miércoles, 31 de diciembre de 2014

Bendita seas Vida

¿La vida? La vida es una andanza en la que se va conquistando relaciones con los demás, con las cosas y con Dios. En ella he encontrado alegrías y tristezas, angustias y esperanzas, sabores y sin sabores. Sin embargo me siento bendecido por Dios y por los que me aman.

Mi familia ha sido siempre el punto de partida y llegada de muchos de mis pasos, si no es que tal vez de todos. En mi familia he aprendido a relacionarme, convivir y trabajar, he llorado y he reído con ellos. Les he compartido grades y pequeñas noticias sobre mi y sobre los que me relacionan; también ellos han hecho lo mismo conmigo. Por lo que en el último día del año y después de haber celebrado mi vida con ellos no me queda más que bendecirlos. Benditos sus consejos, benditas sus correcciones, benditos su abrazos, benditos mis padres y benditos mis hermanos. ¡Qué sería yo sin ellos!

Tengo que decir también que mi andanza en la vida ha sido siempre seguir a un maestro. He intentado seguir sus pasos aunque muchas veces no lo he hecho de la manera más adecuada. La Fe en Jesús, la amistad que me tiene y que intento refrendársela en el día a día, en lo sencillo, ordinario y cotidiano me parece como alimento que me fortalece. Las suplicas, plegarias y rezos los considero como agua que refresca la sed del hombre, agua fresca en un lugar sereno y tranquilo que al caminante reconforta para continuar su viaje. Bendito seas Tú y siempre Tú ¡mi amado Cristo! por quien vivo y camino, por quien amo y espero; Tu eres mi punto de partida de donde salgo y regreso. Bendita sea tu confianza en mi caminar y respuesta. Bendito tu Espíritu que me impulsa, anima y fortalece. Bendito tu Padre que te ha mandado a ti en mi rescate. Bendita también tu madre, mi madre, que me acompaña y consuela. Bendita la hora en que te conocí y benditos los hombres y las mujeres por quien te me revelaste.

La vida son relaciones, y en ellas he encontrado a tantos hermanos y amigos. Me considero afortunado por los muchos que me amán a pesar de mis errores y fracasos. Me siento alegre por lo mucho que disfrutan mis logros con tanta alegría que me contagian con su entusiasmo al celebrar la pequeña o gran meta conquistada. Toda la vida he tenido amigos y creo que ellos son y serán siempre un don de Dios para mi camino. La fraternidad y amistad que guardo con ellos es fruto de un mismo lugar: la Iglesia. Mi amada Iglesia a quien amo y en la que vivo me ha dado una gran familia, en la que sirvo y me entrego con las pocas o muchas fuerzas que tengo.


Por eso hoy ¡Te bendigo Vida! Bendigo cada año, cada experiencia, cada entrega ordinaria. Te bendigo a ti Vida que te muestras como Camino, sin falsedad ni sobresalto, sino como Verdad y sentido de mi caminar. Te bendigo a ti Jesús: camino, verdad y vida.

martes, 29 de julio de 2014

Peregrino

Hace dos años me pidieron estudiar una licenciatura en Teología Dogmática en la Pontifica Universidad Gregoriana de Roma. Un día antes de volar a Roma nos encontramos todos los sacerdotes mexicanos, que estudiaríamos allá, en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en México DF; allí tuvimos la oportunidad de contemplar el ayate donde quedo plasmada la imagen de la Madre de Dios. Ya la había visto en otras ocasiones que había peregrinado y visitado la Basílica, pero esta vez era distinto, pues nos permitieron estar un par de minutos dentro de la Bóveda que resguarda por las noches a aquel ayate tan venerado y visitado. Verla tan cerca me dejó perplejo por algunos minutos mientras la contemplaba. Esa noche me fui a la cama sintiéndome enormemente bendecido.

Finalmente al día siguiente salimos a la Ciudad eterna. Donde los primeros días pude peregrinar y visitar a las cuatro basílicas mayores, San Pedro en Vaticano, Santa María la Mayor, San Juan de Letrán y San Pablo extramuros en Roma. A lo largo de los dos años pude peregrinar también a otras muchas iglesias y lugares. Mientras conocía y oraba en las iglesias me fui dando cuenta de dos cosas. La primera es que a muchas de las iglesias iban turistas con los lentes de sus cámaras, y su estadía en los lugares sagrados era solo para apreciar el arte, aunque también al entrar solía ver a algunos hacerse la señal de la cruz. La segunda cosa que me causo el inicio de una gran experiencia era ver a otras tantas personas que eran más peregrinos que turistas, estos segundos solían entrar a los templos hacer oración por algunos minutos y luego apreciar las diferentes imágenes y esculturas de arte sagrado con fe y devoción.

¿Qué diferencia hay entre un peregrino y un turista? El peregrino reza, visita los templos con el deseo de encontrarse con Dios, en sus mentes suele haber la experiencia en peregrinaje se invierte el tiempo en el encuentro y en la trascendencia.

