Hace ya casi
diecisiete años que hice uno de los actos de confianza, más fuertes de me vida. La verdad que cuando supe lo que
me pedían hacer me entró miedo, quise sacarle la vuelta; pero la petición ya
estaba hecha y la idea daba giros en mi cabeza. Cualquier respuesta suponía un
acto enorme de responsabilidad y, yo apenas contaba con 15 años. Era un
adolescente. Tuve que releer mi vida, mis relaciones, mis intereses, para tomar
una decisión; puse en la balanza seguridades, familia, amigos, escuela,
diversión, mi vida; en fin lo puse todo; todo lo que en el pasado y en el
presente me representaban contra un futuro incierto, una inquietud, una curiosidad,
una corazonada, que en al aquel tiempo no sabía ni cómo llamarle. Que días tan
difíciles pasé; días y días pensando en lo mismo. Pero llego un día en que cara
a cara con mi amigo, le abrí mi confianza, así que no me quedo otra que
escucharlo y hacerle caso. Es entonces cuando tome la decisión. ¡Está bien
Señor, te seguiré por el camino del sacerdocio!
Entonces fui a donde mi párroco y conté
todo aquello que yo ya había meditado y decidido. Me sobrevino el apoyo tanto
del él como de mis padres que sorprendidos aceptaban mi decisión. Todavía
recuerdo la palabras de mi padre cuando le compartí lo que iba hacer: Mira campeón yo siempre he querido lo mejor
para ti y si eso es lo que quieres yo te apoyo. Sin embargo aun con las
palabras de mi padre y con el apoyo de todos, seguía experimentando ciertos
temores. Había ocasiones que me preguntaba si había tomado la decisión
correcta. Y entonces pensaba en Abraham que tuvo que dejar su patria, su
familia para hacer la voluntad de Yahvé (Cfr. Gen 12), en Jeremías que no se
consideraba el más capaz para hacer su obra (Cfr. Jr 1). Algunas veces
preguntaba tanto al Señor como a mí mismo ¿Por qué yo? Sin embargo entre más
preguntaba, nunca escuché una respuesta clara, o al menos una que me diera la
seguridad de que la decisión tomada había sido buena. Bueno para muchas cosas
no era, no me consideraba buen estudiante y, decían que en el seminario tenía
que estudiar mucho, que era muy difícil. Creo que para mí si lo fue. Pero aun
así, entre temores y confianzas refrendaba mi decisión de seguir caminado por
donde el Señor ya me había llamado.
Así fueron pasando los años de formación
en el seminario y día a día entre clases, aseos, amistades y demás cosas de
cotidianeidad aprendía a confiar en el llamado de Dios. Luego llegó el momento
de pedir el pase al seminario mayor, el término de la filosofía y el comienzo
de la teología, hasta que me encontré frente a mi escritorio para solicitar admisión
a la candidatura a las órdenes de diaconado y presbiterado y los ministerios
laicales, así como a su tiempo solicitar la ordenación para diaconado y el
presbiterado. Creo ahora que el Señor siempre me tuvo confianza y que me la
seguirá teniendo, así como yo a él.
En pocos días celebramos la jornada de
oración por las vocaciones sacerdotales, y el saber que el pueblo confiado en
la bondad del Señor le solicita sacerdotes y, que algunos jóvenes llenos de
incertidumbre y temor con confianza dejan sus familias, casas, proyectos; me
vuelve a llenar de confianza el
corazón pues sé que su obra sigue en pie. Que el Señor sale todos los días a
contratar trabajadores y aunque muchos dicen que no, otros con valentía y con arrojo responden confiados con
un SÍ.
Hoy con cuatro años y medio de ser sacerdote, lejos
de mi patria y de mi familia, puedo decir con tranquilidad «Sé en quien he puesto mi confianza».
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