Venía en el autobús cuando un compañero
mío se subió y me dijo sin preámbulos: “ya
sabes que renunció el Papa, lo acaban de decir, lo escuché en la editrice vaticana”.
Yo no lo podía creer. Necesité de varios días para asimilar la noticia, aunque
leyendo la carta de renuncia me dio serenidad y confianza, pues sabía que esto
venía de Dios. Al llegar a la casa platiqué con el padre Marquitos al tiempo
que escuchábamos las noticas en la radio, donde grandes teólogos como Bruno
Forte entre otros compartían su opinión y nos hacían comprensible el
acontecimiento; sin embargo tanto Marcos como Yo coincidíamos en que en ambos
comenzaba a nacer un sentimiento de orfandad tras la dimisión del Santo Padre.
Desde el 11 de febrero este tema
ocupó mi reflexión personal, además que toda la ciudad hablaba del
acontecimiento; los maestros de la universidad daban sus puntos de reflexión
acerca de la dimisión de Benedicto XVI, cada uno desde su rama: eclesiólogos,
canonistas, etc. También la renuncia suscitó un sinfín de opiniones de los
medios de comunicación, que iban desde las comparaciones con el Beato Juan
Pablo II, hasta algunas que parecían muy personales pero aun con esto las
lazaron al aire como criterio de verdad. Otras tantas personas inundaron el
Facebook también con sus opiniones donde muchos le hicieron mala crítica y
reprobaban la decisión que el Papa había tomado delante de Dios. Algunos de los
que opinaron en facebook, días después, al parecer hicieron una relectura del
acontecimiento y se arrepintieron de su opinión de manera que terminaron corrigiéndola
o eliminándola. Otros tantos manifestaban su agradecimiento al Santo Padre. Con
todo esto creo que la mayoría no leyó ninguna de las encíclicas que Su Santidad
escribió, creo también que tal vez jamás leyeron algún libro o artículo de él
por más pequeño que fuera; incluso que muchos tampoco a estas alturas han leído
el mensaje para la cuaresma de este año. En fin me parece que realmente muchos
desconocen a Joseph Ratzinger y por consecuencia a Benedicto XVI; desconocen
que Ratzinger fue uno de los peritos hace 50 años en el Concilio Vaticano II y
que hoy su pensamiento y voz es magisterio de la Iglesia.
Pero en mi reflexión y vivencia
personal, valoraba la dimisión del Papa, su humildad, su hacerse un lado por el
amor tan profundo que le tiene a Dios y a la Iglesia. También valoraba como el
Papa casi a sus 79 años aceptó tomar el timón de la barca de Pedro, así como la
fidelidad que guardaba al entonces Papa Juan Pablo II al ayudarle completa y enteramente en
los problemas de la Iglesia cuando más necesaria le era la ayuda. Qué gran
valor tiene este hombre. Hoy hay tantos que permanecen en sus cargos de poder y
ansían el populismo y la reverencia, mientras que el Papa simplemente se hace
un lado, al silencio, a la oración, a la soledad. Entre las cosas que reflexionaba
en estos días tan intensos para la Iglesia, era también el pedirle a Dios
que me diera la claridad de saber cuándo hacerme un lado para el bien
de la Iglesia, de manera que no persiguiera o antepusiera mis comodidades mi
bien estar, sino siempre la voluntad de Dios y el bien de su obra. Pensaba como
en las naciones personas se aferran a sus cargos y se postulan una y otra vez
mientras que él simplemente le deja el lugar a otro. Que contradicción,
mientras que en las elecciones de hace dos días de este país algunos buscan
nuevamente el puesto, Benedicto busca el bien de la Iglesia y deja su cargo.
En muchos de mis compañeros he
escuchado la misma pregunta que Yo me hago, ¿Cómo se sentirá, humanamente
hablando, el Santo Padre,lejos del cansancio por el deterioro de la salud
física, como el mismo nos lo ha dicho? Ciertamente él es un verdadero hombre de
Fe, por lo que todo lo verá como gracia de Dios. Desde su sorpresiva notica
he orado por él a diario; pero también he repasado cada una de sus catequesis
que en este Año de la Fe nos ha enseñado, así como me dejé conducir la
reflexión este Miércoles de Ceniza por su mensaje en la Audiencia general de
ese mismo día.
