Cuando llegué a mi parroquia, mi párroco me encargo celebrar todos los días la Misa de las 8:00 de la mañana, mientras el celebraría la misa vespertina, al principio celebré con gran emoción pues eran las primeras veces que decía Misa, oportunidad de poder hacer una de las cosas para las que me preparé durante doce años en el Seminario de Monterrey.
Pasados 15 días, de estar celebrando, observaba que los diez feligreses eran siempre los mismos, y aunque con el tiempo llegaron más, el estar celebrando siempre a la misma hora me trajo cierta disciplina, que me ha ayudado a darle a mi día la línea por donde he de caminar. Sin embargo debo decir también hay ocasiones que me cuesta levantarme a compartir la eucaristía. Esto sucede cuando veo la Misa de la mañana como obligación, soy sacerdote, lo sé (espero no escandalizar a nadie) aun con esto de repente se me cruza la idea de quedarme en la cama más tiempo o leer por las mañanas como cuando recién llegué o salir a caminar un rato, sin embargo al tomar el misal y leer las lecturas ya sea de noche o de mañana, no puedo dejar de pensar que le Iglesia está congregada para celebrar el sacrificio que da vida, entonces me dispongo a realizarlo. También debo confesar que en ocasiones me gana la lectura y pierdo tiempo en salir tratando de arrancar los últimos comentarios al oficio, al comentario bíblico o a la novela que tenga por ese día sobre mi buró.
Hoy me pregunto, ¿Por qué en martes tengo que celebrar? ¿Acaso no es mi día libre? puedo hacerlo por la tarde, tal vez ir a visitar a mi padrino y participar junto con él en la Eucaristía o simplemente ir la parroquia en la cual crecí para escuchar Misa como lo hacía antes de consagrarme. Sin embargo hoy pude nuevamente reforzar el por qué lo hago; y es que estoy convencido de hacerlo; como lo estoy de comerme unas flautas, que no me gustan, con tal de convivir.
Es claro que hay cosas que no siempre me gustan hacerlas pero que puestas en la balanza me llenan de sentido y me refuerzan mi caminar. Las obligaciones muchas veces nos hacen cumplir con trabajos, escuchar personas que nos disgusta escuchar, leer libros o hacer la tarea de la escuela, que no siempre me gustó hacer, entre otras tantas. Y las convicciones nos ayudan a hacer las cosas con mayor arrojo, empeño, amor. Y es que cuando estamos convencidos de lo que hacemos toda obligación se supera.
Estoy convencido de celebrar la Misa de las mañanas, aun en martes. Estoy convencido de mis muchachos de Jesús Nazareno, estoy convencido de mis alumnos, estoy convencido del tiempo que le doy a mi familia, estoy convencido de parame de madrugada a ungir el enfermo, de dedicar parte del martes a tareas de mi parroquia, de no contestar mi celular cuando necesito descansar. Pero sobretodo estoy convencido de mi fe en Dios.
Me surge nuevamente otra pregunta, ¿Cuántas cosas hago por convicción y cuantas por obligación? y ¿Cuántas cosas son verdaderas obligaciones que hago por convicción? La verdad no sé tendría que hacer una lista interminable. Lo que si es que estas letras o mejor dicho palabras de martes las hago por convicción y no por obligación. El café que me tomé con Carlos Hernández lo hice por verdadera convicción; mi vocación la vivo por convicción. Creo que son más las que hago por convicción.
Al final del día estoy convencido de que viví bien el martes.
Siempre hay tres vías para hacer algo, la emoción, la obligación y la convicción. La primera es fugaz, la segunda exige mucha madurez para que no se agobiante, pero la tercera es increiblemente satisfactoria y gratificante. Gracias Gera por tu ejemplo de convicción y responsabilidad.
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