martes, 8 de mayo de 2012

“Temores y Esperanzas”


En 1998 ingresé al Seminario de Monterrey y comencé mis estudios de formación sacerdotal en él para algún día poder servir al Pueblo Santo de Dios de esta manera, si así fuera la santa voluntad de Dios. Los sentimientos estaban a flor de piel, puedo decir que vivía apasionadamente cada paso que daba. No recuerdo muy bien si fue en el Preseminario o ya dentro del mismo cuando hice por primera vez conscientemente esta dinámica de externar y plasmar sobre el papel los ‘temores y esperanzas’ que hacían guerra en mi cabeza. Por una parte quería estar dentro del Seminario pero me aterraba el saber que la exigencia de formación académica, espiritual, comunitaria y apostólica, desconocidas por mí en ese ambiente me superarían o simplemente me indicarían que tal vez, como decimos coloquialmente, “No daría el Kilo”, que gran temor experimentaba. Por otra parte Anhelaba el poder llegar al  momento en que sería nombrado pastor “sacerdote para siempre” y tal vez laborar con todo mi ser para la viña del Señor. Cada vez que pensaba en que algún día el Señor me confirmaría su llamado y mi respuesta con la ordenación mi Esperanza se acrecentaba, trasmitiéndome así nuevas fuerzas para seguir caminando.


En fin durante mi formación siempre hubo temores y esperanzas, que fueron marcando mi caminar. Otro gran temor fue cuando discernía sobre si solicitaba la ordenación sacerdotal o no. Mi temor, descubría Yo, no era en cuanto si mi camino y vocación era el sacerdocio o no, sino que temía el no poder con este estilo de vida y tal vez ser alguien mediocre que pasaría mis días como aquellos matrimonios que ni se aman, ni se odian simplemente se han acostumbrado a vivir en la monotonía de su indiferencia. Que Temor tan grande, mismo que hacía que mis ojos derramaran unas cuantas lágrimas. Sin embargo en el proceso de discernimiento me encontré con que mi esperanza era aún mayor, y no solo eso sino que me daba la valentía para emprender este gran camino que me ha hecho tan feliz.
 

Los Temores que nos asaltan en pequeñas o grandes decisiones regularmente nos llevan al desánimo y a la violencia interna pero gracias a estos crecemos al poner nuestra confianza, nuestro trabajo y nuestra vida en el bien que se espera. A menudo el Temor surge amenazante a nuestro camino trazado por nosotros mismos, por ello hemos siempre de voltear a ver nuestras esperanzas pues en la Esperanza radica el previo regocijo y la seguridad de que nuestros pasos hacia la meta son seguros.

En el huerto Jesús oraba al Padre y el temor sobrevino, sin embargo la Esperanza que había en realizar y confiar en la Obra que el Padre había trazado lo llevaron a consumar la gran obra de la Salvación. Los discípulos en la barca se atemorizaban al ver que el mar se encrespaba (hundiéndose así en su propio temor), sin embargo tenían la firme esperanza en que Jesús los salvaría y fueron a donde él, para alcanzar la salvación y proceder con su camino. Los mártires macabeos eran atemorizados por el Rey Antioco y sus verdugos que los iban matando a uno por uno, sin embargo ellos murieron con la firme esperanza en la resurrección.

Nosotros nos encontramos en un tiempo en el que nos vemos amenazado por la violencia que atemoriza tanto a niños como a adultos, sin embargo nuestra esperanza ha de radicar no en la persona que llegue a la silla de gobierno sino en nuestra respuesta al mandato divino “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Temores y esperanzas hacen en nuestra libertad un combate cotidiano, pero solo la voluntad es capaz de hacer que el temor siempre sea vencido por la esperanza; es aquí cuando nuestras acciones se ven enriquecidas y nuestra cruz se hace llevadera y ligera en el camino cotidiano.

¡No tengamos miedo… en Dios pongamos nuestra esperanza!

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