El pasado fin de semana, me dirigí con unos amigos hacia León Guanajuato, con el fin de escuchar al Santo Padre Benedicto XVI, en su vista pastoral a nuestra nación mexicana. Tomamos carretera muy temprano para poder llegar hacia el mediodía a León. Durante el camino platicamos de muchas cosas, del mismo Santo Padre, de salidas a carretera, de viajes, de experiencias, entre otras tantas, con el fin de hacer más ameno el trayecto. Sabiendo que sería muy complicado estar en todos los momentos en los que el Santo Padre dijera algún mensaje, buscamos estar en primer lugar en la Misa que presidiera en el parque bicentenario.
El Domingo 25 de marzo, nos dirigimos ceca de las 5:00am hacia el lugar conocido como ‘Puerto Interior’ donde abordaríamos el transporte que nos conduciría hacia el parque; al llegar nos encontramos con una larga fila para abordar los autobuses, hicimos fila alrededor de dos horas y media aproximadamente, y al fin abordamos el autobús; pasando unos cuarenta minutos de trayecto descendimos de este, para avanzar por una calle con acenso de un par de kilómetros. Durante este la multitud era incontable tres o cuatro carriles vehiculares de lado a lado llenos de feligreses que al igual que nosotros buscaban un sitio de donde poder celebrar la Santa Misa que el Papa presidiera.
Meses antes había tramitado el boleto y el permiso para concelebra junto con los demás sacerdotes cerca del Santo Padre; el boleto me llegó tres días antes del evento, sin embargo la multitud que al igual que yo avanzaba por los andenes a las afueras del parque no me permitió avanzar más. Entre los esfuerzos que hacía por llegar al lugar donde debería de estar fue el de mostrar mi boleto junto con la credencial que la Arquidiócesis de Monterrey me había proporcionado para el acceso a la concelebración, sin embargo aun con la amabilidad de los voluntarios que se había preparado para la organización de este evento con meses de anticipación, mismos que intentaban indicarme por donde habría de caminar no logre llegar al sitio que me aguardaba. Cuando uno de la seguridad del estado mayor me dijo que ya no podía avanzar más porque ya estaba dada la orden de que no se diera paso a nadie, decidí concelebrar con la feligresía que me había abierto el espacio (conocido como corral) donde se encontraban ellos, creo que era la sección E7. Los corrales eran una especie de espacios delimitados por cables que contenían a un gran número de gente con el fin de ayudarles mediante pantallas sonido y visibilidad directa al lugar donde el Papa presidiera la Misa, cabe decir que estos lugares tenían atención médica, baños, voluntarios para cualquier cosa que se necesitara.
Por un momento me vino el desánimo al saber que había recorrido ya muchas horas de camino y esfuerzo para no poder llegar a la concelebración, pero en un intento por disipar el pesimismo comencé a sacar de la mochila: el alba, el cíngulo y la estola; comencé hacer oración al revestirme, me colgué al cuello la cámara fotográfica sabiendo que las tomas que hiciera serían muy lejanas. Cuando termine de prepárame para la celebración escuché un ahí viene dirigí la mirada hacia el lugar de la calle y pude ver que de una esquina salían corriendo unos hombres vestidos de negro y que el lugar por donde pasaban la gente se apiñaba y coreaba algunas frases como ¡Benedicto, Benedicto! ¡Benedicto México te ama! Luego pude ver que le papamóvil daba vuelta en la esquina y pasaría a uno dos metros de donde yo estaba. Comencé a orar por aquellos que me habían pedido oración al mismo tiempo aliste la cámara, se acercaba cada vez más me entro una emoción de esas que enchinan la piel y me dije es el Vicario de Cristo. Paso y me entro una paz entre todo el murmullo de la gente que me rodeaba. Me dije también valió la pena.
Pero ahí no quedo la cosa, sino que después de esto la gente que estaba a mí alrededor comenzó a acercarse conmigo para pedirme que si les podía confesar, en fin confesé como unas veinticinco personas. Luego comenzó la celebración y en automático acrecenté la atención para poder estar atento, pues para eso había ido y esperado tantas horas de pie para escuchar al Papa. Tengo que decir que aunque me emocionó ver al Santo Padre mi objetivo no era verlo sino escucharlo de viva voz. Su predicación me pareció excelente sobre todo cuando dijo: “Pues bien, en este monumento se representa a Cristo Rey. Pero las coronas que le acompañan, una de soberano y otra de espinas, indican que su realeza no es como muchos la entendieron y la entienden. Su reinado no consiste en el poder de sus ejércitos para someter a los demás por la fuerza o la violencia. Se funda en un poder más grande que gana los corazones: el amor de Dios que él ha traído al mundo con su sacrificio y la verdad de la que ha dado testimonio.” Pues mi pueblo mexicano hoy pasa por caminos muy tortuosos y muchos de mis hermanos han perdido la esperanza, sin embargo hemos de reconocer que nuestro Rey es Cristo. Y su reinado es de amor. Solo amando podríamos mejorar esta situación que tenemos, también hubo otra que frase que le escuché que aún resuena en mi corazón “Quedaba sólo confiar en la misericordia de Dios omnipotente y la esperanza de que él cambiara desde dentro, desde el corazón, una situación insoportable, oscura y sin futuro… abriéndose paso el recurso a la misericordia infinita del Señor, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cf. Ez 33,11). Un corazón puro, un corazón nuevo, es el que se reconoce impotente por sí mismo, y se pone en manos de Dios para seguir esperando en sus promesas.” En fin escucharlo me dio paz.
Hoy me considero afortunado de haberlo visto pero más de haberlo escuchado. Regrese el lunes por la mañana a Monterrey con el gozo de haber celebrado la Fe en torno al lugar donde nuestros hermanos mártires dieron testimonio del Amor hasta la muerte; en torno donde una gran multitud de mexicanos manifestamos nuestra Fe en Cristo y en donde nuestro Papa nos alentó en la esperanza. Hoy sigo gozando lo que Dios me permitió vivir.