El 14 de agosto de 2008 por gracia de Dios me ordené diacono para la Iglesia de Dios. Aun recuerdo la procesión de entrada con la que daba comienzo la celebración eucarística, sentía que un temblorcillo recorría mi cuerpo y lo acompañaban unas grandes ansias de romper a llorar, volteé a ver a mis lados y logré observar a mi familia emocionada y nerviosa al igual que Yo, regrese mi vista a mi mamita del cielo y conseguí algo de sosiego, nuevamente mis ojos reposaron en otra gente se trataba de algunos amigos y conocidos; me preguntaba porque Él me había elegido a mí, para entrar en el orden sagrado, me sentía indigno, repase con velocidad por mi mente algunos compañeros en el seminario a los cuales consideré mejores que yo, y sin embargo ya no estaban, solo nos encontrábamos tres. Sin duda ese día comenzó mi nueva vida.
Con el orden sagrado vino la práctica de administrar sacramentos para la vida de la Iglesia. De los que más me gustan son la Eucaristía y el Bautismo, dado que la condición que este último da, es impresionante: a quien lo recibe le da la vida eterna, lo ingresa a la vida de la gracia y lo hace formar parte de la comunión con la Iglesia, además de que el bautizado adquiere la condición de ser hijo de Dios. Que misterio tan magnífico y precioso donde se otorga tan gran dignidad.
Hoy muy temprano me pidieron visitar al bebe de unos amigos míos que había nacido prematuramente, después de haber compartido algunas palabras con la madre del bebe y escuchar junto a su esposo, el diagnóstico del médico, nos trasladamos el padre del niño y un servidor hacia cuidados intensivos, frente al niño eleve oraciones junto al papá y después lo bauticé; mientras esto ocurría Ángel Miguel, con cuyo nombre lo presentamos ante Dios, apoyado en el respirador que le ayudaba a lograr conservar la vida, nació a la vida eterna, convirtiéndose así en otra creatura nueva, hijo de Dios, y el pequeño tuvo a bien lanzar un grito de esperanza, el grito era solo un pequeño sonido, pero para el padre de Angelito y para mí se convirtió era un grito de felicidad, solo pudimos voltear a ver nos a los ojos y sonreír bajo los cubre bocas, nuestros ojos brillaron.
Después del bautizarlo me dirigí a casa de mis padres pensando en fuerza de aquel infante. Ángel Miguel (nombre elegido por sus padres significando ser “enviado de Dios”) se convirtió para mí, en este día, en la reflexión de cada martes. Como siempre me surgieron algunas interrogantes ¿Qué pasará en las próximas 72 horas de Angelito, son horas criticas de observación? ¿Cómo será la lucha en su incubadora en los siguientes meses hasta lograr la fuerza necesaria de enfrentarse a la vida con mayor fuerza? ¿Podría ser un motivo de esperanza para otros tantos con situaciones distintas pero con obstáculos que muchas veces parecieran invencibles? Creo que sí.
La lucha del hombre, por más insignificante que parezca, por conseguir la vida, siempre es motivo de esperanza. La gente coloquialmente dice que con nuestro esfuerzo ponemos nuestro granito de arena. Algunos de nuestros hermanos se han cansado de luchar y dejan la batalla otros incluso la han olvidado… para todos resuena la misma enseñanza del Maestro: “¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a la semilla de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció y se convirtió en un arbusto grande y los pájaros anidaron en sus ramas”. Y dijo de nuevo: “¿Con qué podré comparar al Reino de Dios? Con la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina y que hace fermentar toda la masa”. (Lucas 13, 18-21). Me pregunto acaso el esfuerzo, insignificante para muchos, del pequeño Angelito, no nos ha llenado de esperanza al menos a los más cercanos a él.
Al final creo que el forjar esperanza es tarea de todos pero que para algunos, aun cuando tienen mucho en contra se convierte en el acto más valiente con el cual pueden vivir, y con ellos mostrar y dar fortaleza a tantos otros. Si hoy vivimos inmersos en la cultura de la muerte estoy seguro que saldremos siempre y cuando pongamos nuestros pequeños esfuerzos, pues sumados lograremos insertar vida en nuestra sociedad.
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Con solo 1.5 kg de peso y apoyándose en su respirador
se aferra a la vida e inyecta esperanza a su alrededor.