La última peregrinación antes de retornar a Monterrey y como una experiencia de término del estudio pensé hacerla hacia la Catedral de Santiago de Compostela, por el «Camino de Santiago primitivo». Creo que la elección de este se basó mas en el buscar un poco apartarme del ruido y encontrarme con Cristo mientras caminaba entre las montañas hacia a Compostela. Otro compañero sacerdote y yo comenzamos a caminar con algo muy sencillo: el rezo del Santo Rosario, la meditación del Evangelio diario y la liturgia de las horas. Yo había agregado un pequeño diario que me había regalado otro amigo sacerdote para esta ocasión (escribir es una de las formas con que me gusta más orar). Durante el camino pudimos encontrarnos a otros tantos peregrinos (alrededor de unos 12 constantes) que compartían la mayor parte de las etapas. El camino físicamente era difícil pues casi el 85% era subir y bajar montañas, pero que a diferencia del camino francés este pocos lo recorrían, así que el silencio era propicio para encontrarse con Cristo que camina entre nosotros.

La experiencia de ser peregrino no solo la encontramos cuando vamos a alguna basílica o templo, sino también en cuanto como miembros de la Iglesia caminamos al encuentro del Señor, a la patria celestial.

El hombre vive como peregrino, cuando está en actitud de agradecimiento a Dios y a los hombres que caminan junto a él en el camino de la vida. Vive como peregrino cada vez que se encamina al encuentro con Dios, sabiendo que Él es el único que le sostiene la fuerza para andar por la vida.

El Peregrino es el hombre orante que reconoce la voz de Dios y sabe reconocer el camino que conduce a él; pues el Señor es el único Camino.

Sin duda peregrinar es una actitud y una forma de orar, es reconocer, al igual que el Pueblo de Israel, que el Señor nuestro Dios camina también con nosotros en el día a día.


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A mis compañeros y amigos peregrinos en el Camino de Santiago primitivo: P. Borja, Dany y Paqui, Nando y Roberto, Mauro, José Luis y Rosario, los franceses, entre otros tantos


viernes, 9 de mayo de 2014

El Espíritu y la Esposa (Comentario a Lumen Gentium 4)

Falta un mes para la Solemnidad de Pentecostés; en esta celebramos la venida del Espíritu Santo a los apóstoles y en cierto modo recordamos y renovamos los sacramentos del Bautismo y la Confirmación que nos introdujeron a la Iglesia de Cristo. A propósito de esto quiero compartirles un comentario al siguiente texto de Concilio Vaticano II que he reflexionado durante el Año de la Fe.

Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra (cf. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia y de esta manera los creyentes pudieran ir al Padre a través de Cristo en el mismo Espíritu (cf. Ef 2,1-8). Él es el Espíritu de vida, la fuente de agua que mana para la vida eterna (cf. Jn 10,4.14; 7,38.39). Por Él, el Padre da la vida a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite en Cristo sus cuerpos mortales (cf. Rm 8,10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los creyentes como en un templo (cf. 1Cor 3,16; 6,19), ora en ellos y da testimonio de que son hijos adoptivos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16 y 26). El conduce la Iglesia a la verdad total (cf. Jn 16,13), la une en la comunión y el servicio, la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la adorna con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1Co 12,4; Ga 5,22). Con la fuerza del Evangelio, el Espíritu rejuvenece a la Iglesia, la renueva sin cesar y la lleva a la unión perfecta con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡Ven! (cf. Ap 22,17). Así toda la Iglesia aparece como el «pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». (Lumen Gentium 4)

El Espíritu que actuó en la creación y que da vida al hombre es el mismo que actúa hoy sosteniéndole la existencia a la creación entera, en especial al ser humano, en el cual Él inhabita. El Espíritu que acompañó al pueblo de Israel en su historia es el mismo que acompaña a la Iglesia primitiva y la actual. El mismo que bajó en Pentecostés con lenguas de fuego es el mismo que sopló en el Concilio Vaticano II; el mismo que actuó en los profetas, jueces y reyes es el mismo que actúa hoy en los jerarcas de la Iglesia. Este es el único Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo y que con el Padre y el Hijo recibe la misma adoración y la misma gloria como lo decimos en el Credo. Este es el Espíritu Santo que es guía y santificador de la Iglesia.

La acción santificadora del Espíritu Santo que se realiza de una manera ordinaria en los sacramentos, mueve a la Iglesia ha también ser santificadora en virtud de que el Espíritu Santo habita en ella misma, como el alma en el cuerpo. El Ruah que encontramos en el Antiguo Testamento, que conecta espíritu y vida, es el Espíritu que hoy actúa como fuerza vivificadora en el hombre y, que por medio de los sacramentos lo unge, agracia y capacita para vivir como hijo de Dios en el Hijo, es decir en el misterio pascual. El Espíritu Santo inserta en la comunidad al que ha sido regenerado con el Baño Bautismal, el mismo que resucitó a Jesús y vivifica al hombre, le da nueva vida al que está muerto por el pecado. Si la Iglesia es la comunidad de los bautizados, de los fieles en Cristo y de los hombres de buena voluntad, es el Espíritu el que inhabita en cada uno de ellos, los hace participes de la Iglesia de Cristo; la una, santa, católica y apostólica. «El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los creyentes como en un templo» (LG4).

