En el pasaje
evangélico nos encontramos con el
discurso que Jesús dirige a sus discípulos antes de que suceda la pasión. Están
celebrando la Pascua, una gran fiesta para todo el pueblo hebreo. Ya ha salido (de
noche) Judas Iscariote para hacer la traicionar a Jesús. Jesús le ha dicho a
Pedro que le negaría tres veces. Nos ha dado el mandamiento del amor.
«No se
turbe vuestro corazón». Jesús comienza su discurso con estas palabras;
mismas que volverá a repetir más adelante del texto: no se turbe vuestro
corazón ni se acobarde (v.27).
El corazón es la
interioridad buena de Dios. Pero también la sede de la más honda experiencia
humana, el lugar en el que se asientan los afectos, los sentimientos, las
pasiones de su vida. También guardamos en él: rencores, enojos, envidias, rabia
entre otras tantas cosas. Nuestro corazón se encuentra constantemente turbado
ante la gama de emociones que se albergan allí.
Es desde el
corazón desde donde el Señor nos pide la respuesta, por lo que no se trata de
pensar mucho el cómo es que tengo que amar al Señor sino simplemente de amarlo.
Este sentido del
corazón nos resulta ejemplar en la formulación del Shemá: «Amarás a l Señor tu Dios con todo tu corazón (leb) con toda alma
(nephesh), con todas tus fuerzas» (me’od); esta es la sede básica de las decisiones.
Por eso al nivel del corazón es en el
que se proponen las bienaventuranzas y las obras de misericordia. Misericordia
entendida como el corazón para el miserable.
Quien
sigue a Jesús no se acobarda, según dice el evangelio en el versículo 27: «No se turbe vuestro corazón ni se acobarde».
No acobardarnos en el amor a los hermanos, en tener corazón para el que se
encuentra sin amparo, pero también para reconocer que Jesús está con nosotros,
en nuestro corazón. Tener corazón como el de Jesús es tener un corazón valiente
es tener paz en nuestro corazón. Tenemos su paz. El nos la ha dejado. «Os
dejo la paz, mi paz os doy». No se turbe vuestro corazón (v.27).
El corazón nos
indica cuando está Jesús frente a nosotros, por ejemplo en aquel que necesita ser
escuchado, en el apostolado, en el niño, en el anciano.
Tener un corazón
en paz es tener un corazón lleno de esperanza. Todos lo que buscamos caminar
con Jesús, ser sus discípulos, nos alegra tener encuentros con Jesús, sea en un
retiro espiritual, en la adoración al Santísimo Sacramento, en el sacramento de
la confesión, en fin en cualquier momento donde sintamos que Jesús llega a
nuestra vida. Seguir a Jesús es estar siempre esperándolo y al mismo tiempo
estar con él.
En el evangelio
se nos relata la promesa de Jesús: ir al Padre y prepararnos un lugar para que
donde él esté también estemos sus servidores. Jesús se presenta como el camino
seguro para adentrase al misterio divino; por lo que la esperanza se convierte en
el reconocer que en cada acontecimiento, en cada obra de misericordia está Jesús
con nosotros es decir que el Dios-con-nosotros actúa en nosotros. Por eso
esperar a Cristo es caminar en y con Cristo. Él es el Camino, la Verdad y la
Vida.
Como discípulos de
Jesús somos llamados a obrar como el obró (v.12). Cumplir sus mandamientos. ¿Qué
obras he hecho que realmente sean también obras como las de Cristo? Cumplir los
mandamientos es vivir en la libertad de los hijos de Dios; pues el decálogo se
propone como un camino de libertad, en la que la ley es y será siempre amar al otro. Esta Ley nos traerá la
paz.
Encontramos también
en el pasaje evangélico que el Señor nos ha dejado el Espíritu paráclito, de
tal manera que obrando como Cristo obró sabremos que estamos siendo movidos por
el Espíritu Santo, es este mismo Espíritu el que nos enseña a comprender y
cumplir las palabras de Jesús, por eso quien se deja mover por el Espíritu su
corazón no se corrompe. ¿Me dejo mover y guiar por el Espíritu del Amor? El
maligno no tendrá ningún poder sobre nosotros, nuestro corazón no obrará en egoísmo.
Algunas preguntas para reflexionar...
1.
¿Qué
sentimientos alberga mi corazón?
2.
¿Hago más caso a
mis deseos o a los impulsos del Espíritu?
3.
¿Mi corazón es semejante
al de Jesús, dejándose guiar por el Espíritu?
4.
¿Me considero
verdadero Discípulo de Cristo?
5.
¿Me acobardo
ante las oportunidades de mostrar misericordia?