El domingo,
navegando un poco por el facebook, mientras esperaba un tiempo para acortar las
distancias físicas con mi familia, me encontré con una fotografía que me
conmovió hasta lo más profundo, me hizo recordar cuando me enamoré; se trataba
de un pequeño rincón en la puerta del Templo parroquial en el que crecí tanto
en mi Fe como físicamente, aunque en esto último debo confesar que no tanto. Allá
por los años noventa solía, sábado tras sábado, pasarme un buen tiempo sentado
fuera de mi parroquia, justamente en el pequeño escalón que da acceso al Templo
y, recargado siempre en la columna de donde nace el campanario. Me gustaba ese
lugar, creo que tiene algo de mágico; encerraba a la vez el ruido del trafico
de la avenida que pasa a un costado del Templo, como el silencio que se
producía al encontrarse uno mismo en esa soledad física donde no hay interlocutores,
ajetreos, ni temores.
Realmente en ese
lugar me enamoré, no puedo negarlo. ¡Ah cómo me encantaba pasar el tiempo en
ese rincón! Mi rincón del silencio. Los ruidos y los silencios convenían en un
solo sitio para dar paso al amor. Siempre sentado en aquel rincón solía
observar la enorme pared blanca que se levantaba concediendo solo al final de
esta un espacio para tres ventanas; mismas que dejaban pasar luz suficiente
para iluminar el recinto sagrado donde se encontraba el Señor sacramentado.
Es cierto que al
principio pensaba en muchas cosas, mis pensamientos iban y venían por los
problemas y alegrías que había tenido en la semana; pensaba en los compañeros
de la escuela, en los amigos, en el grupo parroquial, en fin; al pasar el
tiempo comenzaba hablar de esto a Dios, imaginándome que mi pensamiento volaba
recorriendo la pared blanca y al igual que la luz entraba en la capilla del
Santísimo, así comencé a dar pasos en la oración. Sin embargo también me di
cuenta que no necesitaba hablar siempre, sino que antes de hablar necesitaba
escuchar. En ocasiones intente cantar algo en voz baja, pero desistí por dos
sencillas razones, la primera es porque no se cantar y a mi juicio creo que
nunca lo he hecho bien y, la segunda pues porque, debo confesar, nunca me ha
gustado mucho el canto religioso, prefiero el canto litúrgico o sacro, que
tampoco logro cantar bien. Una cosa si me quedaba clara, había que afinar el
oído y el corazón para escuchar lo que Dios me decía en aquel lugar.
Aprendí también
que en la oración hay dos cosas muy importantes Escuchar y Responder.
Toda conversación consiste en una persona que emite un mensaje y otra que
responde; así también es la oración. Nuestra respuesta no siempre es verbal,
pues la mayoría de las veces nuestra respuesta en la oración debe ser la acción. Las personas
viven a menudo llenas de prisas, de ruidos, de preocupaciones, que terminan
olvidando hacer silencio. Me entristece ver todos los días a los jóvenes con
audífonos todo el día; los encuentro en el camión cuando voy a la universidad,
en la misma universidad y hasta para hacer ejercicio. Será muy difícil a
alguien que no fue educado en el silencio poder hacer oración, pues aun cuando
intente hacerla le será muy difícil mantener un dialogo con Dios, solo
hablará de sí mismo y consigo mismo. En la dinámica de la oración tenemos que
retraernos de nosotros mismos para hacerle un espacio a Dios; pues sin su presencia,
solo se convierte en un monologo egoísta. El silencio nos ayuda a escuchar. Solo el que guarda silencio sabrá escuchar al otro; en el caso de la
oración, debemos escuchar a Dios.
El primer
mandamiento es Escuchar; Shemá Israel…
Sólo el que escucha puede responder asertivamente. Enzo Bianchi, en su libro
titulado ‘Por qué orar, Cómo orar’, dice
que “la oración auténtica brota donde hay
escucha”; pues de Dios es la Palabra, del hombre la escucha. Recordemos la
respuesta que el joven Samuel dio a la voz que le llamaba: “habla Señor que tu siervo escucha” (1Sam
3,9). Nuevamente debo decir que sólo el que ha aprendido a guardar silencio
podrá escuchar con claridad a Dios. En las parroquias muy a menudo se hacen
retiros juveniles o de adultos para presentarles el Amor de Dios, cosa que es loable
y preciosa, sin embargo resulta que el entusiasmo del encuentro con Dios dura sólo
un tiempo y, poco a poco, las personas comienzan a abandonar los grupos. En
cierta parte es lógico, pues ¿Cómo se puede mantener una relación si no se
habla a menudo con el otro? ¿Cómo podemos mantener vivo el encuentro con Dios
si no le volvemos a prestar atención? Recuerdo que en la adolescencia asistí a
un encuentro de grupos juveniles a nivel regional, donde la cantidad de jóvenes
era demasiado grande, sin embargo pude relacionarme con algunos de ellos, que
prometimos escribirnos y telefonearnos, pero sólo hablamos en una
ocasión así que terminamos por olvidar esa relación, yo incluso terminé
olvidando los nombres. Lo mismo pasa en la relación con Dios, cuando no se les
enseña a respetar esa relación con Dios, ha hacer una oración personal e intima
con Dios, difícilmente podrán permanecer en los grupos; antes que las dinámicas
y actividades pastorales necesitan encontrarse a diario con Dios. Romano
Guardini dice que “el hombre más que de
las cosas, tiene necesidad de Dios.”
La segunda cosa
que el rincón del silencio, me enseño es a responder.
Responder no es cosa sencilla, porque toda respuesta implica un verdadero
convencimiento personal. A menudo me dice la gente que se les dificulta hacer
oración, a lo que yo siempre pregunto lo mismo ¿Qué y cómo le hace? Me he dado
cuenta que cuando hacen oración, la gente se pone de frente al Señor
externándole la situación, sin embargo antes de comenzar a hacer la oración
ellos ya tienen su propia respuesta, y creen saber qué es lo que tienen que
hacer, sin embargo esa oración termina siendo un monólogo de ellos mismos en la
que nunca dejan intervenir a Dios. De Dios viene toda respuesta, y nosotros
debemos aprender a responder. La respuesta puede ser un simple rezo, un
sentimiento de paz, o una acción. No podemos decir que hemos hablado con Dios y
luego no hacer lo que él nos pide, eso no es una verdadera relación de amor. En
el rincón del silencio hay que aprender a responder, a veces será difícil, sin
embargo siempre será lo mejor para nosotros.
Definitivamente
el rincón del silencio, fue un verdadero maestro de la oración, de éste aprendí a
orar, a escuchar y responder y, la respuesta que di no ha sido fácil, sin
embargo me ha traído una gran felicidad. Así que “cuando hagas oración entra en tu cuarto cierra la puerta y ora a tu
padre que está allí en lo secreto” (Cfr. Mt 6,6).