«Llegados al
lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a Él y a los malhechores uno a la
derecha otro a la izquierda. Jesús decía Padre: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Se repartieron
sus vestidos echando suertes». (Lc 23, 33-34)
¡Qué escena tan impresionante!
Jesús había sido aprendido con piedras y palos, le habían enjuiciado y
condenado, las autoridades civiles no habían hecho nada para darle justicia
verdadera sino que se habían dejado conducir por el comodísimo o simplemente se
habían desentendido de la situación. Le hicieron llevar el instrumento con el
cual le torturarían hasta la muerte y le crucificaron junto a dos malhechores.
El justo pagó igual que los ladrones que estaban a su lado. Pero aun con todo
esto las palabras de Jesús fueron: «Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen». Después de aquel juicio ante
Sanedrín y ante Pilatos en el cual se decidió su muerte, Jesús sale en su
defensa pidiendo misericordia por aquellos que no practicaron misericordia con
él.
Por
una parte, no practicaron misericordia porque no pudieron reconocer al Hijo de
Dios, al Rey de los Judíos, a su Salvador, al Mesías esperado. Pero ¿Qué
difícil es también en nuestros días reconocer a Jesús, que se presenta tan
cotidiano, tan ordinario? ¿Qué difícil es reconocer a Jesús cuando atravesamos
nuestros intereses personales? ¿Qué difícil en un mundo que se llena de
violencia reaccionar defendiendo e intercediendo por nuestros agresores?
Ciertamente muchas veces criticamos a las autoridades civiles en nuestras
pláticas con nuestros amigos y compañeros de trabajo, en nuestros
ciberespacios, dígase facebook, twitter, email, entre otros y, con esto actuamos totalmente distinto a
Jesús, que oró al Padre para pedir perdón por aquellos que le ofendían y
asesinaban. Jesús se presenta con entrañas de misericordia ante el injusto
agresor. Intercede por nosotros que al igual que las autoridades y el pueblo de
aquel tiempo le ofendemos en nuestro prójimo y hacemos «justicia» por nuestra propia mano, a lo que creemos que es justo
pero si practicar misericordia.
Por
otra parte el calor de aquel día, el camino recorrido y la multitud que coreó
su muerte era para desanimarse, sin embargo Jesús toma fuerza para actuar con
misericordia. ¿Cuántas veces nosotros mismo nos hemos cansado de nuestro
camino, de nuestro diario vivir, de nuestros problemas y estallamos y
arremetemos contra aquel que viene a nosotros o que no entiende nuestro
esfuerzo y cansancio? ¿Cuántas veces no maldecimos y buscamos el mal para aquel
que nos causa daño? Sí, muchas veces nuestra actitud no es igual a la de Jesús,
nosotros si estallamos contra los demás, Se nos han olvidado las palabras de «amen a sus enemigos, hagan bien a los que
los odien, bendigan a los que los maldigan, rueguen por los que los difaman»
(Lc 6,27s); que palabras tan escandalosas para aquel que solo mira por su
propio bien o para aquel que se deja guiar por su coraje y odio y no es capaz
de perdonar.
Creo
que ha de haber sido difícil para Jesús también ver desde la cruz al Pueblo por
el que se entregó completamente, al pueblo que pasó haciendo el bien, curándole
los enfermos, expulsándole los demonios, llevándoles la buena nueva a todos y,
que hoy no comprendían su obra salvadora. Muchas veces también nosotros hemos
experimentado el camino difícil y tormentoso y al final de este camino nos
encontramos con el desprecio de los demás, con la incomprensión de nuestras
acciones, hasta el punto en que nos difaman y juzgan de manera equivocada por
no conocer nuestras intenciones. Ojala tuviéramos también nosotros entrañas de
misericordia ante la miseria humana. Misericordia ante aquellos que no saben o
no conocen el amor y la justicia de Dios; y dijéramos al igual que Jesús «Padre, perdónales, porque no saben lo que
hacen».
Una
de las cosas que la Madre Teresa de Calcuta decía era que «Si realmente queremos amar tenemos que aprender a perdonar». Creo que
un buen ejercicio sería contemplar la cruz un momento y después de haberla visto
por un buen espacio de tiempo, decirle a Jesús: Señor, mira que yo no sé perdonar,
no sé cómo hacerlo; pero Tu si sabes. ¡Enséñame a Perdonar! El Señor del perdón,
enseña a perdonar, dando nos la lección hasta el extremo de entregar su vida, e
intercede por nosotros ante el Padre: «Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen». Aprendamos de Él.
Tres
acciones sencillas que pudiéramos tener como cristianos son:
1.- Aprender a
reconocer a Jesús en los demás, sobre todo en los más insignificantes.
2.- Juzgar desde la cruz es decir juzgar como Jesús, pidiendo al Padre perdón por
aquellos que nos ofenden y perdonarles.
3.- Amar profundamente a Cristo y su obra
que nos lleve a entregar nuestra vida diariamente por los demás sin esperar nada
a cambio.