Sin duda sabemos que el Concilio Ecuménico Vaticano II, es para la Iglesia desde hace 50 años una irrupción continua del Espíritu Santo con la cual la misma Iglesia se ha auto-examinado, y se ha replanteado su respuesta al Señor y su misión. Los mismos debates y cuestiones discutidas en las comisiones y aulas durante la celebración del concilio, que tuvieron como fin los documentos que hoy conocemos, son los vivos testimonios que el Espíritu Santo jamás se apartó y jamás se apartará de la Iglesia pues como brisa suave o viento impetuoso sigue conduciendo la barca de la Iglesia. Y ante el desafío de la Iglesia de ir a todos los pueblos y anunciar la buena nueva de Jesucristo se presenta como el garante de la obra total. Pues el Espíritu Santo no sólo es motor de la relación comunional trinitaria, sino que también hace posible la comunión de la Iglesia con Cristo, su cabeza. 

La santificación de la Iglesia es obra de Dios, los pastores y jerarcas de la Iglesia no son los simples gerentes de la Iglesia-Institución sino que formando parte del mismo cuerpo son consagrados por el Espíritu y necesarios para llevar la obra realizada por Cristo, pues el servicio que prestan a la Iglesia se da en virtud del mismo Espíritu Santo que los asiste en cada acción sagrada y en la conducción del rebaño de Dios. Ellos son a los que el Señor les dijo «reciban el Espíritu Santo» (Jn 20,21). Por eso mismo ellos son los que disciernen la autenticidad de los dones y carismas de los miembros de la Iglesia. A través de estos dones el Espíritu también construye y dirige la Iglesia, y lo hace en la comunión.

Así pues, hablar de una Iglesia guiada y santificada por el Espíritu Santo, es hablar de una Iglesia siempre abierta a su acción, que no puede ser solamente Institución jerárquica o solamente comunidad carismática, sino que visto al Espíritu Santo como el Alma de la Iglesia, solamente se puede concebir a la Iglesia como Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios, en los que se percibe su animación operante y su presencia constante. La animación operante nos porta la gracia, esa amistad profunda con Cristo que es mayormente expresada en las acciones sacramentales. La presencia constante nos hace ver que la Iglesia, Pueblo de Dios, aunque compuesta por miembros humanos goza eternamente de la asistencia del Espíritu paráclito que la dota de dones, sean jerárquicos o carismáticos, para su propia edificación y para caminar en la unidad hacia el encuentro con Cristo.

Por lo anteriormente dicho, la teología propuesta por Lumen Gentium 4 no solamente es una joya de pneumatología, sino que nos presenta una clara visón de el ser de la Iglesia como comunidad que participa del mismo ser en Cristo al dejarse mover por su mismo Espíritu; pues el Espíritu Santo es siempre el Espíritu de Cristo. El Espíritu Santo presentado como guía y santificador de la Iglesia, es sin duda un mirada a la comunión con toda la Iglesia, terrena y celeste. Es una mirada a la escatología, de tal manera que al ver estas dos acciones del Espíritu se suscita esperanza y fe en que la Iglesia es el Misterio Comunión de la presencia siempre operante de nuestro Dios vivificador y santificador que guía con amor a su Pueblo: la Iglesia.

martes, 15 de abril de 2014

«En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso»

Sobres su cabeza había una inscripción que decía «éste es el Rey de los judíos». Uno de los malhechores lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros». Pero el otro increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Él le respondió: «en verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,38-42)


