo, pariente, compañero o conocido no me gusta expresar frases porque, en
primer lugar y la mayoría de las veces, el deudor no escucha o no está del todo
dispuesto para realmente comprender todo el sentido de lo que se le quiere
decir con nuestras palabras; en segundo lugar porque, siempre que muere alguien,
he escuchado que se dicen un sinfín de frases que muchas de las veces son huecas
o carecen de un verdadero sentido. No recuerdo a cuántos funerales he asistido,
creo que bastantes, pero lo que sí recuerdo son las frases como: “hay que
resignarse”, “él ya terminó”, entre otras. Sin embargo, soy un hombre de Fe,
por tal motivo me pregunto ¿A qué hay que resignarse? Si sólo se resignan los que
saben que ya todo está perdido, los que no tienen esperanza y, en otras
palabras, los que no creen en la vida eterna; o también me pregunto sobre la
persona que murió ¿ya terminó qué? Si apenas ha llegado a la Fiesta eterna.
Claro que el que ha muerto, goza de
la fiesta que no se acaba y por lo tanto no sufre más; en cambio el deudo sí,
pues la separación de la persona amada causa un enorme dolor en el que se queda,
el no verlo físicamente, el no escucharlo más, el no entrar en relación física
con él, ciertamente es causa de una gran tristeza y dolor que las lágrimas y la
compañía de otros muchas de las veces no logran consolar. Los días siguientes
al sepelio son dolorosos, hirientes a los que solo el hombre de Fe y Esperanza
logra reponerse. La gente pasa mucho tiempo desgastándose en la pregunta de por
qué sucedió así, incluso el pensar que todo ha sido un sueño, más aun que la
persona amada en realidad no se ha ido físicamente y, con esto sólo se alarga
la agonía; otras tantas personas tienen una visión muy negativa de la muerte y
piensan que el ser querido está sufriendo, sin embargo con este tipo de pensamiento,
solo se deja entrever que ya se ha emitido un juicio, que ellos mismos han
hecho, sobre la persona que se ha muerto, llegando con este a la conclusión que
el que ha muerto sufre por alguna enfermedad o malestar que le lacera.
Que difícil se vuelve esa dinámica de
la muerte, mientras unos sufren el otro goza. Mientras unos contemplan la
miseria de la caducidad del hombre, el que ha muerto contempla la plenitud de
la vida. Mientras unos hacen luto otros hacen fiesta en el cielo. Creo que hoy
hemos de poner especial atención en las palabras del Señor que dicen “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en
herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo” (Mt
25,34) y de vivir en la virtud de la Esperanza pues en ella fuimos salvados, así
también dejar de lado la resignación y abrazar la Esperanza al manifestar la
cercanía para con nuestros amigos que viven su momento de duelo.
Siempre me emociono hasta las lágrimas cuando imagino el momento en que mamá y mi abuelita Lola saldrán a recibirme el día que nazca a la nueva vida, es una imagen que tengo muy vívida y hermosa. Qué bella frase: el que cruza ahora toma parte del Todo, pues el que es Todo, todo le comparte. Y qué razón tiene, pues si Él, que todo lo tiene, se desprende por amor para que al llegar estemos felices, qué nos cuesta a nosotros entregarle lo que Él quiere?
ResponderEliminarPuede mucho nuestra condición humana egoísta que no quiere desprenderse del ser amado.
Aprendamos de sus palabras, Padre Gerry, a tener verdadera esperanza en volverlos a ver junto al más amado.
Gracias como siempre por sus palabras de martes.
Un abrazo fraterno...............Amy
un abrazo mi hermano... gracias por compartirnos esta reflexión tan valiosa ...
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