domingo, 24 de mayo de 2015

El Espíritu y la Misericordia

En el contexto del Jubileo de la Misericordia y esta solemnísima fiesta de Pentecostés, he querido hacer una reflexión sobre El Espíritu Santo como Espíritu de Perdón. Quiero iniciar planteándonos una pregunta ¿Es posible hablar de perdón en un momento histórico en el que la mayoría de los hombres que habitamos el mundo buscamos más el beneficio de nosotros mismos y no la amistad surgida de la misericordia y la mirada de amor hacia nuestro prójimo?

De frente a esta cuestión quiero plantear algunas ideas y reflexiones que nos den luz para redescubrir la presencia del Espíritu en nuestras vidas y concretamente en nuestra Iglesia.

1. El Espíritu sopla donde quiere. Como primer punto debemos decir que la presencia del Espíritu es real y esta se manifiesta en cada acontecimiento de la vida ordinaria, específicamente en aquello que nos impulsa a la comunión personal y comunitaria. En el pasaje juánico del diálogo de Jesús con Nicodemo (Cfr. Jn 5,8), El Señor le indica que para lograr una verdadera conversión es necesario nacer del Espíritu y no solo de la carne (entendida la carne como la debilidad), la carne, carne es; pero ‘el Espíritu sopla donde quiere y oyes su voz’. Curiosamente encontramos dos cosas interesantes en una sola frase, la primera refieriéndose a la capacidad del Espíritu Santo de penetrar cualquier instancia por más viciada que parezca (casa, familia, amigos, etc.). La segunda en cuanto que dice que ‘hace oír su voz’. El Verbo del Padre es la palabra que da vida, por la que el Padre se revela, sin embargo el Espíritu es el no-dicho sino el que procede del Padre y del Hijo y que permite la comunicación entre ambos. Por lo que si el Espíritu sopla donde quiere, también habla donde quiere y cuando quiere, así encontramos en el Antiguo Testamento que habló por los profetas, pero que también habla en nuestros corazones, sopla en ellos como un viento cálido en una noche fría, como briza suave que refresca el corazón mas enardecido y encolerizado; como viento fuerte que nos mueve y nos empuja a ir donde a Él le plazca, como el viento impetuoso que impulsó a los apóstoles a la evangelización en el día de pentecostés. Así que el Espíritu Santo nos puede mover a nosotros y nosotros podemos dejarnos mover por Él, dejar que nos mueva al perdón y al amor.

2. Cuando los discípulos vieron al Señor se llenaron de inmensa alegría (Cfr Jn 20,20). Queda claro en el pasaje del Evangelio que la presencia del Señor Jesús resucitado en medio de los discípulos llena de alegría los corazones de los mismos. Al presentarse el Señor les desea la paz y junto con este gesto sopla sobre ellos el Espíritu Santo capacitándolos para perdonar los pecados. El perdonar a nuestros semejantes también conlleva la acción del Espíritu Santo en nosotros. Si nosotros abrimos las puertas de nuestro corazón entonces el Espíritu nos llena de amor y de nuestros corazones solo podrán salir sentimientos de caridad y misericordia, pero si por el contrario nos cerramos a su acción y a la pascua con Cristo, dejaremos de comportarnos como hijos de Dios, como bautizados, dejamos de ser miembros de la Iglesia y por tanto dejamos de hacer comunión, de manera que donde no hay comunión tampoco hay comunidad ni perdón sino egoísmos y odio.

Por otra parte recibir el Espíritu Santo es también recibir el perdón, y saber perdonar. En la fórmula de la absolución sacramental, encontramos una fina alusión al Espíritu Santo que es enviado a los apóstoles y que por ministerio de la Iglesia concede el perdón y la paz. Solo  la recepción del Espíritu Santo en nuestros corazones garantiza el perdón, solo la venida del Espíritu en pentecostés da la valentía a los temerosos discípulos, de manera que ese mismo Espíritu es el que en nosotros como comunidad de discípulos garantiza la reconciliación y la fraternidad, nos regresa la alegría y nos vivifica con la amistad recobrada y alegría refrendada entre quienes nos hemos dejado guiar mas por nuestra carne, por nuestra debilidad que por nuestra condición de hijos en el Hijo, miembros de su cuerpo y templos del Espíritu.

3. El Bautismo del Espíritu. Cincuenta días después de la pascua tuvo lugar en el cenáculo que vino sobre la comunidad de discípulos el Espíritu Santo como viento y fuego (Cfr Hch 2,1-4). A esto le llamamos Bautismo del Espíritu Santo; acto seguido de este gran acontecimiento y presencia de Dios en su pueblo, los discípulos llenos de valor salieron a evangelizar. Es el Espíritu Santo el que es capaz de purificar nuestros corazones llenos de odio y tristeza, es el que como fuego purifica el corazón más empedernido y maltratado por la violencia y el rencor. Es el bautismo en el Espíritu el que nos hace hablar en lenguas, lenguas que todo mundo entiende, es decir la caridad y el perdón; es el Espíritu Santo el que purifica nuestra conciencia de toda obra y juicio mal sano llevándonos al encuentro con Aquel que nos da la gracia: Cristo, nuestro Señor. Es el Espíritu que con su bautismo en agua, viento y fuego, nos orienta hacia el reino de Dios. Nos capacita para manifestar su amor y su gran perdón a pesar de nuestras acciones.

Que el Espíritu Santo siga moviéndonos hacia a donde Él quiera.

Que el Espíritu Santo siga llenándonos de inmensa alegría para perdonar y perdonarnos

Que el Espíritu Santo siga derramando su Santo Bautismo sobre nosotros a fin de que vivamos como hijos de Dios y nos lleve a trasmitir su palabra con alegría y corazón. 

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