A los lados de Jesús se encontraban dos malhechores, cuyo castigo había sido el mismo de Jesús. A Jesús se le había castigado supuestamente por querer proclamarse Rey; como según decía la inscripción que habían colocado sobre su cabeza «Rey de los judíos», pues con esta intención se atentaba contra el poder del César. Pero de estos hombres que también habían sido crucificados junto con Jesús, el texto solo nos dice que eran malhechores, sin dar más detalles de sus acciones o la gravosidad de la falta que les había llevado hasta este castigo.
Sabemos por experiencia que ante las dificultades s regularmente hacemos alianzas con algún otro que pasa por la misma dificultad. Pero en este relato concretamente la situación es distinta. Por una parte tenemos al malhechor que se burla de Jesús y por la otra al buen ladrón como lo conocemos tradicionalmente. El primero pese a que se encuentra en la misma posición de Jesús, con la misma condena y a punto de perder la vida, lanza la pregunta «¿No eres tú el Mesías?». Por una parte puede ser que se haya dejado llevar por el ambiente hostil hacia Jesús de aquel momento; pues todos insultaban a Jesús. Algunos le pedían que se bajara de la cruz, otros simplemente se burlaban de Él. Este primer malhechor tiene una doble actitud. Primeramente es incrédulo; no cree en Jesús como Mesías. Tal vez al igual que toda la muchedumbre ha puesto en duda todas las acciones que Jesús había hecho y que le hacían digno de crédito. Y en segundo lugar puede ser que también él buscaba el fracaso de Jesús; el gritarle a Jesús que se bajara de la cruz o no tomar en serio y aceptar su mesianismo les hacía cerrarse al proyecto de salvación. El pecado que hasta hoy nos sigue perdiendo el rumbo es buscar el fracaso de Jesús. No soportamos que a otro le vaya mejor que a nosotros y es entonces cuando viene la envidia, preferimos que el otro se equivoque, que sea infiel para no exigirnos también a nosotros permanecer fieles. Hoy mucho se critica a las personas que nos gobiernan, dígase el presidente, gobernador en fin todos aquellos que ejercen un cargo público, su fracaso es la victoria y el consuelo de muchos; pues de fondo siempre es la misma pregunta «¿No eres tu el Mesías?». Buscamos exponer el fracaso del otro para evitar que se nos exija actuar con verdad. Buscamos a toda consta encontrar la corrupción en el gobernante con el fin de autopermitirnos la culpabilidad de nuestros actos. Tenemos necesidad de encontrar un chivo expiatorio a quien colgarle nuestros propios vicios y culpas, y así permitirnos nuestros actos corruptos. Finalmente el malhechor termina burlándose de Jesús «Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros». De fondo está en reírse de la obra salvadora de Jesús que se ha mantenido fiel hasta el final, cumpliendo su misión: la voluntad del Padre.
El  Segundo personaje que se encuentra a un lado de Jesús y que conocemos como buen ladrón, tiene una actitud distinta a la del primero. En el reconocemos la conversión y la fe a diferencia del primero en el cual encontramos la apatía a la salvación y la incredulidad. El buen ladrón reconoce a Cristo, reconoce al Mesías, y más aun tiene una actitud de conversión. En primero lugar increpa al otro por su falta de fe, además de que le muestra al Mesías, «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?». Su actitud es evangelizadora pero sobretodo de arrepentimiento, pues tras reconocerse pecador implora el perdón a Aquel que puede darlo: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Sabe que la muerte no tiene la última; pues si bien se encuentra al borde de la muerte, debida al castigo que le había sido impuesto, está convencido en el Dios de la vida. Sabe que sus delitos le han causado cierto efecto, sin embargo está dispuesto a pagar por ellos, pero hay uno por el que no puede corregir y pagar, la pérdida de la vida; es entonces cuando recurre a Jesús: «acuérdate de mí». Ante este momento, muchos hombres han encontrado al final de sus días, llenos de confianza en Aquel que es la misericordia y la vida, el perdón de sus culpas, la reconciliación y la paz. Algunos a través del sacramento de la reconciliación y la unción, otros en el santuario de sus conciencias.
Una vez hecha petición del buen ladrón, es entonces cuando se escucha la palabra de Jesús: «En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso», seguramente infundieron esperanza a aquel hombre que se encontraba al borde de la muerte, incluso puede ser que haya encontrado descanso y un motivo para morir en paz. La fe y la confianza del buen ladrón en Jesús le trajeron la salvación. Jesús al decir estas palabras no sólo reafirmaba su poder sino que también ponía en evidencia su compañía para con todos lo que sufren dándoles seguridad incluso en el momento más difícil: la muerte. La actitud de Jesús no es el pedir cuentas a aquel que regresa arrepentido, ni preguntar el por qué de sus actos, sino que se trata de una actitud de confianza y cercanía; «hoy mismo estarás conmigo». Al igual que Jesús nosotros estamos llamados a ver en el que nos solicita ayuda al hermano, al pequeño, al que se encuentra sin amparo; y hacer lo posible por acercarle el amor de misericordioso de Dios.

Tres acciones sencillas que pudiéramos tener como cristianos son:
1.- Buscar reconciliarnos sacramentalmente con Dios, o ponernos delante él y haciendo nuestro examen de conciencia pidiéndole el estar siempre en su presencia.
2.- Ver más en el hermano su necesidad que sus errores y defectos.

