domingo, 19 de febrero de 2017

La justicia como camino a la perfección

Hablar de la justicia hoy no es un tema que podamos hablar con facilidad. La justicia ha pasado a entenderse de muchas maneras a lo largo de la historia, pero cada una corresponde directamente según el pensamiento de aquel que promulga el juicio. Por ejemplo antiguamente para comercializar algo se usaba como forma de pago el trueque, en este ejercicio las dos partes tenían que dar al otro algo similar para que el intercambio fuera “justo”, pero esto solo correspondía al consenso o estar de común acuerdo las partes afectadas.

Otra justicia es la que encontramos en la llamada «Ley del talión» (ojo por ojo, diente por diente), esta conllevaba también en su acto una carga de porcentaje de “justicia”. Tú me diste algo yo también te doy después lo mismo; tú me ofendiste de cierta manera, yo haré lo mismo contigo. Pero esta última manera de aplicar justicia no es del todo sana, si bien en ella encontramos algo de igualdad, o como hoy coloquialmente lo decimos, quedamos tablas, estamos parejos, de fondo solo podemos ver que el resultado final es venganza, y la venganza jamás quedará quieta hasta que una de las partes (necesariamente) decida ponerle fin.

Creo que nos pudiéramos estar haciendo ya la idea de que jamás la venganza será justicia, pues en ella solo encontramos odio, rencor y aversión hacia el otro, de forma que con ello queda descartado el amor, el perdón y la comunión; es así que no necesariamente estamos siendo justos, incluso ni siquiera con nosotros mismos, pues a nuestro adversario no le dejamos otra opción que el miedo, la inseguridad y la preocupación por el acto que nosotros pudiéramos hacer contra él, que muchas veces es desproporcionado a la ofensa recibida; y nosotros no nos dejamos espacio para la libertad, sino que por el contrario, solamente nos dejamos afectar por la esclavitud que el coraje, el rencor, la agresividad y el odio nos proporcionan.

Una vez que se es esclavo ya no podemos hablar de justicia, pues el esclavo solo depende de la voluntad de su amo, aunque en nuestro caso realmente es auto-esclavitud, nosotros mismos nos hacemos presa de nuestro instinto y apasionamiento malsano, olvidándonos de nuestra libertad-santidad y dando paso al pecado que lacera y esclaviza.

San Mateo, apóstol y evangelista, nos trasmite las palabras que Jesús dice al respecto; «Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo diente por diente”; pero yo les digo no hagan resistencia al hombre malo» (Mt 5,38-39). Estas palabras de Jesús además de ponerle fin a la ley del talión conllevan tambien libertad y amor para la persona. Cuando se dice no hagan resistencia al hombre malo, pone de manifiesto que jamás la violencia y la venganza serán el camino para poner en orden las cosas, ni tampoco estas dos nos llevarán a encontrar la paz; sino que por el contrario la violencia siempre engendrará más violencia.

No hacer resistencia conlleva sobretodo un acto heroico de valentía por parte de la persona agredida, ella tratará de buscar la paz y con ello le pondrá fin a la violencia. Es así que no poner resistencia es algo que está lejos de la violencia, la agresión y la venganza: «Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda» (Mt 5, 39). Tampoco se trata de que interpretemos este pasaje como un dejar que el otro te agreda y maltrate, sino que por el contrario se trata de hacer el mejor esfuerzo por no regresar venganza sino paz, no odio sino amor y no rencor sino perdón.

Este pasaje se encuentra justo en el apartado que Mateo organizó y puso como un Discurso Evangelio de Jesús; concretamente en lo que llamamos el Sermón de la montaña. Jesús en este sermón le da la plenitud a la Ley, por lo que la Antigua Ley no queda abolida sino perfeccionada, ya no será más una ley del desquite o mejor conocida también como ley del talión, sino que ahora el corazón del hombre será guiado por la paz, el perdón y el amor-comunión. Por tal motivo cuando se dice «no hagan resistencia al hombre malo», o «preséntale también la izquierda» significará que el agredido no responderá a su agresor con la misma moneda, sino que por el contrario a cambio de la agresión le dará la paz. Este intercambio a los ojos humanos parecerá algo injusto, no equitativo y carente de razón, pero como ya dijimos que no se trata de venganza sino de Justicia; el agresor en su coraje y enojo ha perdido la paz y el amor-comunión con el otro y evidentemente también con Dios, por eso en justicia para el agresor se le tendrá que restituir lo que había perdido, de modo que la “justicia” que la ley del talión ofrecía la encontraremos como parcial, y todo lo que es parcial o unilateral jamás será justo, por consiguiente no habrá otra salida que ofrecerle al injusto agresor Justicia (entendida como valor del Reino); esta le devolverá la paz y la comunión.

La persona que realmente quiere hacerse justica no se puede plantear una solución de manera egoísta, pues tendrá como desenlace la venganza; sino que por el contrario tendrá que buscar justicia para ambos, para él mismo y para su prójimo, aunque este segundo no la haya practicado desde el principio. Por eso dentro de las cosas que Jesús plantea en este sermón de la montaña estará la bienaventuranza, así ante la agresión del otro que ha traído injusticia y violencia solo se podrá encontrar la felicidad a la luz de la Justica y la Paz: «dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).

Todo el que en lugar de responder con violencia e injusta venganza intente construir la paz, hace presente a Cristo, es decir, hace las veces de Jesús, por lo que reconoceremos que ese no se guía por vanos criterios sino que se rige por la Ley del amor y misericordia al igual que Dios lo hizo con nosotros a través de su Hijo unigénito que no vino a condenar sino a salvar; el que construye la Paz es hijo de Dios y estará llamado a practicar la misma justica que Jesús practicó con él al otorgarle el perdón, la misericordia y la reconciliación con el Padre. Practicar lo mismo que Jesús es hacer lo que él nos dice: «Han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo; yo, en cambio, les digo, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial» (Mt5, 43-45).

Ahora bien, nos queda claro que la única vía es la verdadera Justicia y Amor-comunión, de manera que exista en nosotros el perdón y la paz. Frente al hermano que nos lastimó jamás debemos de obrar con rencor, venganza y violencia sino con Justica, Paz y Perdón así como le prometemos y pedimos al Padre en las palabras de la oración del Señor «perdónanos como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Solo el hombre que tiene un corazón limpio es capaz de ver en su prójimo a Dios del modo como nos lo promete Jesús «dichosos los limpios de corazón porque verán a Dios» (Mt 5,8).

Perdonar, poner la otra mejilla, es decir, no regresar el insulto es obrar igual que Jesús, es dejarnos mover según la Ley y Justicia que vienen de Dios, en pocas palabras es mostrarle el rostro bondadoso de Dios al prójimo que tanto lo necesita. El salmista lo dice con entera confianza y nos deja entrever el gran misterio del Amor y la Justicia divinas que siempre estarán superando a toda justica humana: «El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados» (Sal 102,8.10). La Justica a la que debemos aspirar no es a la que nos hacemos con nuestras propias manos, sino a la que viene de Dios, se trata de imitarlo a Él, de ser semejantes al Padre, pues somos sus hijos. «Sean santos, porque yo, el Señor, soy Santo» (Lv 19,29), o dicho por Jesús: «Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). La Justicia que propone el Señor es la que viene de lo alto, es la que pone fin a todo rencor, odio, venganza y violencia; la Justicia que viene de Dios es un camino a la Santidad.

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