En estas últimas semanas experimenté la muerte de dos personas; la primera el 6 de enero de 2012 Don Emilio Ramos Palomo y, la segunda el día 13 de febrero, la Niña Monserrat Alejo. Ambas noticias me consternaron; ambas personas eran amadas pos su familia y por otras tantas personas.
Don Emilio, fue un hombre de 108 años o tal vez más, vivió la Revolución, hombre trabajador, hombre de familia, hombre lleno del amor de Dios, solía ir tanto a la Misa matutina como la vespertina, a sus 108 años seguía recorriendo la colonia para ir a la parroquia y contemplar de rodillas el sagrario que contiene la Eucaristía, pasaba horas sin desviar la mirada, mientras recitaba algunos rezos y conversaciones con Dios. Unos 10 años aprox. antes de su muerte aun trabajaba como carpintero en la Basílica del Roble en el Centro de Monterrey. Los que lo conocimos somos testigos del gran testimonio de Vida que trasmitía.
La Niña Monserrat Alejo con tal vez 12 años de edad, era vecinita de la Colonia en la que crecí; experimentó la enfermedad agresiva del cáncer, a través de esta enfermedad pudo unir a algunos miembros de la colonia para juntos orar, incluso me atrevo a decir que a través de su enfermedad pudo acercar más a su familia con Dios. Con la alegría que caracteriza a los niños y niñas de su edad pudo disfrutar en su condición alegrías como salir divertirse con los amigos, asistir a algún un concierto, juagar, amar entre otras tantas cosas.
Tanto Don Emilio como Monse, como tal solían llamarlos, fueron llamados al encuentro definitivo con Dios en la casa de Dios Padre. Ambos según la misma fe que profesaban son participes de la fiesta que no termina, de la alegría que no tiene fin y de la Vida que no se acaba: la eternidad. Sabemos por la Fe que todo esto, la ancianidad como la enfermedad, no son el fin definitivo del hombre, pues dado que Cristo resucito también según su promesa resucitaremos algún día. En fin ellos gozan eternamente y su alegría no tiene medidas y no la podemos describir con unas simples palabrillas de martes.
Por otra parte, puede ver en un doble efecto en la experiencia de la muerte de ambas personas, contrario a lo que ellos gozan, también está el dolor de los familiares y amigos, los ojos de tristeza de los hijos y nietos de Don Emilio, como la tristeza desgarradora que pude contemplar en el rostro cansado y ojos vidriosos del padre de Monse, me han dado pie en estos días a la reflexión y cuestionamientos sobre el proceso del Duelo.
En la Mayoría de los casos los dolientes más cercanos, no terminan de despedirse con la mera velación ni con la inhumación de los seres queridos, sino que se tarda un tiempo hasta que el deudor se sabe y aprende a vivir sin la presencia física del ser querido.
A menudo la gente que experimenta la muerte de algún ser querido suele guardar las cosas, los objetos las ropas del que se ha ido. Tal vez hemos escuchado palabras como: “siento que al deshacerme de sus cosas es como si me estuviera deshaciendo de él”; “es que no puedo olvidarlo tan rápido”; “tener sus cosas, es como si él estuviera todavía aquí”; entre otras tantas. La cuestión no es deshacerse de las personas, ni mucho menos olvidarlas, sino aprender a decirles Adiós, desapegarse de la ‘presencia física’.
El duelo es la reacción emocional, física y espiritual en respuesta a la muerte o una pérdida. Las personas que están de duelo pueden experimentar los siguientes cambios: Sienten emociones fuertes, como la tristeza y la ira; Tienen reacciones físicas, como falta de sueño o sensación de náusea; Tienen reacciones espirituales frente a la muerte. Por ejemplo, algunas personas se cuestionan sus creencias y se sienten muy decepcionadas de su religión mientras que otras descubren que su fe es más fuerte que nunca.
Creo que una de las cosas que debemos de hacer ante el duelo es, Primero asumir lo que ha ocurrido, que no es culpa nuestra, la muerte en las personas llega, ya sea por enfermedad, por accidente, etc. Al asumir que ya nuestro ser querido a muerto, le ponemos nombre a los sentimientos y conflictos que experimentamos. Segundo: comenzar a vivir sabiéndonos que ya la presencia de nuestro ser querido no compartirá físicamente con nosotros pues solo será en el recuerdo.
Hay personas que han perdido alguien muy amado y jamás logran despedirse de él, porque no logran llevar un buen proceso de duelo, esto tiene complicaciones serias dado que se pone tanta atención en el que se fue que se descuida en sobremanera de los que se quedan. El decirle Adiós a una persona no es olvidarla sino asumir que ya no ésta y vivir la historia desde esta nueva realidad.
Las palabras del padre de Monce aun las recuerdo y resuenan en mi mente, “Ya está en el cielo; nosotros hicimos todo lo humanamente posible, pero así Dios lo dispuso”; ante esto, aun en la tristeza, puedo ver que el padre de la niña ya iniciaba el proceso de duelo de su hija. No resignado a que todo acabo sino asumiendo la nueva condición de vida eterna de su hija y la condición de vida que la familia habría de enfrentar.
Por último he de decir que el duelo que hacemos a nuestros seres queridos es un acto de amor para ellos y para nosotros, al intentar vivir la realidad y la comunión de los santos que los católicos profesamos.