3.- Renovar cada día nuestra fe y confianza en Dios, reconociendo que en el cargar la propia cruz (al igual que Jesús) se encuentra también nuestro camino hacia la santidad.

martes, 11 de marzo de 2014

«Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen»

«Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a Él y a los malhechores uno a la derecha otro a la izquierda. Jesús decía Padre: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Se repartieron sus vestidos echando suertes». (Lc 23, 33-34)

¡Qué escena tan impresionante! Jesús había sido aprendido con piedras y palos, le habían enjuiciado y condenado, las autoridades civiles no habían hecho nada para darle justicia verdadera sino que se habían dejado conducir por el comodísimo o simplemente se habían desentendido de la situación. Le hicieron llevar el instrumento con el cual le torturarían hasta la muerte y le crucificaron junto a dos malhechores. El justo pagó igual que los ladrones que estaban a su lado. Pero aun con todo esto las palabras de Jesús fueron: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Después de aquel juicio ante Sanedrín y ante Pilatos en el cual se decidió su muerte, Jesús sale en su defensa pidiendo misericordia por aquellos que no practicaron misericordia con él.

Por una parte, no practicaron misericordia porque no pudieron reconocer al Hijo de Dios, al Rey de los Judíos, a su Salvador, al Mesías esperado. Pero ¿Qué difícil es también en nuestros días reconocer a Jesús, que se presenta tan cotidiano, tan ordinario? ¿Qué difícil es reconocer a Jesús cuando atravesamos nuestros intereses personales? ¿Qué difícil en un mundo que se llena de violencia reaccionar defendiendo e intercediendo por nuestros agresores? Ciertamente muchas veces criticamos a las autoridades civiles en nuestras pláticas con nuestros amigos y compañeros de trabajo, en nuestros ciberespacios, dígase facebook, twitter, email, entre otros y, con esto actuamos totalmente distinto a Jesús, que oró al Padre para pedir perdón por aquellos que le ofendían y asesinaban. Jesús se presenta con entrañas de misericordia ante el injusto agresor. Intercede por nosotros que al igual que las autoridades y el pueblo de aquel tiempo le ofendemos en nuestro prójimo y hacemos «justicia» por nuestra propia mano, a lo que creemos que es justo pero si practicar misericordia.

Por otra parte el calor de aquel día, el camino recorrido y la multitud que coreó su muerte era para desanimarse, sin embargo Jesús toma fuerza para actuar con misericordia. ¿Cuántas veces nosotros mismo nos hemos cansado de nuestro camino, de nuestro diario vivir, de nuestros problemas y estallamos y arremetemos contra aquel que viene a nosotros o que no entiende nuestro esfuerzo y cansancio? ¿Cuántas veces no maldecimos y buscamos el mal para aquel que nos causa daño? Sí, muchas veces nuestra actitud no es igual a la de Jesús, nosotros si estallamos contra los demás, Se nos han olvidado las palabras de «amen a sus enemigos, hagan bien a los que los odien, bendigan a los que los maldigan, rueguen por los que los difaman» (Lc 6,27s); que palabras tan escandalosas para aquel que solo mira por su propio bien o para aquel que se deja guiar por su coraje y odio y no es capaz de perdonar.

Creo que ha de haber sido difícil para Jesús también ver desde la cruz al Pueblo por el que se entregó completamente, al pueblo que pasó haciendo el bien, curándole los enfermos, expulsándole los demonios, llevándoles la buena nueva a todos y, que hoy no comprendían su obra salvadora. Muchas veces también nosotros hemos experimentado el camino difícil y tormentoso y al final de este camino nos encontramos con el desprecio de los demás, con la incomprensión de nuestras acciones, hasta el punto en que nos difaman y juzgan de manera equivocada por no conocer nuestras intenciones. Ojala tuviéramos también nosotros entrañas de misericordia ante la miseria humana. Misericordia ante aquellos que no saben o no conocen el amor y la justicia de Dios; y dijéramos al igual que Jesús «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen».

Una de las cosas que la Madre Teresa de Calcuta decía era que «Si realmente queremos amar tenemos que aprender a perdonar». Creo que un buen ejercicio sería contemplar la cruz un momento y después de haberla visto por un buen espacio de tiempo, decirle a Jesús: Señor, mira que yo no sé perdonar, no sé cómo hacerlo; pero Tu si sabes. ¡Enséñame a Perdonar! El Señor del perdón, enseña a perdonar, dando nos la lección hasta el extremo de entregar su vida, e intercede por nosotros ante el Padre: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Aprendamos de Él.

Tres acciones sencillas que pudiéramos tener como cristianos son: 
1.- Aprender a reconocer a Jesús en los demás, sobre todo en los más insignificantes. 
2.- Juzgar desde la cruz es decir juzgar como Jesús, pidiendo al Padre perdón por aquellos que nos ofenden y perdonarles. 
3.- Amar profundamente a Cristo y su obra que nos lleve a entregar nuestra vida diariamente por los demás sin esperar nada a cambio.


martes, 18 de febrero de 2014

Callejeros de la Fe

Todos los días ya sea por la mañana o por la tarde reviso mis correos electrónicos lo mismo con mi espacio en facebook, esto con el fin de revisar el anclaje a mi historia que está llena de personas y acontecimientos, así como de compromisos y responsabilidades chicas, medianas y grandes; creo que la mayor de ellas, más que sacerdote, es ser cristiano. No me considero una persona muy popular y creo que nunca lo he sido, pero en el camino de mi vida he podido de hacerme de algunos amigos-fraternos que gracias a Dios son más que los dedos de mis manos y, otros tantos amigos que en los ires y venires de la vida hemos podido hacer bella amistad, tanto los primeros como de algunos de los segundos conservo su amistad en la conexión de las redes sociales. Más aún hay otros tantos que son amigos de amigos o incluso conocidos míos con los cuales también guardo conexión por diversas circunstancias. Estas conexiones me dan también la oportunidad de saber de ambientes en lo que se desenvuelven sus vidas e incluso las conexiones-relaciones que guardan entre ellos y con otros.

