martes, 9 de octubre de 2012

“El camino a la cumbre”


Las veces que me he encontrado en la cima de la montaña, he experimentado esa sensación de confort, de relax, de emoción, de satisfacción; el contemplar el horizonte por debajo de mi, esto crea un sentimiento de encuentro conmigo mismo, pues los rumores se escasean dejando paso a la voz de mi propia conciencia que me interpela y que se regocija por el mismo encuentro; pero también, estar en la cima crea una especie de seguridad y un ligero olvido del camino.

En la simbología bíblica el monte es señal de encuentro con Dios, este lugar es donde se llama a para una tarea específica, es donde se toman las grandes decisiones, es donde se transfigura Jesús, pero es también en donde él muere. San Lucas en el capítulo 9 describe la decisión de Jesús por subir a Jerusalén, tal vez poco entendida por sus discípulos; el gesto que describe Lucas para representar la firme determinación de encaminarse a Jerusalén, donde mueren los profetas, es plasmado como endurecer el rostro.

Solo desde esta acción del Señor podemos darnos cuenta que llegar a la cumbre siempre lleva consigo el dolor, el abandono, la incomprensión, en una palabra “la cruz”. El Jesucristo glorioso no podía ser glorioso si no hubiera experimentado el camino. Al igual todos los que en alguna ocasión hemos alcanzado alguna cumbre (terminar la escuela, algún proyecto, alcanzar algún puesto en el trabajo, llegar a la meta en una carrera, etc.); por más pequeña que esta sea, siempre hemos tenido que experimentar esa decisión y ese camino para llegar a ella. Sin embargo aun con lo anterior, el hombre, una vez que se encuentra en la cumbre de la montaña y que ha adquirido otra visión de la realidad, suele olvidarse, a cierto tiempo, del trabajo que le costó poderse encontrar en la posición de la que ahora goza, y con esto finalmente termina por también olvidarse el camino.

Hay que recordar que después de la venida del Espíritu Santo el día de pentecostés los apóstoles no tardaron en seguir el camino del Señor Jesús, comenzando por la predicación, los gestos, la caridad y finalmente convirtiéndose en testigos de él con el martirio. Solo hay un camino y este es el mismo Jesús, según el mismo nos lo ha dicho “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Es aquí cuando nos queda claro que el camino no es un mero encumbramiento donde solo habita el ego, sino que el camino es el servir a los demás, el ser otro Cristo para el hermano como lo expresa el evangelio lucano: al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo… (10,33s) El samaritano que iba de camino se detuvo a encontrarse con el otro-prójimo sin importar la condición, esta es la acción cristiana, este es el camino y esta es la cumbre, estos los ojos de la fe que ven con claridad por donde se tiene que caminar. Solo con estos gestos y con esta visión una vez en la cumbre no se olvida el camino, sino que se hace vida. El camino a ser otro Cristo es vivir como él.

El mismo Cristo que lo expresa a sus discípulos al hablarles sobre la actitud hacia el hermano, “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo(Mt 25,40). Solo el portarse como verdadero Cristo para el otro, es lo que nos ayudara a llegar a la verdadera cumbre: la vida en Cristo. El camino de la Fe que celebraremos en este año, debe llevarnos a encumbrarnos en Cristo, dando razón de la Fe que profesamos y que esta Fe nos lleve a nuestros hermanos siendo Cristo para ellos.

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