martes, 4 de febrero de 2014

Sé en quien he puesto mi confianza

Hace ya casi diecisiete años que hice uno de los actos de confianza, más fuertes de me vida. La verdad que cuando supe lo que me pedían hacer me entró miedo, quise sacarle la vuelta; pero la petición ya estaba hecha y la idea daba giros en mi cabeza. Cualquier respuesta suponía un acto enorme de responsabilidad y, yo apenas contaba con 15 años. Era un adolescente. Tuve que releer mi vida, mis relaciones, mis intereses, para tomar una decisión; puse en la balanza seguridades, familia, amigos, escuela, diversión, mi vida; en fin lo puse todo; todo lo que en el pasado y en el presente me representaban contra un futuro incierto, una inquietud, una curiosidad, una corazonada, que en al aquel tiempo no sabía ni cómo llamarle. Que días tan difíciles pasé; días y días pensando en lo mismo. Pero llego un día en que cara a cara con mi amigo, le abrí mi confianza, así que no me quedo otra que escucharlo y hacerle caso. Es entonces cuando tome la decisión. ¡Está bien Señor, te seguiré por el camino del sacerdocio!

      Entonces fui a donde mi párroco y conté todo aquello que yo ya había meditado y decidido. Me sobrevino el apoyo tanto del él como de mis padres que sorprendidos aceptaban mi decisión. Todavía recuerdo la palabras de mi padre cuando le compartí lo que iba hacer: Mira campeón yo siempre he querido lo mejor para ti y si eso es lo que quieres yo te apoyo. Sin embargo aun con las palabras de mi padre y con el apoyo de todos, seguía experimentando ciertos temores. Había ocasiones que me preguntaba si había tomado la decisión correcta. Y entonces pensaba en Abraham que tuvo que dejar su patria, su familia para hacer la voluntad de Yahvé (Cfr. Gen 12), en Jeremías que no se consideraba el más capaz para hacer su obra (Cfr. Jr 1). Algunas veces preguntaba tanto al Señor como a mí mismo ¿Por qué yo? Sin embargo entre más preguntaba, nunca escuché una respuesta clara, o al menos una que me diera la seguridad de que la decisión tomada había sido buena. Bueno para muchas cosas no era, no me consideraba buen estudiante y, decían que en el seminario tenía que estudiar mucho, que era muy difícil. Creo que para mí si lo fue. Pero aun así, entre temores y confianzas refrendaba mi decisión de seguir caminado por donde el Señor ya me había llamado.

      Así fueron pasando los años de formación en el seminario y día a día entre clases, aseos, amistades y demás cosas de cotidianeidad aprendía a confiar en el llamado de Dios. Luego llegó el momento de pedir el pase al seminario mayor, el término de la filosofía y el comienzo de la teología, hasta que me encontré frente a mi escritorio para solicitar admisión a la candidatura a las órdenes de diaconado y presbiterado y los ministerios laicales, así como a su tiempo solicitar la ordenación para diaconado y el presbiterado. Creo ahora que el Señor siempre me tuvo confianza y que me la seguirá teniendo, así como yo a él.

      En pocos días celebramos la jornada de oración por las vocaciones sacerdotales, y el saber que el pueblo confiado en la bondad del Señor le solicita sacerdotes y, que algunos jóvenes llenos de incertidumbre y temor con confianza dejan sus familias, casas, proyectos; me vuelve a llenar de confianza el corazón pues sé que su obra sigue en pie. Que el Señor sale todos los días a contratar trabajadores y aunque muchos dicen que no, otros con valentía y con arrojo responden confiados con un SÍ.

      Hoy con cuatro años y medio de ser sacerdote, lejos de mi patria y de mi familia, puedo decir con tranquilidad «Sé en quien he puesto mi confianza».

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