En 1998
ingresé al Seminario de Monterrey y comencé mis estudios de formación
sacerdotal en él para algún día poder servir al Pueblo Santo de Dios de esta
manera, si así fuera la santa voluntad de Dios. Los sentimientos estaban a flor
de piel, puedo decir que vivía apasionadamente cada paso que daba. No recuerdo
muy bien si fue en el Preseminario o ya dentro del mismo cuando hice por
primera vez conscientemente esta dinámica de externar y plasmar sobre el papel
los ‘temores y esperanzas’ que hacían
guerra en mi cabeza. Por una parte quería estar dentro del Seminario pero me
aterraba el saber que la exigencia de formación académica, espiritual,
comunitaria y apostólica, desconocidas por mí en ese ambiente me superarían o
simplemente me indicarían que tal vez, como decimos coloquialmente, “No daría
el Kilo”, que gran temor experimentaba. Por otra parte Anhelaba el poder llegar
al momento en que sería nombrado pastor
“sacerdote para siempre” y tal vez laborar con todo mi ser para la viña del
Señor. Cada vez que pensaba en que algún día el Señor me confirmaría su llamado
y mi respuesta con la ordenación mi Esperanza se acrecentaba, trasmitiéndome
así nuevas fuerzas para seguir caminando.
En fin
durante mi formación siempre hubo temores y esperanzas, que fueron marcando mi
caminar. Otro gran temor fue cuando discernía sobre si solicitaba la ordenación
sacerdotal o no. Mi temor, descubría Yo, no era en cuanto si mi camino y
vocación era el sacerdocio o no, sino que temía el no poder con este estilo de
vida y tal vez ser alguien mediocre que pasaría mis días como aquellos
matrimonios que ni se aman, ni se odian simplemente se han acostumbrado a vivir
en la monotonía de su indiferencia. Que Temor tan grande, mismo que hacía que
mis ojos derramaran unas cuantas lágrimas. Sin embargo en el proceso de
discernimiento me encontré con que mi esperanza era aún mayor, y no solo eso
sino que me daba la valentía para emprender este gran camino que me ha hecho
tan feliz.
Los Temores
que nos asaltan en pequeñas o grandes decisiones regularmente nos llevan al
desánimo y a la violencia interna pero gracias a estos crecemos al poner
nuestra confianza, nuestro trabajo y nuestra vida en el bien que se espera. A
menudo el Temor surge amenazante a nuestro camino trazado por nosotros mismos,
por ello hemos siempre de voltear a ver nuestras esperanzas pues en la
Esperanza radica el previo regocijo y la seguridad de que nuestros pasos hacia
la meta son seguros.
En el huerto Jesús
oraba al Padre y el temor sobrevino, sin embargo la Esperanza que había en
realizar y confiar en la Obra que el Padre había trazado lo llevaron a consumar
la gran obra de la Salvación. Los discípulos en la barca se atemorizaban al ver
que el mar se encrespaba (hundiéndose así
en su propio temor), sin embargo tenían la firme esperanza en que Jesús los
salvaría y fueron a donde él, para alcanzar la salvación y proceder con su
camino. Los mártires macabeos eran atemorizados por el Rey Antioco y sus
verdugos que los iban matando a uno por uno, sin embargo ellos murieron con la
firme esperanza en la resurrección.
Nosotros nos
encontramos en un tiempo en el que nos vemos amenazado por la violencia que
atemoriza tanto a niños como a adultos, sin embargo nuestra esperanza ha de
radicar no en la persona que llegue a la silla de gobierno sino en nuestra
respuesta al mandato divino “Ama a tu
prójimo como a ti mismo”.
Temores y
esperanzas hacen en nuestra libertad un combate cotidiano, pero solo la
voluntad es capaz de hacer que el temor siempre sea vencido por la esperanza;
es aquí cuando nuestras acciones se ven enriquecidas y nuestra cruz se hace
llevadera y ligera en el camino cotidiano.
¡No
tengamos miedo… en Dios pongamos nuestra esperanza!
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