Esta Semana Mayor que hemos celebrado, ha estado cargada de signos y de emociones. Los feligreses de la comunidad donde realizo el ministerio que el Señor me ha conferido se prepararon con tiempo para la Gran Fiesta de la Pascua. Algunos buscaban tener las palmas listas para la entrada triunfal de Nuestro Señor y así dar inicio a la semana más importante para los cristianos; otros metidos entre los vestuarios, los diálogos y personajes intentaban recrear la escena de manera que el pueblo pudiera palpar y recordar el sacrificio de la cruz y el amor desmedido del Redentor por aquellos que el Padre le había encomendado hasta el punto de la entrega de su propia vida; mientras que algunos habían estudiado con tiempo los ritos, los gestos, los movimientos para hacer del día sagrado de la Vigilia Pascual una verdadera orquesta que pudiera transportar entre sentimientos y ritos hasta llegar al compromiso de asumir la vida en plenitud que el mismo Cristo nos ha otorgado.
Eran la 18:00 horas y el viento no dejaba de soplar, las nubes oscurecían cada vez más el cielo como intentando vencer el día, algunos viendo el viento en contra a lo ya esperado y preparado durante tanto tiempo pensaban en transferir la celebración a otro lugar, aparecían sin más rostros de preocupación; Yo mismo, en repetidas ocasiones dirigí la mirada hacia lo alto del cielo esperando ver un claro de luz que me dijera que el día aun luchaba por no dar paso a las densas nubes que oscurecían nuestro ánimo. Sin embargo había algunos que desde una hora antes esperaban sentados frente al templete que donde realizaríamos más tarde el acto sublime de la eucaristía, el verlos esperando la Resurrección me llenaba de esperanza y confianza. Entonces en conceso se tomó la decisión de apostarle al día sin ocaso y, celebrar la Fe, a pesar que algunas gotas de agua golpeaban nuestros rostros como tratando reafirmar la fuerza de la noche. Dieron por fin las 20:00 horas y la celebración comenzó con la consagración del alto cirio pascual que era encendido con el fuego nuevo. La Columna de Fuego como canta el Pregón, surgía imponente con el Cristo Resucitado y Victorioso. Las palabras de Cristo Luz del mundo daban esperanza a pesar de viento que intentaba apagar la victoria del fuego. Al termino del Pregón Pascual pude darme cuenta que Cristo ascendía victorioso del abismo.
El septenario de lecturas y salmos que la liturgia de la Palabra regalaba relataban la Pascua Judía y la asistencia siempre puntual de Nuestro Señor; fundiéndose así con la victoria de la Luz sobre la oscuridad de la Noche, al mismo tiempo que la victoria y triunfo de todos aquellos que siguieron al Señor por el Camino Cuaresmal. La libertad estaba decretada. Fue entonces cuando todos estallamos en un jubiloso Canto de Gloria que nuestras gargantas no cesaban de entonar pues la alegría era completa. “Que asombroso beneficio de su amor por nosotros, que incomparable ternura caridad, para rescatar al esclavo (Dios Padre) entregó a su Hijo”. Enchinándoseme la Piel mientras emocionado me revestía con las ropas para la Fiesta intentando representar a todos los que nos habíamos reunidos para el Triunfo del Señor, di gracias por haber llegado hasta ese momento. Vi en los rostros de la gente, que horas atrás se encontraban preocupados, ahora llenos de alegría, como si hubieran olvidado la batalla, pues eran conscientes que la victoria había llegado y ahora se había establecido la soberanía y el reinado de nuestro Dios.
Todos los presentes refrendamos nuestra fidelidad al Señor renovando nuestro compromiso Bautismal, orgullosos de ser su hijos. Renunciamos a las obras de las tinieblas para ahora caminar en a la luz de Cristo. La Consagración Eucarística memorial de la muerte y resurrección del Señor nos llenó de Fe y entrega a Él, al grado de buscar la comunión sacramental con el fin de que esta nos llevara a la comunión fraternal. Éramos una asamblea fundida en el misterio que se celebraba. Cuando esta llegó a su fin con el “Demos gracias a Dios”, la noche soltó las últimas gotas de las nueves que ya se retiraban así que estas se convertían en golpes al aire, pues la batalla ya había finalizado el Día sin Ocaso había llegado. Cristo había triunfado. Los que experimentamos esto somos testigos de la Victoria, Testigos de la Resurrección.