Ante los múltiples ambientes en los que nos encontramos tanto física como cibernéticamente me emociona y alabo los esfuerzos de muchos por crear cultura de respeto y de educación, de alegría y entusiasmo. Muchos de estos esfuerzos son con tinte cristiano donde promocionan la fraternidad y sana amistad que se vive en tantos grupos, comunidades y movimientos juveniles; pero también a diario encuentro con otros tantos que si bien acuden a grupos juveniles y/u otros grupos sociales en lugar trasmitir su alegría, formación familiar y/o religiosa aparasen en imágenes que dan en cierta parte culto a la egolatría y narcisismo, a la falta de educación humana y a veces hasta sexual. Sin embargo estos múltiples ambientes que encontramos en las redes sociales, donde muchas veces se expresa más que en lo que la realidad física se hace y dice, son un verdadero reto para nuestra sociedad. Sobre todo para tantos jóvenes que intentan día a día dejarse mover y trasmitir la alegría del Evangelio.

Ciertamente hoy contamos con muchos grupos y movimientos, como Raza Nueva en Cristo, entre otros que «pueden interpretarse como una acción del Espíritu que abre caminos nuevos acordes a sus expectativas y búsquedas de espiritualidad profunda y de un sentido de pertenencia más concreto» (EG 105), hablando en el lenguaje que el joven entiende, en el que se desenvuelve cotidianamente. En pocas palabras, los jóvenes de los grupos intentan presentarse como cristianos ante un mundo que tal parece camina distinto al ideal cristiano, ellos son los mayores protagonistas de su propia evangelización.
         
¿Somos Cristianos? Demostremos nuestra verdadera fe en Cristo, dando testimonio de Él, sin avergonzarnos de nuestro compromiso bautismal. Mostremos realmente nuestra cristiandad  tanto en los espacios físicos como cibernéticos, que Dios está en todas partes y hay que llevarlo a todas partes. Manifestemos nuestra permanencia en la Iglesia tanto dentro como fuera del ciberespacio, dentro o fuera del templo, frete a la novia, al amigo, como también frente al maestro o el jefe de trabajo. Ser cristiano hoy vale la pena. «¡Qué bueno es que los jóvenes sean callejeros de la fe, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!» (EG 106).

        
Ya hace tres meses clausuramos el Año de la Fe, pero aun hoy tenemos que buscar hacer presencia y testimonio de la fe que profesamos. No basta con ir a Misa el domingo sino no estamos dispuestos a salir a misionar en el ambiente concreto y cotidiano en el que nos movemos. No basta con colgarnos el rosario al pecho, o ponernos el anillo del padrenuestro en el dedo sino no estamos dispuestos a actuar convencidos de que la fe se hace vida al vivir los mandamientos, celebrar los sacramentos y practicar las obras de misericordia. 

Hoy más que nunca se necesita de apóstoles de la fe que sostengan las calles, colonias, plazas, parques, escuelas, ciberespacios, redes sociales como verdaderas columnas en las cuales encuentren firmeza y soporte aquellos que se dicen cristianos pero aun no han conocido el amor del Señor. Solo el que ha experimentado el verdadero encuentro con Cristo es capaz de trasmitir la alegría de su evangelio, y por lo tanto hacer de su vida un discipulado permanente que sale todos los días al encuentro de su hermano llevando a Cristo. La misión de todos los días es vigente en todos los ambientes físicos y cibernéticos, por consiguiente esta fuerza misionera implica coherencia de vida cristiana, misma que se vive desde las más claras expresiones de la alegría y carisma juvenil. 

martes, 4 de febrero de 2014

Sé en quien he puesto mi confianza

Hace ya casi diecisiete años que hice uno de los actos de confianza, más fuertes de me vida. La verdad que cuando supe lo que me pedían hacer me entró miedo, quise sacarle la vuelta; pero la petición ya estaba hecha y la idea daba giros en mi cabeza. Cualquier respuesta suponía un acto enorme de responsabilidad y, yo apenas contaba con 15 años. Era un adolescente. Tuve que releer mi vida, mis relaciones, mis intereses, para tomar una decisión; puse en la balanza seguridades, familia, amigos, escuela, diversión, mi vida; en fin lo puse todo; todo lo que en el pasado y en el presente me representaban contra un futuro incierto, una inquietud, una curiosidad, una corazonada, que en al aquel tiempo no sabía ni cómo llamarle. Que días tan difíciles pasé; días y días pensando en lo mismo. Pero llego un día en que cara a cara con mi amigo, le abrí mi confianza, así que no me quedo otra que escucharlo y hacerle caso. Es entonces cuando tome la decisión. ¡Está bien Señor, te seguiré por el camino del sacerdocio!

