Hace ya un
buen tiempo me comentó Rodo sobre una reflexión que había hecho que, si mal no
recuerdo, llevaba por título Don de
lenguas; esta había sido una reflexión muy personal pero que compartió con
algunos estampándola en el pizarrón de un alma peregrina (como es que subtitula
su blog), el punto es que muchos le habían criticado, algunos bien, otros mal
pues todos daban su opinión sobre lo que significaba este don. En resumen el
texto expresaba que para él el verdadero don de lenguas era la caridad. Hoy al
celebrar la Solemnidad de Pentecostés el Cardenal Sandoval nos decía que muchas
veces la persona del Espíritu Santo es la más olvidada en la Iglesia y, que
algunos hermanos lo han tomado como bandera diciendo orar al Espíritu Santo pero
la mayoría de las veces se quedan más en los signos que en vivir la verdadera
presencia del Espíritu en su vidas, pues lo que parece en un día una oración
infundida por el mismo Espíritu al día siguiente su comportamiento dice
totalmente lo contrario. Pero lo que más me llamó la atención fue cuando dijo “las lenguas del espíritu son dos la Fe y el
Amor”.
Días atrás
yo había reflexionado sobre la persona del Espíritu Santo en el pasaje de
pentecostés y en el texto de Lumen Gentium 4, también trataba de incluir e mi
oración personal algunas frases de los prefacios y anáforas de Misa. A esto me
surgían las preguntas ¿Cómo habla el Espíritu Santo? ¿Cómo es que santifica a
la Iglesia? ¿Cómo realmente tenemos que vivir en el Espíritu? Pero las palabras
del cardenal me dieron cierta paz. Por una parte la Fe nos lleva a la unidad,
pues podemos creer en muchas cosas pero al final todos buscamos la felicidad
que no se acaba y que no tiene fin, es decir la santidad, y esta se encuentra
solo en Dios de manera que si ponemos nuestra confianza en Dios, ciertamente la
Fe nos llevará al otro, y en el otro está Cristo y en Cristo la Iglesia y
juntos podemos ir al Padre. Y por la otra, la Caridad me llevará siempre a ser
próximo para el otro; la caridad me dejará salir de mi mismo, de mi egoísmo y
de mis falsos poderes y aspiraciones egoístas, para buscar la unidad con mi
hermano. Es así que la Fe y la Caridad me dan Esperanza de una vida santamente
feliz; pues el Padre con la fuerza del
Espíritu Santo, da vida y santifica todo.
Hay que recordar
que en el pasaje de la torre de Babel encontramos que el pueblo era de un mismo
lenguaje, todos se entendían pero tratando de construir con sus propias manos
un camino al cielo acabaron por destruir
su misma capacidad de comprenderse recíprocamente (Benedicto XVI). Por otra
parte, en el pasaje de Pentecostés encontramos que los discípulos de Jesús se
encontraban reunidos con un mismo objetivo y al bajar el Espíritu Santo
quedaron llenos de este y se pusieron a
hablar en lenguas y cuando se congregó la gente cada uno les oía hablar en su
propia lengua (Hch 2,1-13). Es decir que lo que se había dividido en babel
se reunificaba en Pentecostés. Del pueblo dividido a la Iglesia unida en el
Espíritu; como bien expresa el prefacio de la Anáfora de la reconciliación II, el Espíritu mueve los corazones para que los
enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos
busquen la unión. Es de esta manera que la unidad con el hermano es el
signo por el que obra el Espíritu en la Iglesia.
Ciertamente
muchos hermanos han presenciado en las asambleas de oración (carismática) una
especie de lenguaje que no se comprende, muchas veces llamado don de lenguas o
don espectacular; sin embargo muchos hermanos nuestros se quedan con este tipo
de experiencia, dándole más importancia a “la manifestación” que se olvidan de
escuchar o abrirse realmente al Espíritu. Hay que recordar que el Espíritu
Santo, también es llamado “Espíritu de Amor”, y si Él es el Amor,
definitivamente debe suponerse que quien se mueve en el espíritu debe amar. Más
aun creo, en la personal, que si de alguien se dice haber hablado en lenguas,
este alguien necesariamente no puede odiar, criticar o estar enemistado con
otro pues como la hemos notado el Espíritu Santo nos lleva a la unidad, nos hace
“que
desaparezca todo obstáculo en el camino de la concordia”.
Recuerdo
que en el catecismo me dijeron que los ‘dones del Espíritu’ son siete, a saber:
Sabiduría Inteligencia, Fortaleza, Concejo, Ciencia, Piedad y Temor de Dios;
pero el Catecismo de la Iglesia Católica, el cual creo que todos debemos de
leer y estudiar en este Año de la Fe, dice que “Dios es Amor y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás.
Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado”. Sin duda todos debemos estar orientados a buscar la
unidad en la Iglesia, con el prójimo. Vivir los dones de Dios siempre nos
llevará a ser testigos de Cristo para el hermano, aquellos que dan testimonio
de la Nueva Vida en Cristo.
Las lenguas
del Espíritu Santo son la Fe y el Amor decía el Cardenal Sandoval. Creo que hoy
debemos de vivir y hablar en lenguas del Espíritu, pues solo la Fe y el amor
garantizarán una verdadera obra de Dios en nuestras vidas, una verdadera
transformación. La Fe y el Amor no pueden ser efímeras, llamaradas de petate
como decimos coloquialmente, sino deben ser un verdadero proyecto de vida; dejar
que el Espíritu hable significa que debemos entregarnos en el amor al otro, sin
reservas. Sin embargo para que esto suceda debemos ser verdaderos Templos del
Espíritu, donde él se mueva y gobierne, hable y renueve, inspire y vivifique.
La tarea no es fácil. Hoy descubrimos un sinfín de comunidades, movimientos,
grupos, etc. donde encontramos un auxilio, un espacio para poder orar, y en
este ambiente expresamos nuestro sentir de Dios, hablamos de él y con él; pero
la oración no llega a ser realmente una relación estable con Dios porque
nuestro cuerpo no está dispuesto para ello, no es templo del Espíritu, pues
preso muchas veces de la sensualidad y sexualidad o de cualquier otro tipo de
placer, nos dejamos mover por un espíritu distinto, que no es el Espíritu de
Dios, sino del egoísmo, de la sexualidad mal entendida, de la corrupción
expresada de muchas maneras en todos los ambientes y en todas las edades.
Sin embargo
el Espíritu santifica al hombre, a la Iglesia. Sus Lenguas de Fe y Amor son las que nos llevaran a tener un corazón
indiviso y llenó del Espíritu. Hoy debemos pasar de ese corazón dividido y
muchas veces prostituido al tenerlo puesto en ídolos como diría el papa
Francisco y no en Dios, a un corazón completamente abandonado al Amor, al
Espíritu que lo llena de Vida y de Paz. Sus Lenguas
de Fe y Amor son motor de la Iglesia y del Hombre, pues sólo en el Espíritu
podemos decir al Señor, Ven; solo en ellas nos atrevemos a ser verdaderos
cristianos, y solo en Él tenemos la vida plena.
Felices
Fiestas de Pentecostés, Feliz fiesta de la Unidad con el hermano, del amor al
prójimo y de retorno a la Vida.