Dentro de estos días ha surgido
la interrogante de ¿Cómo debo despedirme del Santo Padre? Por lo que además
de la Oración y meditar sus catequesis decidí acompañarle y rezar junto con él
el Ángelus el domingo 24 de febrero, así como también asistir a su última Audiencia
general en la Plaza san Pedro. El Domingo muy temprano nos encaminamos el padre
Marcos y Yo a la Plaza Vaticana pues desde su balcón él dirige un mensaje y
reza con los fieles que se congregan frente al balcón; ese día nos encontramos
con una gran cantidad de gente, levantamos la vista para buscar dónde estaban
nuestros compañeros del Colegio y pudimos ver a lo lejos que se veían unas
banderas mexicanas, poco a poco nos fuimos abriendo el paso hasta que llegamos
a donde ellos, algunos de los sacerdotes cantaban canciones típicas de México
como cielito lindo, caminos de Michuacan, entre otras, haciéndose acompañar por
algunos instrumentos, otros simplemente se unían con alguna manta o bandera.
También se acercaron con nosotros otra gente de diferentes naciones a escuchar
las canciones y a corear alguna parte de ellas. En la plaza había alegría y
fiesta, hasta que observamos que abrían el balcón para dar comienzo al mensaje
del papa y el rezo ángelus. En ese momento llegó el silencio y calma, luego salió
el Santo Padre, dio el saludo, se escuchó el “Viva el Papa” por parte de los
fieles congregados y nos dispusimos a escucharlo. Yo estaba completamente
emocionado y atento a su voz, pero con un sentimiento de tristeza pues sabía
que pronto ya no lo veríamos; en el mensaje el Papa decía que sentía como la
Palabra de Dios particularmente le invitaba a él a abandonarse a subir al monte
y orar, fue en ese momento cuando mis ojos se pusieron vidriosos, y nuevamente
me vi sorprendido por la forma en que el Santo Padre trasmite la Palabra de
Dios, pues su reflexión es clara, sencilla y profunda. Por el camino otros
padres y yo compartíamos nuevamente del mensaje que nos había dirigido.
Todos esperaban el miércoles
para asistir a la última Audiencia General con el Santo Padre, días atrás había
llovido y hasta granizado pero ese día había salido el sol calentando el lugar
y haciendo que todo luciera de maravilla. Había gente de todos lugares:
alemanes, indianos, americanos, españoles, mexicanos brasileños, etc. Entramos a
la Plaza san Pedro y encontramos lugar delante del obelisco; todo era una
verdadera fiesta, se coreaban cantos, se rezaba, se lanzaban vivas y se
agitaban las banderas. Al poco tiempo nos rodearon unas religiosas que traían
una gran cantidad de jóvenes provenientes de España, la juventud se impuso en
aquel lugar y algunos padres también coreamos junto con ellas cantos y porras. En
un momento saqué mi rosario y comencé a rezar por todos aquellos que me habían
pedido oración y obviamente por el Santo Padre, esta vez no estuve tan cerca
de Su Santidad como en otros eventos, ni busqué sacar una gran cantidad de fotografías
sino que me dediqué a disfrutar su magisterio y su presencia. El Papa comenzó a
dar su catequesis y todo el pueblo guardo silencio, yo saqué mis gafas oscuras
y me las puse porque era inevitable contener las lágrimas y la verdad no quería
que me vieran. Coloqué el rosario en mi mano para que el Papa lo bendijera, y agradecía
a Dios la oportunidad que me dio de aprender de él, de su humildad, de su
magisterio, de su entrega generosa; luego hice la promesa de rezar por los
cardenales electores al tiempo que observaba como el Papa se retiraba de la
Plaza san Pedro. En el momento en que desalojábamos la plaza platicamos con
muchas personas de otras partes y contemplamos el gran amor que la Iglesia le
tiene a Benedicto XVI. Así fue cómo me despedí del Santo Padre.
Gracias Santidad por su entrega
fiel, por no abandonar la Iglesia, por continuar abrazando la cruz, por darnos
muestra de esa oración constante, gracias por su magisterio, por defender la
Fe, por llevarnos desde el inicio de su pontificado recorriendo y trabajando
las virtudes de la Caridad, la Esperanza y la Fe. Gracias por estos años en que
nos guió hacia el encuentro con Cristo
Señor Jesús, tú que escuchaste a
tantos que contigo se encontraban por el camino y les trajiste la felicidad,
escucha con agrado la oración de tu siervo Benedicto XVI que dirigiéndose a ti te
solicita el bien para nosotros que somos tu Iglesia, a él cuídalo y protégelo
en este último tramo de camino hacia ti. Amén.