Para el israelita la pascua es el paso de la esclavitud a la libertad, de ser un pueblo oprimido por los egipcios a ser un pueblo rescatado por la mano de Yahvé. La experiencia de libertad los lleva a entonar aquel cántico triunfal que recogemos en Ex 15.
La Pascua para los cristianos tiene su fundamento en la acción de Jesús, en su paso de la muerte a la vida, del sufrimiento en la cruz a la experiencia constante de la gloria. Nuestra pascua es Cristo mismo, dado que nos rescata de la muerte que el pecado nos ha traído, para pasarnos a la participación de la vida nueva y plena en el resucitado. Pues la esclavitud que el pecado causa, solo puede ser superada en la adhesión al Señor.
Hoy en día debemos de tener en nuestras mentes la consigna de vivir la libertad, que muchas de las veces hemos ido mermando al contemplar que nuestra sociedad se esclaviza a sí misma con la violencia, el narcotráfico, la corrupción, la inseguridad traducida en robos, secuestros, asesinatos y extorciones. La libertad que hemos de vivir en nuestra sociedad; dígase, casa, barrio, colonia, ciudad, estado o país, debe ser la que nos trasmite el mismo Cristo, es decir la vivencia de su reino, que es Justicia, Paz, Amor, Vida, Verdad, Gracia y Santidad.
Es por eso que el tiempo cuaresmal es el tiempo en que ha de llegar la agonía y la muerte a nuestra vida que se ha acostumbrado, en muchas de las veces, a respirar y adolecer la infección de este cáncer tan lacerante que se llama corrupción; para que la noche de la pascua pueda encontrar su resurrección y la plenitud en la vida nueva que Cristo nos da.
La celebración de la noche santa (la Vigilia Pascual), da inicio a este tiempo de gracia, donde la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la "Fiesta de las fiestas", "Solemnidad de las solemnidades", como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento) [CEC 1169]. Sin embargo, esta no debe ser el único momento en el que se viva la pascua, sino que nos debe impulsar a una práctica constante de nuestra libertad; libertad que podemos gozar los hijos de Dios, los que intentamos seguir y cruzar el camino de la esclavitud a la libertad trazado por el mismo Cristo.
La cincuentena pascual da un sentido pleno a nuestra gran fiesta pascual, pues nadie que haya experimentado la resurrección de su vida en la resurrección de Jesús, podrá quedarse callado, sino que ha de salir pregonar lo que Dios ha hecho con él. Ya lo podremos experimentar en las celebraciones litúrgicas de la octava de pascua, donde es necesario entonar con voz potente el Gloria, himno que manifiesta la grandeza de Dios y el bien que ha traído para su pueblo; canto que entonan los vencedores, los que han muerto y resucitado con Cristo, los que estaban esclavizados pero que ahora se tornan libres gracias a la victoria de Jesús, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
La cincuentena pascual ha de convertirse para cada uno de nosotros, en un verdadero tiempo de gracia y libertad, donde se puede respirar con tranquilidad. Por eso, la Pascua, es sin duda alguna el tiempo de libertad, de Redención. Tiempo en el que hemos de renovar nuestras fuerzas al recordar nuestras promesas bautismales, pues “los que han sido bautizados en Cristo, de Cristo se han revestido”; es decir de su libertad, de su gracia, de su amor, que lo ha llevado a entregarse en la cruz para rescatarnos.
La Pascua es la Fiesta del Cristiano y la redención del Hombre.
Una gran exposición de la doctrina de este tiempo de preparación cuaresmal, unida a muy buena redacción. Muy enriquecedora reflexión.
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