      Entonces fui a donde mi párroco y conté todo aquello que yo ya había meditado y decidido. Me sobrevino el apoyo tanto del él como de mis padres que sorprendidos aceptaban mi decisión. Todavía recuerdo la palabras de mi padre cuando le compartí lo que iba hacer: Mira campeón yo siempre he querido lo mejor para ti y si eso es lo que quieres yo te apoyo. Sin embargo aun con las palabras de mi padre y con el apoyo de todos, seguía experimentando ciertos temores. Había ocasiones que me preguntaba si había tomado la decisión correcta. Y entonces pensaba en Abraham que tuvo que dejar su patria, su familia para hacer la voluntad de Yahvé (Cfr. Gen 12), en Jeremías que no se consideraba el más capaz para hacer su obra (Cfr. Jr 1). Algunas veces preguntaba tanto al Señor como a mí mismo ¿Por qué yo? Sin embargo entre más preguntaba, nunca escuché una respuesta clara, o al menos una que me diera la seguridad de que la decisión tomada había sido buena. Bueno para muchas cosas no era, no me consideraba buen estudiante y, decían que en el seminario tenía que estudiar mucho, que era muy difícil. Creo que para mí si lo fue. Pero aun así, entre temores y confianzas refrendaba mi decisión de seguir caminado por donde el Señor ya me había llamado.

      Así fueron pasando los años de formación en el seminario y día a día entre clases, aseos, amistades y demás cosas de cotidianeidad aprendía a confiar en el llamado de Dios. Luego llegó el momento de pedir el pase al seminario mayor, el término de la filosofía y el comienzo de la teología, hasta que me encontré frente a mi escritorio para solicitar admisión a la candidatura a las órdenes de diaconado y presbiterado y los ministerios laicales, así como a su tiempo solicitar la ordenación para diaconado y el presbiterado. Creo ahora que el Señor siempre me tuvo confianza y que me la seguirá teniendo, así como yo a él.

      En pocos días celebramos la jornada de oración por las vocaciones sacerdotales, y el saber que el pueblo confiado en la bondad del Señor le solicita sacerdotes y, que algunos jóvenes llenos de incertidumbre y temor con confianza dejan sus familias, casas, proyectos; me vuelve a llenar de confianza el corazón pues sé que su obra sigue en pie. Que el Señor sale todos los días a contratar trabajadores y aunque muchos dicen que no, otros con valentía y con arrojo responden confiados con un SÍ.

      Hoy con cuatro años y medio de ser sacerdote, lejos de mi patria y de mi familia, puedo decir con tranquilidad «Sé en quien he puesto mi confianza».

domingo, 12 de enero de 2014

La Iglesia y la Red

Cada domingo los cristianos-católicos nos reunimos para celebrar como Iglesia el máximo intercambio de amor (memorial), en el cual Cristo muere y resucita por nuestra salvación, a fin de atraernos a todos hacia él (cfr. Jn 3,1415): La Eucaristía. En ella dejando de lado las diferencias de raza, color, posición económica buscamos la fraternidad, intercambiamos saludos de Paz y comemos de un mismo banquete; en pocas palabras formamos una común-unidad, que nos permite salir del espacio celebrativo a vivir en comunión de amor y a extender el mensaje recibido de su palabra en cada uno de nuestros ambientes familiares, laborales y sociales.

Dentro de los ambientes en los que nos movemos, no cabe duda que ya sea por trabajo, escuela o por cualquier otro empeño, un gran número de personas entramos en contacto con el Internet. Hasta hace unos años este solo servía para consultar cosas que algunos ponían o para enviar y recibir algún tipo de mensajería, sin embargo hoy el Internet no es solo una gran pizarra en la que se cuelgan cosas, sino que esta ha llegado ser espacio de relación: la Red. Así pues, tenemos muchas más maneras de poder entrar en contacto con nuestros parientes, amigos y compañeros a través de las redes sociales. Yo mismo experimento esto cada semana que me comunico con mi familia, que se encuentra a kilómetros de distancia, pues a través de las redes sociales me es corta la distancia física que existe entre nosotros. Basta con que ambas partes gocemos de conexión para poder tener una conversación aun cuando no haya una presencia física.

A todo esto, me surge la pregunta ¿Es posible vivir como Iglesia en la Red? Primeramente debemos hacer notar que la Iglesia, siendo una comunidad de personas busca no solo relacionarse entre ellas sino que su comunicación se da en dos sentidos, de manera vertical con Dios y de manera horizontal con los hermanos. Por lo que no se puede responder, afirmativamente, a la pregunta de golpe. Pues puede darse que exista buena relación entre las personas, que en un momento determinado están ‘conectadas entre sí’ en la red, pero que estas a su vez no busquen la comunión con Dios.

La constitución apostólica Lumen Gentium en el numeral 6 nos presenta diversas imágenes de la Iglesia, en todas ellas resalta la comunión entre las personas que la componen pero cabe señalar que presenta como necesaria la relación con Dios. Salvador Pié-Ninot dice que, «en efecto, la Iglesia está ligada a las tres divinas personas como un pueblo unido por la unidad del Padre del Hijo y del Espíritu Santo». De tal manera que para que haya presencia eclesial en el ciberespacio es necesaria no solo la comunión con el prójimo sino también de entre ambos para con Dios. Ahora bien recordemos que en la Iglesia está llamada a darse la communio sanctorum que no solo la entendemos como aquella entre los fieles vivos y difuntos, sin que en la comunión de los Santos, «lo que viene a ocupar el primer plano son las nuevas relaciones entre los cristianos, esta es la comunión de los fieles vivos y solidarios entre sí en la oración, en el amor mutuo y en las obras buenas con que participan en la vida de la comunidad» (Cfr. Colzani). De tal manera que en las redes sociales, donde se realiza tanto intercambio y proximidad entre las personas podría darse, en cierta parte, algún intercambio de esta comunión; sin embargo sabemos que es necesaria para ello una verdadera autenticidad por parte de los que en la red se encuentran conectados entre sí.

Ante la pregunta sobre la Iglesia en la Red, podríamos responder que si es posible, vista la Red como un medio de comunicación con el cual llevar y recibir material de evangelización, sin embargo el desafío no apunta a un mera utilización de la Red como medio para presentar la Iglesia, sino que también podría buscarse el hacer vida eclesial en la Red, como un espacio en el cual presentarse. Ver también la Iglesia, en este aspecto, como el espacio conectivo, un espacio donde las personas tengan experiencia de vida, conectadas entres sí y con Dios, conlleva también a un alto riesgo, perder la comprensión de cuerpo místico. Si bien hoy gozamos del hacer chek in con el teléfono-móvil y dar aviso de nuestra presencia para tener disponibilidad de encuentro físico con los demás es importante recordar que el encuentro de Iglesia no se da solamente en relación con nuestro prójimo sino también con Dios. Pues la Iglesia no se reduce sólo a un espacio público en el que hacemos contacto con los demás, sino que va más allá, es decir la comunión eclesial es don del Espíritu. «El Espíritu suscita en los fieles el sentimiento de una comunión en virtud de la cual –por la fe y el amor– están en Dios y Dios está en ellos» (Congar).

A menudo podemos encontrar en la Red a personas que en son reservadas, tímidas o incluso cerradas, pero que en ella se muestra de una manera más abierta, amigable, sacando de su interior aquello que realmente son pero que por temor no lo expresan en el espacio físico; es por eso que un desafío para la Iglesia es abrir esa isla (ciberespacio) en la que se ha encontrado el espacio y la seguridad para expresar todo aquello que no se hace en el espacio físico. Tarea de la Iglesia es no sólo evangelizar por este medio sino llevar la Iglesia a este espacio (el ciberespacio), buscando formas y comprenderse en ellas, buscar ir de la conexión a la comunión, de los grupos on line a las relaciones profundas y comunidades cristianas; de estar interconectados a llevarlos a vida en comunión. En fin, la Iglesia está llamada a perforar la horizontalidad de las relaciones en las redes sociales para sacarlos y llevarlos a la verticalidad de la relación de la comunidad con Dios. Ciertamente con esto puede correr riesgos como por ejemplo la incomprensión de quien es realmente la mediación de autoridad eclesial, si aquel obispo que preside la diócesis, o aquel a quien se cyber-frecuenta, o escucha. Si el titular de la diócesis o el Santo Padre; pero esto es un riesgo que se debe asumir e instruir y regular.

El desafío de la presencia de la Iglesia en la Red es la tarea de hoy. ¿Podríamos reflexionar si mi presencia en la red, dice de mí, una vida auténticamente cristiana de Iglesia? ¿En las redes sociales soy el mismo que frecuenta mi parroquia o grupo apostólico o en su defecto me veo envuelto en la falsedad de la propuesta mundana? ¿Busco ser y hacer realmente Iglesia dentro de la Red o simplemente intercambio y comparto algunos bellos mensajes que me han llegado? ¿Cuándo entro en la red social busco ser cristiano o me olvido de mi ser bautizado olvidando hacer comunión con mis hermanos conectados?




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Biblia de Jerusalén; Lumen Gentium; S. Pie-Ninot, Eclesiología; A. Spadaro, Cyberteología; G. Colzani, La comunión de los Santos; Y. Congar, El Espíritu Santo.